Había pasado infinidad de veces por delante y hasta ahora, nunca me había parado a disfrutarla desde cerca: una ballena descansando sobre el mar de Cantabria, tan infinita como ella y en cierta forma, hechicera.
- Tiempo | 1 hora
- Distancia | 2 kilómetros
- Dificultad | Baja
Durante este último año, he pasado con bastante asiduidad por la A-8 y, al salir del túnel tras pasar Islares, no podía evitar quedarme por momentos hipnotizada mirando la postal que dibuja Oriñón con su ballena como guardián de fondo. He llegado a decir más de una vez, que esa foto que se retrata desde la carretera, es mi lugar favorito de nuestra provincia vecina.
Es cierto que sí que hubo una vez que me alejé para verla con perspectiva, desde los Ojos del Diablo nada más y nada menos, que vigilan la cornisa cantábrica desde lo alto del Monte Candina. Se trata de un plan dominguero del que ya di detalle cuando hice la ruta y que no me cansaré de recomendar; entre mis tareas pendientes, está la de llegar hasta la cima por otro de los caminos.
A lo que vamos.
Finalmente, este fin de semana se alinearon los astros y, dado que a las 15:00 tenía que estar en el aeropuerto de Santander, aproveché la mañana para disfrutar de un lugar increíble con el que me reafirmo, una vez más, en que no necesitamos irnos lejos para encontrar los rincones más mágicos.
No se trata de una ruta de senderismo por el monte como sí que lo es la subida a los Ojos de Solpico (la otra forma de llamar la mirada de Satanás). Ni si quiera podemos decir que es una ruta en sí con su principio y su final, se trata más bien de una bonita zona en la que te gustaría quedarte a vivir para siempre, con todos sus rinconcitos que ahora os cuento.
Sí que debo advertir, que la subida a la propia ballena, me parece más complicada de lo que a priori parecía y por ello, no lo recomendaría a niños, personas con movilidad reducida o un calzado inadecuado. Hubo que agacharse, saltar y por momentos, hasta escalar (¡me encantó!).
Yendo por la A-8 desde Bilbao a Santander, cogemos el desvío a Sonabia. Podemos hacer una primera parada en Oriñón y disfrutar de su preciosa playa. De hecho, se trata de una de las pocas playas que tenemos cerquita del botxo en la que se puede ir con mascotas en verano, lo que es una auténtica gozada. No tengo perro (para mi desgracia), pero en cuanto adopte uno, Oriñón y yo nos veremos las caras muy a menudo.
Esta pequeña localidad pertenece a Castro Urdiales (a 12 kilómetros) y creo que es el lugar perfecto para aquellos afortunados que tienen furgo viajera y se sienten algo nómadas: Hay un camping y un parking lleno de caravanas en pleno febrero. Oriñón es el lugar que, entre los montes de Cerredo y Candina, se asienta sobre las marismas que conforman la desembocadura del río Agüera que atraviesa el vecino valle de Guriezo.
Desde Oriñón se puede subir a Sonabia andando por el bidegorri que hay al lado de la carretera y así, poder disfrutar de las vistas, los acantilados y lo generosa que se pone la naturaleza cuando quiere. Google me dice que son 1,6 kilómetros de subida, por lo que es una opción para dar un paseito.
Ya en Sonabia, andad todo recto hasta que encontréis una pequeña Ermita que os despistará y desubicará, puesto que parece más griega que cántabra con sus tonos azules y blancos (Ermita de la Virgen del Rosario) No os preocupéis, no tiene pérdida, se trata de una pequeña localidad que también pertenece a Castro y que no llega a los 50 habitantes.
Justo ahí, podemos dejar el coche también si hemos optado por la opción de los vagos. A partir de ahí, a la izquierda a la playa y a la derecha a la ballena.
Tras el merendero que encontraremos, tenemos las indicaciones hasta llegar a la playa del Arenal de Sonabia. Ya nos advierten los carteles que es una playa sin vigilancia y te recuerdan que es virgen, y así es como debe de seguir. El propio camino ya nos lo va mostrando y esta pequeña playa escondida, es un auténtico lujo para todos los sentidos. Un pequeño rincón que nos recuerda por qué aquello de Cantabria Infinita. Un mini paraíso que ojalá nadie cambie y que conserve esa intimidad que lo hace tan mágico, tan secreto, tan de verdad.
Podemos disfrutar de la playa también desde lo alto, y de todos los secretos que guardan los acantilados, pero si queremos ir a la ballena, os recomiendo que volváis al punto de partida: a la Ermita. La verdad es que esto no está demasiado bien indicado, pero la lógica nos dice que cojamos el camino de la derecha y vayamos hacia abajo.
Y llegamos. Y ante nosotros la silueta de una ballena descansando sobre el mar. Y encuentras la paz. Y merece la pena mirarla desde cada perspectiva en silencio y escuchando las olas romper sobre sus rocas. Y ahí es cuando te das cuenta de que todo es mucho más fácil de lo que parece y te embriaga un profundo sentimiento de libertad. ((A mí al menos, que estoy muy existencialista últimamente).
Lo primero y más importante de todo: antes de subir sobre el lomo de la ballena o Cabo Cebollero, revisad las mareas. Nada de fiarse de lo que os digan los que paseen por ahí sobre que si la marea está subiendo o bajando. De verdad, no os fiéis y miradlo en google porque puede ser peligroso y darnos algún que otro disgusto (confieso que yo me fié y me tocó correr. Y fue muy guay y me generó mucha adrenalina, pero lo responsable por mi parte es recordarlo y que cada uno elija sus propios riesgos 🙂 )
Seré completamente sincera, al fondo vemos césped y parece que todo el camino será una especie de campa. Pero esto no es verdad, el camino hasta llegar al final, lo componen rocas en un terreno bastante escarpado. Como decía, toca saltar, agacharse para bajar, estirarse para subir, hacer fuerza e incluso sentirse aventurero. Yo no llevé el calzado más adecuado y no tuve ningún disgusto (zapatillas de deporte básicas), pero sí que recomiendo, al menos, ir cómodos (el glamour de los tacones y lo fresquito de las chanclas, dejémoslo para otra ocasión). No quiero decir que sea la dificultad hecha ruta, pero vaya, mejor será estar preparados.
Es entonces cuando, tras pasar los obstáculos, encuentras la mejor recompensa, como en la vida vaya. Te das la vuelta y ahí están, los Ojos del Diablo, a los que les miras de frente y mantienes la mirada en un pulso donde quien gana es la belleza que nos rodea. Qué pasada, de verdad. Qué maravilla de lugar, no consigo entender cómo no había venido antes a conocer a esta ballena que ya forma parte de los lugares a los que quiero llevar a las personas especiales de mi vida.
Para poner el broche final a este plan que puede, perfectamente, ser la mañana de un plan dominguero, Sonabia nos ofrece el Bar la Ballena y el Restaurante las Encinas. En este último comí este verano con mis amigos y mentiría si dijera que nos encantó… pero llenar el estómago, siempre es el mejor broche final a un plan dominguero, así que disfrutemos de la vida que eso es a lo que hemos venido a este mundo 🙂
Periodista especializada en Marketing Digital y Big Data y nómada empedernida por naturaleza: YSIFLY es el lugar en el que hablo sobre mis ganas de no quedarme con las ganas de nada