A la hora de organizar el viaje a Perú, la visita al lago Titicaca y las islas flotantes de los Uros, era lo que más dudas me generaba en todo el plan y, hasta el último minuto, estuve dudando si ir o no ir. Siempre había sentido curiosidad por saber cómo vivía esta etnia, sin raíces capaz de hacer del agua, su hogar. Sin embargo, a medida que iba leyendo blogs, encontraba opiniones muy dispares pero, mayormente, desfavorables sobre la visita a las islas flotantes del Lago Titicaca.
Bien, hoy os voy a contar mi experiencia, que fue bastante más turbulenta de lo esperado (apareció el mal de altura con toda su artillería) y que tuvo algún que otro cambio de última hora, pero que gracias a ello, hoy puedo hablar desde lo vivido y juzgar por mí misma. Siempre, salvando las distancias, lo comparo con la Muralla China, ¿es tan impresionante como cuentan? bueno, pues a mi juicio no, pero sí que recomiendo ir para poder valorarlo. Todos podemos contar nuestras experiencias y vivencias, pero todo depende del cristal con el que se mira…
Antes de nada, empecemos por el principio
El lago Titicaca es el lago navegable situado a mayor altura del mundo (3.812 metros sobre el nivel del mar), ejerce de frontera natural entre Perú, al que pertenece el 56% del lago y Bolivia, el 44% restante, y tiene una extensión de 8.372 km², con 204 km de largo por 65 km de ancho y 107 metros de profundidad.
Cuenta la leyenda, que recibe el nombre de Titicaca, debido a que es el lugar de nacimiento del Imperio de los Incas, donde el Dios Wiracocha, emergió de las profundidades y creó a Manco Capac y Mama Ocllo en la Isla del Sol, los primeros emperadores. Fue sobre una roca en la Isla del Sol con forma de puma y, de ahí el nombre, ya que en la mitología local, en quechua, Titi significa puma y caca, piedra.
A partir de aquí, las leyendas sobre el lugar, son abundantes, considerando el Lago Titicaca como un lugar sagrado: para los incas, era su lugar de origen y al morir, sus espíritus volverían al lago. Sagrado o no, lo que sí que sabemos, es que es un tesoro natural en lo que a flora y fauna se refiere y que en él, a día de hoy, viven más de 2 millones de personas: 1.130.000 en el lado peruano y 920.000 en el boliviano.
A ambos lados del Lago Titicaca
Para poder visitar el Lago Titicaca, tenemos dos opciones: ir por el lado peruano llegando a la ciudad de Puno o bien, por el lado boliviano, llegando a la ciudad de Copacabana y, de ahí, a la Isla del Sol. Son muchos, los que aprovechan para pasar de un país a otro a través del Lago Titicaca viendo ambos lados, pero en nuestro caso, nos quedamos únicamente con el peruano para poder continuar nuestra ruta por tierras andinas.
Para esta visita en concreto, me costó bastante encontrar información precisa sobre lo que estaba buscando, así que trataré de entrar en detalle para que pueda ser de utilidad a quien esté preparando este viaje. Desde el lado peruano, hay tres islas que son el principal foco de atracción de los visitantes:
- Islas flotantes de los Uros: está a 30 minutos de Puno y, por tanto, son las más visitadas pero no por ello, menos curiosas. Están construidas a base de totora: es decir, ellos mismos construyen la base sobre la que vivirán unos 40 años, antes de tener que construir una nueva base flotante (que se dice pronto). Hay unas cuarenta islas aproximadamente, unas visitables y otras no, y tienen su propio colegio flotante, por poner un ejemplo. Su lengua principal es el aymara.
- Isla Taquile: está situada a 2 horas y media de Puno y es conocida por su trabajo textil. En este caso, no se trata de islas flotantes, sino naturales. De hecho, son conocidas sus 567 escalones para llegar a la cima y verlo todo desde las alturas (el alejarse para acercarnos, que siempre decimos en YSIFLY 🙂 ) Aquí, todavía utilizan el trueque como moneda de cambio y su lengua principal es el quechua.
- Isla Amantaní: está situada a más de tres horas de navegación de Puno (en buen barco) y, por ello, es en la que el turismo está menos extendido. Se trata de la isla más grande del Lago Titicaca y, se trata de un remanso de tranquilidad en medio de un paisaje bucólico. Dos de los lugares más emblemáticos de la isla, son las montañas Pachatata («padre cielo») y Pachamama («madre tierra»), donde descansan ruinas incas y el lugar perfecto para ver atardecer. Aquí, también hablan lengua quechua.
Lo que iba a ser
Teniendo en cuenta las distancias y que cuando viajamos por un par de semanas, siempre lo hacemos algo apurados de tiempo, es importante planificar un poco aunque sea qué es lo que queremos ver. Ya os digo que en nuestro caso cambió por completo como ahora os contaré.
Existen multitud de tours que se pueden contratar en Puno y que nos ofrecen poder ver alguna de las islas en un día, varias, o bien, ir a las tres pasando la noche en una de ellas, en casa de los propios habitantes de cada isla. Si bien es cierto, que incluso en booking, puedes encontrar alojamiento en estas islas, tanto en hoteles como en construcciones más locales si lo que quieres, es llevarlo planificado por completo desde casa… Debo de decir, que cuando vi que en booking se podía reservar el alojamiento «más auténtico» en casas de locales, fue cuando empecé a dudar si ir o no ir al Lago Titicaca, porque empecé a entrever por qué otros blogueros decían que esto parecía el Portaventura de Perú.
Además de en tour, es posible hacerlo por tu cuenta y sin el menor tipo de inconveniente, aunque sí es importante tener en cuenta los horarios: cuando planifiqué mi viaje, me costó encontrar información sobre cómo ir por libre, ya que nosotros iríamos por la tarde y todos los tours salían por la mañana. Sin embargo, nada más llegar, nos dimos cuenta de que salían desde el puerto, embarcaciones cada media hora hacia Uros durante todo el día.
Lo que realmente fue
Para llegar a Puno, se puede hacer por tierra (bus), agua (lago Titicaca desde Copacabana) o aire, como fue nuestro caso, en vuelo desde Lima. Es importante tener en cuenta para poder planificar los horarios, que Puno no tiene aeropuerto, y que volaremos hasta Jalisco, que está a una hora en colectivo desde Puno (10 PEN, 2,70€).
El colectivo nos dejará en la Plaza de Armas de Puno y, de ahí al puerto, son unos 15 minutos andando aproximadamente. En el puerto encontramos cantidad de restaurantes y pudimos disfrutar de una deliciosa trucha del Titicaca con arroz chaufa para reponer fuerzas del viaje.
Nuestra idea de viaje, era poder coger una embarcación hasta una de las islas flotantes de los Uros, verla y, de ahí, coger otra embarcación hasta Amantaní donde poder dormir viviendo «una experiencia real y auténtica», para al día siguiente, partir temprano hasta Taquile, pasar la mañana y poder volver de ahí directos a Puno, donde cogeríamos el bus nocturno hasta Cusco.
Esta era la idea. De hecho, hubiera sido posible hacerlo si hubiéramos querido: nada más llegar al puerto, preguntamos por la embarcación para ir a Uros y un chico se ofreció para llevarnos a Amantaní después, haciendo de barco privado por un precio muy económico. Después, habría barcos al día siguiente para ir a Taquile sin problema y, si no, hubiéramos podido negociar con cualquiera que tuviera embarcación.
En definitiva, si quieres hacer la visita por tu cuenta y en el horario que tú quieras, puede que no compres los billetes por Internet, pero encontrarás la forma allí insitu sin el menor inconveniente. Eso sí: nosotros lo hicimos en el invierno peruano y pasamos un frío de escándalo, si tienes previsto dormir allí, ¡tal vez sea mejor hacerlo en verano!
Bien, cogimos la embarcación hacia la Isla de los Uros por 5 PEN el trayecto (1,35€) y, en media hora, llegamos a la Isla seleccionada, tras ver a nuestro paso, otras tantas islas sobre totora. Nada más llegar, tuvimos que desembolsar 10 PEN por acceso (2,70€) que iban directos a parar a la familia que habitaba la isla.
A partir de aquí, es cuando entramos en el Portaventura que leí en otros tantos blogs: al llegar, encontramos a unas 10 personas entre niños y adultos que vivían en la Isla y, lo que parecía una plaza en medio donde nos invitaron a sentarnos. El jefe de la familia, como se autodenominó, nos dio una charla de 20 minutos sobre los Uros, cómo viven, cómo están hechas las casas con alguna que otra broma preparada para la ocasión.
Insistió mucho en la felicidad que les genera que los turistas vayamos a visitarles ya que somos el sustento de su pueblo, y que sólo permiten el acceso a su isla una vez a la semana, de forma que las visitas van rotando de isla a isla, para que todos puedan recibir el importe del acceso pero sin perder «la esencia» de la isla.
Verdad o, probablemente no, cuando acabó la charla, nos dio tiempo para poder ver la isla, invitándonos a entrar en las casas, hacernos fotos con los niños y, sobre todo, comprar sus artesanías, que estaban ahí preparadas para encandilar a todos los que hicimos esta visita.
Concluido el tiempo estimado para ello, tuvimos la oportunidad de ir en la barca en la que vinimos o en otra «auténtica» (para la que había que pagar 10PEN), hasta la isla central de las Islas de los Uros. He de decir, que el camino, lo amenizó una niña que vivía en la isla, cantando y poniendo después su gorro para lo que quisiéramos echarle…
En esta isla, también tuvimos tiempo para ver cómo vivían los locales y, sobre todo, para comprar sus artesalanes o comer lo que quisiéramos: ¡pagando con tarjeta de crédito!
Una sensación amarga
Tras esta isla, nos iba a recoger el chico con el que habíamos acordado ir a Amantaní, pero tras nuestro paso por Uros, decidimos dar un paso atrás y volver a Puno, para coger el bus nocturno e ir directos a Cusco, donde tener un día más de lo planificado, creímos que sería una mejor opción (y lo fue).
Las Islas Flotantes de los Uros me impresionaron por cómo estaban construidas, por las costumbres que tenían y por su voluntad de querer seguir viviendo la vida que habían escogido, con la felicidad que reflejaban sus caras. Entiendo que, dentro de la vida que han elegido, la innovación y la tecnología, también pueden hacerles la vida más fácil a ellos, pero los paneles solares de cada casa y, sobretodo, el datáfono para cobrar los artesanales, parecía bastante más orientado a los turistas.
Quise creerles cuando nos contaban que sólo admitían turistas un día a la semana porque ese dinero les ayudaba a vivir mejor, pero que los rechazaban el resto para poder continuar con sus vidas sin limitarse a ser únicamente un escaparate. Pero la verdad es que viendo lo visto, me costó mucho creerlo… y eso me hizo sentir una extraña colándome en casas ajenas; hasta vi un turismo elitista con el que no me quiero sentir identificada con el resto de viajeros y del que no quiero ser partícipe. Y por eso me fui.
Sé de sobra que definirse como viajero/a en lugar de como turista, en la mayor parte de las ocasiones, no es más que un postureo que no busca otra cosa que diferenciarse y mirar por encima del hombro, aun siendo hipócrita en el intento de ser lo contrario. Pero sí creo que el turista, el viajero o quien sea, ha de respetar la vida y cultura de aquellos que va a visitar, sin perturbar ni modificar sus costumbres… sin hacerles perder su esencia. Y, sin embargo, en la Isla de los Uros, no vi eso. Y no me sentí bien.
¿Recomiendo visitar el Lago Titicaca? Guau, claro, es impresionante tanto el lugar como su gente. Probablemente, en Amantani o Taquile, la situación es diferente a la de Uros y de verdad se puede ejercer un turismo responsable y sostenible, no lo puedo decir porque no estuve. Lo que sí puedo asegurar, es que de Uros, me llevé un pensamiento que ya tenía, pero mucho más reforzado: viajar es lo único que, aun gastando, te hace más rico: pero desde luego, no a costa de nadie.
Si te pasa algo en la otra parte del mundo, ¡al menos que tengas la seguridad de que todo va a salir bien!
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Periodista especializada en Marketing Digital y Big Data y nómada empedernida por naturaleza: YSIFLY es el lugar en el que hablo sobre mis ganas de no quedarme con las ganas de nada