Hay ciudades a las que la Navidad les sienta bien. Creo, sin haber tenido la oportunidad de visitarla en otra época del año, que Zürich es una de ellas. Las luces navideñas le visten de gala; sobre todo, cuando alzas la vista y ves cómo un manto de estrellas cubren sus calles principales.
Además de la iluminación, viajar en diciembre a Zürich tiene otros complementos con los que hay que contar: el frío y la nieve (¡y los mercadillos navideños!) En esta ocasión, nosotros combatimos estas temperaturas durante 48 horas en las que nos dio tiempo de sobra a visitar la ciudad… de hecho, de no haber sido por los altos precios de los trenes, probablemente hubiéramos ido a visitar Lucerna, Stein am Rhein o algún otro rincón escondido por Los Alpes.
Si tuviera que definir Zürich con una palabra, sería tranquilidad. Es la gran capital financiera de Europa y sin embargo, no se respira la prisa de Londres, la urgencia de Berlín o la impaciencia de una Madrid que se muere de ganas por no perderse nada.
La gente va de un lugar a otro paseando, sin empujones ni cláxones que perturben esa paz. Tal vez, esta sea una de las cualidades que le hicieron merecedora del galardón a la ciudad con más calidad de vida del Planeta. Eso y que se percibe el nivel. No sabes cuántos ceros completan las cuentas corrientes de los zuriqueses con los que te cruzas, pero apuestas a que son muchos. Y eso se nota en los precios que son altos, muy altos. ¿Inasumibles? No, pero son precios de aeropuerto, de esos que te cuesta pagar (en una escala McDonalds universal, para que todos nos entendamos, pagué por un menú ahorro 8,5€).
Puede que Zürich no sea la ciudad más bonita que he visitado y que no esté en mi top de destinos a los que volvería con los ojos cerrados, pero sin embargo tiene ese encanto que hace que la recuerdes de una forma especial. Una ciudad que te acoge como propio y que te invita a exprimirla. A mí, como visitante y a la tercera parte de su población (inmigrante), como vecinos adoptados.
- Lago de Zürich: su corazón y postal. La vida gira en torno a este inmenso lago con vistas a unos Alpes nevados que protegen esta comarca de cuento.
- Iglesia de Grossmünster: los peculiares campanarios de esta Iglesia visibles desde cualquier punto de la ciudad, se convierten en su eje. Cuentan los cuentos que se levantó sobre las tumbas de los tres mártires de Zürich, descubiertos por Carlomagno: Santa Régula, San Félix y San Exuperancio.
- Museo Nacional de Zürich: desconozco si merece la pena porque no entramos pero desde fuera, parece el hogar donde habitaban príncipes y princesas. Otra pieza para este cuento llamado Zürich.
- Museo Kunsthaus Zürich: una de las paradas obligatorias para los amantes del arte.
- Cima del Üetliberg: alejarse para acercarse un poquito mejor; para ver en perspectiva. De haber hecho buen tiempo, hubiera querido ir andando sin duda.
- Bahnhofstrasse: es la calle principal; su la Gran Vía. Comienza en la estación central y finaliza en el lago por lo que, aun sin quererlo, esta arteria se convertirá en tu primer paseo.
- Estación central de trenes de Zürich: epicentro de la ciudad donde encontrarás de todo, como por ejemplo, un árbol de Navidad gigante de Swarovski.
- Ópera de Zurich: si la estación central delimita la ciudad por un lado, la Ópera lo hace por el otro; todo lo que querremos ver, se concentra entre estos dos puntos. Además, el mercado de Navidad que descansa a su puerta es increíble.
- Jardín botánico: estaba en todas las guías de visitas recomendadas y tuvimos que ir. Sin embargo, no sé si fue la lluvia o el cansancio, pero más que un must se convirtió en una decepción… poco cuidado y sin ningún tipo de magia. No lo recomiendo.
- El Altstadt: viene a ser el Casco Antiguo de Zürich y, sin lugar a dudas, uno de sus mejores rincones. Perderse por sus callejuelas, entrar a un café con encanto o sortear las cuestas de su centro a través de su historia, imperdible. Allí encontraremos la Iglesia de San Pedro y Fraumünster con su inconfundible cúpula con el tono verdoso de los viejos tejados europeos.
- Lindenhof: Zürich es una de esas ciudades que se disfrutan mejor desde las alturas, como desde el mirador de Lindenhof con el que te encuentras sin darte cuenta en un parque (lleno de barro) en lo alto de una cuesta en la zona antigua.
- Universidad de Zurich: nos alojamos por esta zona, lo que nos permitió encontrar el mejor mirador de la ciudad. Se encuentra junto a las Universidades y al funicular y, sin lugar a dudas, merece la pena subir la escalinata que llega hasta él. En este caso, la meta merece el esfuerzo.
- Raclette factory: allá donde fueres, haz lo que vieres… y nosotros, no queríamos irnos sin degustar Zürich. El anfitrión de este viaje, nos llevó a este restaurante donde probamos una deliciosa raclette (al ajo) a mitad de precio que en cualquier otro restaurante.
- Oliver Twist Zurich: cervezas, buen ambiente, céntrico… ¿por qué no? Curiosamente (o no), la camarera no tenía ni idea de alemán y pudimos pedir en inglés. Además, cuando estuvimos, repentinamente todo el bar se puso a jugar a una especie de concurso de preguntas en grupo por mesas. (De haberlo sabido a tiempo…)
- Museo de FIFA: desde mi ignorancia futbolística (e incluso desprecio), desconocía que estuviera aquí. De hecho, hubiera pasado por delante sin darme cuenta de que estaba; se trata de un edificio tirando a normalito que esconde las mayores reliquias del fútbol (a 24CHF por persona).
- Sede de Google: lo mismo ocurre con Google; esperas ver toboganes y futbolines pero el edificio es más bien sobrio.
- Coop: una especie de El Corte Inglés donde, además de Wifi libre, hay un restaurante con comida preparada a modo de buffet algo más asequible que en el resto de la ciudad.
Suiza siempre había estado entre mis planes: sus pueblos con encanto a los pies de Los Alpes y un chocolate que quita el sentido. Pero Zürich no. Sin embargo, el destino quiso que lleváramos un pedacito de nuestro barrio a un amigo que lleva ya tres años representando a Bilbao en Zürich y que, además de acogernos en casa, nos enseñara esa Zürich que él ha hecho suya. Con sus bares, sus restaurantes, sus miradores y sus rincones.
Entre las líneas de este blog he confesado ya en más de una ocasión mi creencia de que todo es cuestión de perspectiva y que todo de pende de cómo se mire y de nuestras sensaciones allí. Tal vez, de no haber sido por él, Zürich hubiera sido una ciudad más, una cualquiera. Sin embargo, él nos desveló los secretos de esa Suiza que le encanta y, a través de sus ojos, vimos una Zürich que hoy recomiendo visitar. Así que gracias por la hospitalidad y por mostrarnos tu Zürich, sus raclettes y sus vinos calientes.
Si te pasa algo en la otra parte del mundo, ¡al menos que tengas la seguridad de que todo va a salir bien!
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Periodista especializada en Marketing Digital y Big Data y nómada empedernida por naturaleza: YSIFLY es el lugar en el que hablo sobre mis ganas de no quedarme con las ganas de nada