Ruta por la Reserva Nacional de Paracas en buggy: fuego en el desierto

Reserva Nacional de Paracas

Tranquilidad, mucha tranquilidad y paz. Esta es la mayor sensación que me llevé de Paracas en general y de la Reserva Nacional en particular. Sobre todo, si echo la vista atrás y lo pienso ahora, tras haber visitado el resto de lugares increíbles del Perú que vi durante mi viaje y lo agotada que acabé cada jornada.

De hecho, creo que hubiera sido una muy buena opción, haber dejado Paracas para el final de nuestro viaje y poder así relajarnos unos días en este pueblito costero con unas excursiones mucho más tranquilas. Sin embargo, como ya adelanté en su post correspondiente, tenía claro que el oasis de Huacachina debía de ser la primera parada de nuestra aventura: un remanso de paz en medio de la nada para comenzar con energía.

Paracas

La vida pasa despacio en Paracas

Se trata de un pequeño municipio de apenas 4.000 habitantes que está situado al Sur de Lima, a unas 3 horas en bus aproximadamente. Nosotros fuimos con Cruz del Sur que nos dejó en la propia estación de la compañía: ¡vaya autobuses! Eso es comodidad y lo demás es tontería, aunque he de decir, que si bien en los blogs que leí antes de ir, mencionaron esta compañía como la mejor del Perú, tras haber tomado unos cuantos, creo que todos les dan mil vueltas a los que tenemos en España y que hay muchas más compañías de las que podemos comprar por Internet.

El pueblo

Como venía diciendo, Paracas es un pueblito costero muy pequeño donde la vida parece pasar sin hacer mucho ruido. Salvo las dos calles principales, todo lo demás está sin asfaltar, todas las casas parecen estar en eternas obras y el GPS se orienta entre a medias y nada. Un poco más alejados pero en una zona más privada, se encuentran los distintos resorts y playas de los veraneantes que buscan un destino para descansar.

Por lo demás, el paseo está lleno de restaurantes en los que comer baratísimo y muy rico, puestos de artesanías, como lo llaman ellos y agencias con las que contratar las excursiones estrella de la zona: Reserva Nacional de Paracas, Isla Ballestas, Huacachina y el Candelabro.

Tsunamis

En nuestro caso, estuvimos planteándonos ir a la Isla Ballestas el mismo día de la Reserva Nacional, en una excursión combinada que las hay y, que incluso, pueden incluir el Candelabro. Sin embargo, no nos llamaba especialmente la atención… entendemos que puede ser espectacular, pero en esta ocasión, no nos apetecía montar en un barco para ver ballenas y focas ¡para gustos colores! 🙂

Una excursión sobre ruedas

Tenemos varias opciones para poder visitar la Reserva Nacional de Paracas: una que me pareció muy interesante, es que podemos hacerlo en bici a nuestra marcha y haciendo las paradas que nos apetezca, en total son unos 20km. Además de esta opción, es posible hacerlo con grupos organizados, tanto en autobús grande como en colectivo (furgoneta) de unas 13 personas, o bien, en otros medios de transporte.

Buggy

En nuestro caso, escogimos hacerlo en buggy para probar algo diferente. Además, tuvimos la suerte de que no se apuntó nadie más a la ruta, así que tuvimos un tour privado yendo, el guía en su buggy y nosotros dos en el nuestro, intercambiándonos los mandos del volante para sentirnos Carlos Sainz por un ratito (80 PEN los dos, 21€).

Nos dispusimos a comenzar la ruta y, nada más entrar, como era habitual en Perú, tuvimos que parar a pagar la tasa del Gobierno que, en este caso, fueron 11 PEN por persona para poder entrar (3€). Pasado el control, de repente nos encontramos en medio de lo que parece bien un desierto en tierras volcánicas, bien un escenario de cualquier peli en la que aparezca Marte.

Viajamos a Marte

Al de poco de entrar, hacemos la primera parada, en la que nuestro guía, nos muestra en el suelo restos de fósiles y moluscos milenarios (37 millones de años – o eso dijo…).  Entre tanto, nos cuenta que las carreteras de esta Reserva, que fue protegida en 1975, no están hechas con cemento sino con sal de la propia Reserva: el color negro se debe a los neumáticos, pero al rascar, podemos verla blanquecina.

Seguimos en nuestro buggy y llegamos a la siguiente parada: la Catedral, o al menos, sus restos. El nombre, lo recibe de su forma, que recordaba a una Catedral y que era el reclamo más emblemático de la Reserva de Paracas. Sin embargo, en el fatídico 15 de agosto de 2007, un sismo de 7,9 grados, un devastador sismo, hizo temblar la zona, y la tierra se quedó para sí, el arco de la catedral, que servía de refugio para cientos de aves migratorias y endémicas.

Se estima que 550 personas perdieron la vida aquel día  que no muchos han conseguido olvidar y, al que todavía rememoran cada vez que tiembla la tierra. Tierra que según nuestro guía, ruge demasiado a menudo aún.

Catedral

En esta misma parada, podemos ver también lo que a mi juicio, fue una de las estampas más impresionantes de esta excursión, la Playa Supay o Playa del Diablo, conocida así por la bravura de sus aguas. Cuentan incluso que, por las noches, las almas de las vidas que se tragó el mar, deambulan por la orilla…

Continuamos nuestra ruta hasta llegar a la playa Mendieta: guau, qué tranquilidad y qué paz. En esta playa sí podríamos incluso bañarnos si la temperatura nos acompañase, e incluso acampar. Con sus 3,5 kilómetros de extensión, es para muchos, la mejor playa de la Reserva.

 

 

Playa Mendieta

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tras unos veinte minutos aproximadamente, volvemos a nuestro buggy para llegar hasta la famosa playa roja: una paraíso desconocido para muchos, en medio de una zona inhóspita y árida. En esta zona, «me tomé la licencia» de darme un paseo y alejarme un poco yo sola para tener mi primer contacto en el Perú con la pachamama, inhalar y exhalar, y al final sonreír. Sentir las energías de las que me habían hablado que la madre tierra tenía preparada para nosotros y cargar pilas para todo lo que estaba por venir, tras pensar en lo enormemente afortunados que somos por tener lo que tenemos. A veces, la vida es tan bonita que parece de verdad.

De vuelta al origen, tuvimos la oportunidad de disfrutar algo más del buggy por unas dunas en las que subimos y bajamos, creyéndonos auténticos conductores de rally (a la velocidad que daba el buggy, que tampoco era mucha o al menos la que me hubiera gustado, he de decir). Y, hasta aquí la excursión por la Reserva Nacional de Paracas.

En total, la excursión completa tuvo una duración de unas dos horas y la verdad, es que me gustó mucho: una ruta a través del fuego por el desierto donde lo que encontré, sobre todo fue paz. Mucha paz y tranquilidad.

 

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