Digamos que nunca me había planteado visitar el Sur de Alemania. Tenía curiosidad por la parte de Alsacia, también por los Alpes y, ni que decir tiene, cuánto me gusta lo que conozco del Norte del país. Sin embargo, la zona de Baviera o la Selva Negra, jamás habían estado entre mis planes: entre todos los lugares que me muero por visitar del Planeta, este nunca me había llamado la atención. Todo esto cambió cuando los vuelos más económicos del puente de diciembre, se cruzaron en mi camino.
Había metido en una mochila, todo lo necesario para las cuatro estaciones del año para este viaje de 12 días que cada vez, daba un giro de guión más inesperado: comenzó en Gran Canaria deshaciendo inviernos y, siguió en Berlín redescubriendo una de mis ciudades favoritas. La tercera parte de esta aventura, tenía dos nuevos invitados y sólo tres días por delante, así que decidimos hacer una pequeña gran locura que, sin duda, valió la pena.
Viéndolo con perspectiva, a este plan le faltaron un par de días para poder saborearlo, renunciar a alguna parada o bien, hacer la ruta en verano cuando los días son más largos. Exprimimos cada jornada como si la vida nos fuera en ello y, gracias a eso, pudimos ver prácticamente todo lo que nos habíamos propuesto y, añadir además, alguna parada improvisada con la que no contábamos. Sin embargo, como digo, si tuviera que repetir este viaje o recomendárselo a alguien, lo haría sin lugar a dudas, pero animaría a dedicarle el tiempo que se merece. (Diría que unos 4-5 días está bien).
Para ser honestos, a la hora de planificar este viaje, tuvimos que buscar información y descubrir primero qué queríamos ver y qué no nos perderíamos bajo ningún concepto. Sabíamos que el plan era Sur de Alemania, pero sobre cómo organizar la ruta, nos costó encontrar información. Por eso, en este post, trataré de ser más objetiva que de costumbre y, en cierta forma, útil 🙂
¿Por qué el Sur de Alemania?
Por precio, es la única razón. En pleno puente de diciembre y, con apenas tres semanas de antelación, Alemania resultaba ser extremadamente barato. De hecho, alguno de nosotros viajó desde Lisboa, otros desde Madrid e incluso, hubo viaje desde Bilbao con escala improvisada en Mallorca: en ningún caso, el vuelo superó los 20€ en total.
Múnich era nuestro punto de encuentro y Frankfurt, el de partida: así fue como los precios de los vuelos, definieron nuestro camino. Dicho esto, y sabiendo que el reloj jugaba en nuestra contra, decidimos planificar bien la ruta y los tiempos para poder reservar alojamiento y el coche con antelación. Coche, que por cierto, nos costó 111,30€ en total, cogiéndolo en un aeropuerto y dejándolo en otro 3 días después.
Comienza la ruta en coche
Día 1: al corazón de Baviera
- Múnich: la capital de Baviera me resultó una ciudad la mar de interesante y no precisamente, por ser el lugar donde se inventó ese veneno llamado Jägemeister. Mires donde mires, ves a Los Alpes protegiendo este bonito enclave lleno de turistas. Múnich fue la antesala de un viaje por Baviera que no podía tener otro punto de partida, el lugar perfecto para imaginar lo que estaba por venir.
Allí, pudimos ver cómo a los alemanes no les tiembla el pulso a la hora de hacer surf en pleno otoño y sin un mar delante: el Jardín Inglés o Englishchergarten es testigo de cómo jóvenes promesas del surf alemán se dan cita por la mañana para coger olas del riachuelo ante la vista atónita de quienes nos los topamos casi por casualidad.
Como siempre digo, hay veces que hay alejarse para ver las cosas con claridad y perspectiva, y Múnich es el perfecto ejemplo de ello. Tanto desde Marienplatz y como del Nuevo Ayuntamiento, es posible subir al torreón para poder disfrutar de las vistas y, como en nuestro caso, del espectacular mercadillo navideño que reinaba en su corazón.
Mi recomendación es subir al Nuevo Ayuntamiento (3€ y 2€ con carné de estudiante) porque, aunque no hay ascensor y en el otro sí, las vistas no encuentran rival en Marienplatz.
Otro de los must de Múnich es el carrillón de su Marienplatz: se trata del más grande de Europa y cuenta con 43 campanas, que van desde los 10 a los 1.300kg. Lo bonito de este reloj automático, es el espectáculo que ofrecen sus 32 figuras de tamaño natural simulando la boda del Duque Guillermo V de Baviera y sus toneleros.
Aunque podría destacar alguna que otra cosa de Múnich, terminaré por hablar sobre la cervecería Hofbrauhaus. Hoy es un símbolo festivo de la ciudad donde te trasladas al Oktober Fest y te sientes alemán por un momento, ¡pasan 3.500 personas al día por allí! Sin embargo, esta cervecería situada en el centro, es mucho más que eso y guarda los secretos más oscuros de un país que se ha reinventado a sí mismo una y otra vez. Hofbrauhaus fue el lugar que eligió hitler para dar su primer discurso como jefe de partido en 1921 y exponer los 25 puntos por los que pasaría a regirse el partido nazi.
Además de esto, del ambiente festivo, de la música típica y el folclore, me llamó poderosamente la atención la fuerza de las camareras para sujetar semejantes jarras de cerveza con tal desparpajo. (Jarra de medio litro 8€ aprox).
Dormimos en Youth Múnich Hostel en una habitación para cuatro, un hostal más que recomendable en pleno centro por 23€ cada uno la noche.
Día 2: «Si puedes soñarlo, puedes lograrlo» (Walt Disney)
- Oberammergau: el madrugón no nos lo quitaba nadie con todos los planes que teníamos, así que amanecimos antes que los gallos y nos dispusimos a llegar hasta este pequeño pueblo en las montañas ¡todo un acierto! Se trata de una localidad sacada de un cuento de hadas, donde los artistas han dado rienda suelta a su inspiración.
Prácticamente todas las fachadas están pintadas en este museo al aire libre donde, si las sigues, podrás conocer diferentes historias. Los elementos religiosos son los verdaderos protagonistas de estas obras, aunque, sin duda, las casas de Hansel y Gretel, Los músicos de Bremen y Caperucita Roja fueron mis favoritas 🙂
Este pequeño pueblo en el que apenas hay cobertura en medio de las montañas, con un frío de justicia y unas cafeterías de ensueño, me pareció una auténtica delicia.
- Bannwaldsee: de camino mientras íbamos con el coche, vimos este lago y no pudimos resistirnos. El reflejo en el agua de todo el paisaje, bien mereció esta pequeña sorpresa.
- Castillos del Rey Loco: para una loca de Disney como yo, este era el plato fuerte del viaje: conocer el castillo en el que se inspiró Walt Disney para el emblema de la compañía y para el castillo de La Bella Durmiente. Para ser honestos, viéndolo por la carretera, nos iba invadiendo una sensación de decepción tremenda: parecía pequeñísimo. Sin embargo, a medida que nos fuimos acercando, descubrimos por qué tiene la fama que tiene.
En Füssen, el pueblo desde el que se sube, está el otro castillo del Rey Loco, Hohenschwangau que, de no ser por la sombra que le hace Neuschwanstein, sería impresionante por todo el paisaje que tiene a su alrededor. (De hecho, el segundo fue un sueño planificado desde la ventana del primero).
Para subir a Neuschwanstein se puede hacer en bus (2€), en coche de caballos (ni se os ocurra, eso es maltrato animal… no estaban en buenas condiciones), o andando (no seáis vagos que es media horita). Todos, cuando llegan arriba lo rodean, y sólo algunos entran dentro; no fue nuestro caso, por la falta de tiempo y por todos los comentarios que oímos sobre que no merecía la pena y los pocos muebles con los que cuenta.
Lo que sí que merece la pena, es ir al mirador. Cuando estéis en el castillo diréis, ¿pero desde dónde son todos esos fotones que tiene la gente? Bien, pues hay un mirador a unos 15 minutos andando, desde donde se puede ver el castillo si los turistas te dejan. Entre vosotros y yo, os animaría a seguir andando (por el monte) hasta llegar a un sitio de postal. Lo reconoceréis porque hay una plataforma de metal desde donde también las vistas son bonitas y, si subís unos metros más arriba, veréis la piedra perfectamente colocada para sacar «la foto». Ah! si esperas encontrar la foto con las puertas rojas, ¡suerte! Está en obras y, de todas formas, creo que ese punto exacto es inaccesible. - Meersburg: no sé si es porque cuando llegamos, había un grupo de vecinos cantándole a la Navidad con esa cara de felicidad que estas fechas producen… el caso es que este pequeño pueblo me encantó. No tiene nada más especial que el resto ya que mantiene la misma línea y estilo que todos los de la zona, pero me pareció que tenía un encanto particular de esos lugares que se te quedan guardados en la retina.
La pena fue verlo ya de noche y es una de las causas por las que animaría a hacer este viaje en más días. La alegría fue ver atardecer en el Lago Constanza y directamente, flipar. - Mainau: para nuestra pena, no nos dio tiempo a verlo, pero por lo que me he podido informar, se trata de una isla en pleno Lago Constanza donde las flores y el espectáculo que ofrecen, son sus protagonistas: un gran jardín de 45 hectáreas y flores exóticas.
- Titisee y St. Peter: todo no puede ser cuando, a ratos, renuncias a correr y te quedas hipnotizado frente a un atardecer: a estos dos pueblitos también nos tocó renunciar. Escribo esto con la pena de no haberlos podido descubrir, aunque para ser sinceros, el problema fue infravalorar Baviera y no dedicarle los días que se merece, no cambiaría pasear por Meersburg o Oberammergau con calma por ver corriendo cuatro pueblos en vez de dos.
Día 3: una parada inesperada
- Friburgo: la ciudad más soleada de Alemania, tenía que ser una parada obligatoria en nuestra ruta: ¡1.740 horas de sol al año! De Friburgo me quedo con el encanto de sus casas, con sus famosos Bächle (pequeños canales de agua que atraviesan la ciudad), con que es la capital alemana de la ecología y con que, pese a todo este encanto, no es ni de lejos tan conocida como otras ciudades alemanas. Por eso, puede que te cruces con muchos estudiantes, al ser esta una ciudad universitaria, pero jamás con el gentío de Múnich o Estrasburgo.
(*) Ojito a cómo aparcan 😀 - Cascadas de Triberg: de nuevo, me encantaría contar en primera persona lo que me parecieron, pero en este caso amanecimos nevando, y decidimos descartar esta opción priorizando otras.
Lo que sí puedo contar, es que nos quedamos a dormir muy cerca en el Hotel an der Sonne que, por 82€ nos ofreció habitación para los 4, desayuno incluido y muy buena compañía por la noche en el bar del hotel. Del pueblo en el que estaba poca cosa puedo destacar.
- Gengenbach: le ocurre lo que a Meersburg, que es una maravilla. Lo he utilizado demasiadas veces en este post, pero así ha sido este viaje: de cuento. Cuentan que es el pueblo más bonito del Sur de Alemania; no me atrevería a decirlo porque me falta demasiado por conocer… pero que no le falta belleza, tengo que dar la razón. Son sólo 11.000 habitantes, entre los que seguro están Bella, Gastón y Lefou.
- Estrasburgo: el plan decía que íbamos a ir a Baden-Baden. Sin embargo, apareció en la carretera un cartel que decía que Estrasburgo estaba a tan sólo 30 kilómetros y la vida es un cúmulo de elecciones, así que elegimos a la francesa. Y ¡qué preciosidad!
Tengo que decir, que se nota que estábamos ante una ciudad y no un pueblo como en los últimos, y eso se aprecia en todo: desde la cantidad de gente que había, los edificios fuera del centro, la cantidad de coches, el tipo de comercios… No obstante, lo que es el centro de Estrasburgo es una pasada; mención especial a su catedral y a los deliciosos crepes que me comí.
Paradojas de la vida, estando allí hablamos sobre la cantidad de seguridad que había: en todos los accesos al centro de la ciudad, había controles de personal y registraban uno a uno todos los bolsos y las mochilas. Y, para desgracia de los que allí estuvieron presentes, tan sólo dos días después, hubo un atentado donde 5 personas perdieron la vida 🙁Cuánto me acordé de ellos y cuánta pena y rabia me dio, jamás deberían de pasar cosas semejantes.
- Heidelberg: tal vez porque estábamos cansados del viaje; tal vez porque era uno de los últimos pueblos que íbamos a visitar; tal vez porque había demasiadas expectativas… el caso es que Heidelberg no nos gustó. Nos pareció un pueblo mono, pero después de Estrasburgo, Gengenbach o Friburgo… Heidelberg se quedaba en un par de calles bonitas pero menos encanto que las demás.
Y eso, que este municipio fue testigo de la historia de amor truncada de Federico V e Isabel Estuardo. Y eso, que fue el lugar donde algunos filósofos y pensadores perdieron el corazón y encontraron la inspiración por sus calles Martín Lutero, Alfred Weber, Karl Jaspers, Hegel, Mark Twain, Shumann… todos coinciden en la magia de Heidelberg que yo no supe apreciar. Puede que alguno/a piense que exagero, pero si tuviera que suprimir algo de lo visto durante el viaje, probablemente sería Heidelberg.
- Frankfurt: ¡pero qué grata sorpresa! Tras unos días de ver casitas de cuento, nos topamos con los rascacielos de Frankfurt en un cambio radical que lejos de echarnos para atrás, nos llamó poderosamente la atención. Personalmente, me suele atraer más lo clásico que lo moderno en lo que a construcción se refiere, y sin embargo, Frankfurt me gustó mucho.
Tal vez precisamente por el contraste de lo que llevaba unos días viendo, pero pasar de sus rascacielos a su plaza del Römer, fue el broche ideal para esta aventura tan improvisada. Ojo! Esta famosa plaza que parece tan antigua, es una mera reconstrucción, fue prácticamente destruida en la Guerra.
A Frankfurt se le atribuye el apodo de Main-hattan, del nombre completo Frankfurt am Main, (mote algo ambicioso en mi opinión). El caso es que precisamente por esto, un artista se lo tomó muy en serio y decidió esconder por toda la ciudad 8 Spidermans a tamaño real. Me encantaría decir que vi alguno, pero no es el caso 🙁
¡Imprescindible! Os recomiendo ir a comer o cenar a Römer Pils Brunnen: se trata de un auténtico restaurante alemán, con comida típica, camareros/as encantadores, muy céntrico y a muy buen precio.
Vaya, sin quererlo ni beberlo, este post se me ha alargado un poquito más de la cuenta. Y sí, me he pasado a meter fotos… (y las que he tenido que descartar!) 😀 La verdad es que, como decía al principio del post, eché en falta encontrar algo que me ayudara a definir la ruta mejor y espero que este sea de utilidad para alguien que quiera descubrir esta zona.
El learning que me llevo de este viaje es que, cuando viajas, descubres de verdad a las personas que creías conocer y lo que te encuentras, puede ser mucho mejor de lo que conocías antes de emprender ese viaje. El otro aprendizaje que me llevo, o al menos confirmación, es que cuando menos te lo esperas, va la vida y te sorprende.
Posdata: tendrá que pasar mucho tiempo antes de que vuelva a tener ganas de ver un mercado navideño…
Si te pasa algo en la otra parte del mundo, ¡al menos que tengas la seguridad de que todo va a salir bien!
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Periodista especializada en Marketing Digital y Big Data y nómada empedernida por naturaleza: YSIFLY es el lugar en el que hablo sobre mis ganas de no quedarme con las ganas de nada