Entre los sueños que aún me quedan por cumplir, tener una furgo viajera escala posiciones cuanto más viajo. Y es que, si hay algo que me encanta, es tener el control del volante y parar cuando algo me gusta o partir si ya me he quedado satisfecha con lo que un lugar me ha ofrecido: siempre a por más. Hay destinos además, que parecen estar pensados para ello y, lo digo, porque cuanto más los recorres, más quieres seguir descubriendo sus secretos. Para mí, Portugal es un claro ejemplo de ello.
Como ya adelanté, en Semana Santa decidimos hacer un Road Trip por la zona Norte del país luso que mejoraba por momentos. Si Coimbra nos gustó, nuestra visita a Aveiro y Costa Nova fue subiendo la media del viaje: hoy os cuento cómo es un día de colores entre Aveiro, Costa Nova y Barra.
Amanecimos en Coimbra y dormimos en Oporto, por lo que apenas teníamos un día para disfrutar de estas paradas: no obstante, tiempo más que suficiente para saborearlas sin prisa, con pausa y una caña en una terraza.
Nuestra primera parada fue Aveiro: la nuestra y la de media España porque aquello estaba lleno. Sin duda, la «Venecia lusa» es un reclamo turístico que bien merece una breve visita. Recomendación: nada más entrar, en la parte derecha hay un parking gratuito que, sin duda es, la mejor opción para dejar el coche (el centro es peatonal y, está todo tan lleno, que encontrar sitio más cercano, es misión imposible).
En cuanto bajas del coche, entiendes la fama que precede a esta pequeña localidad y por qué la vas a recomendar en cuanto vuelvas a casa. Digamos que tiene encanto, y que sin ser Venecia, Ámsterdam o Estocolmo, sus canales perfilan una bonita postal por la que pasear. Eso sí, repito, mientras la extensión de las otras te permite caminar cruzándote con locales, en el caso de Aveiro tuvimos un poco la sensación de estar en un «escenario» de «parque temático» ya que absolutamente todo está preparado para sacar partido a los grupos de turistas que se pelean por montar en la barquita más cuqui… (o Moliceiro, como ellos les llaman).
Además de canales, Aveiro tiene otros encantos con los que encandilar a sus visitantes. Entre ellos, el que a mí me conquistó, fue la fachada del Museu Cidade de Aveiro, un pintoresco edificio que, sin saber de qué se trataba, nos hacía girar a todos los que pasábamos por su puerta y nos invitaba a descubrir su patio interior y sus baldosas con personalidad propia. Lo mismo me pasó con la estación de tren.
Siguiendo nuestra ruta por Aveiro, nos sorprendió, contra todo pronóstico, un puente que rendía culto a la amistad. Si París o Roma guardan el testigo de los enamorados que un día se juraron amor eterno, Aveiro promete proteger para siempre los lazos más fuertes que pueden existir: el de aquellos amigos, a los que podemos llamar hermanos.
Se trata del «Ponte dos Laços», un puente en el que la gente ata su lazo, por lo general escrito, y deja para la eternidad (o hasta que los quiten) el recuerdo de una amistad, que llena de colores cuando la brisa se levanta, una de las estampas más bonitas de las que pude disfrutar en este viaje.
Siguiendo con nuestra ruta, fuimos a parar a uno de los sitios más «cuquis» en los que he estado nunca: Costa Nova, un pueblito costero a apenas, 10 kilómetros de Aveiro y que es una de las localidades de los 5 kilómetros que forman la línea costera con Costa Nova, Playa Barra, Costinha, Vagueira, Duna Alta, culminando en Praia do Areao.
¡Y qué bonito! En Costa Nova no estaban los turistas de Aveiro, pero sí casas de colores de pescadores cuidadas al milímetro. Nada más llegar, quisimos buscar la «zona» de las casas típicas, aunque pronto nos dimos cuenta que, todo Costa Nova, era vida y color. Esta pequeña localidad tiene personalidad propia: aunque tú lo veas todo en negro, Costa Nova te contagia su alegría y te grita, que la vida es de colores y que, dentro de su gran arco iris, siempre habrá matices 🙂
Comimos en uno de sus muchos restaurantes y, aunque saciados, no pudimos resistirnos a los irresistibles postres de Portugal. Si recuerdo el nombre lo pondré porque el trato de su cocinera, bien merecía ir a visitarlo… aunque he de decir, que todos tenían muy buena pinta.
Por último, antes de partir a Oporto, decidimos visitar Barra que, está a cinco minutos y presume de tener el faro más alto de Portugal. Y efectivamente, eso es lo que tiene. Y ya. Se trata de un pueblo costero que bien se podía confundir con cualquiera de la península, así que no me detendré en comentarlo. Supongo que recomendable para quien busque un destino de playa y chiringuito, pero en este viaje, no era el caso.
Nos fuimos a Oporto sonriendo. No sé qué tendrán los colores, pero a mí, particularmente, me encantan: cuantos más haya, más feliz estoy, así que de este día, no podía sino irme a mi próximo destino, con una sonrisa de oreja a oreja. Por ponerle el punto negativo al día, aunque también diré que propio de la zona en la que estamos: el viento, bastante molesto. No obstante, estar ante el inmenso Atlántico sin nada que te proteja, es lo que tiene, ¿no?
En definitiva, ¡cuánto me gustas Portugal! Tanto, que nos vemos el próximo fin de semana en Lisboa 😉
Si te pasa algo en la otra parte del mundo, ¡al menos que tengas la seguridad de que todo va a salir bien!
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Periodista especializada en Marketing Digital y Big Data y nómada empedernida por naturaleza: YSIFLY es el lugar en el que hablo sobre mis ganas de no quedarme con las ganas de nada