Este fin de semana lo tenía todo para ser perfecto, así que, honestamente, el destino era lo de menos. Hace un par de meses, metimos en la coctelera de Skyscanner todos los ingredientes hasta encontrar el mejor combinado. Para ello, tuvimos que contar con que el elixir viajaba desde Barcelona, Dublín y Bilbao y que sólo se podía permitir, saborearlo durante el fin de semana. ¿El resultado? un delicioso y refrescante cóctel llamado Manchester, con unas gotitas de Liverpool.
Prosa aparte, hay destinos que me muero por conocer, pero para ser honestos, ni Manchester ni Liverpool habían entrado en mis planes nunca. O al menos, nunca antes de haber visto Peacky Blinders y descubrir que algunas escenas se rodaron en la segunda, serie de la que he estado totalmente enganchada y que se posicionó como único aliciente para tener interés por estas dos ciudades.
Lo realmente interesante de este viaje, era volver a vernos y crear nuevos recuerdos. Ellos dicen que yo todavía no he superado el Erasmus y que es probable que nunca lo haga, y en cierta medida, puede que tengan razón. Cuando no nos vemos, apenas tengo vagos recuerdos del que fue «mi año de inflexión», pero dos o tres veces al año, necesito volver. Volver a ellos. Volver a ese momento donde todo cambió.
Reencontrarme con aquella gente que se convirtió en mi familia, y que da igual cuánto tiempo pase sin vernos o las semanas que no intercambiemos ni un triste whatsapp, porque todos ellos siguen ahí siendo nómadas sin ciudad dispuestos a darlo todo.
Siempre he tenido la sensación de que reencontrarme con ellos, es volver a encontrarme a mí misma. Recordarme que, aunque todo lo demás cambie, en realidad nada cambia: ellos siguen ahí, siendo esa noche atrapante de confesiones; esa dosis de locura, intensidad y vida concentrada, ese no te juzgo y haría lo que fuera por ti, porque eso es lo que hacen las familias.
No estábamos todos los que somos y sabe Dios cuánto eché de menos alguna que otra ausencia. Pero sin duda, sí somos los que estábamos.
En Manchester, malamente
Como decía, fuimos a Manchester porque los vuelos tenían buenos horarios y precios y, por tanto, lo suficiente para ser nuestro destino. Sabíamos que no era una ciudad con mucho que ver, por lo que, todavía era mejor destino: más tiempo que perder frente a unas cañas poniéndonos al día.
No obstante, dentro de su «no hay mucho que ver», no esperaba que fuera tan poco. Para ser sincera, después de haber visitado esta ciudad, la definiría como «todo y nada». Todo para vivir: creo que es una ciudad muy recomendable para vivir, hay de todo, muchísimo ambiente (y si hablamos del nocturno, demasiado incluso), muy bien comunicada, con muchas oportunidades, precios asequibles para ser Reino Unido… incluso dos equipos de fútbol que ofrecen un Derby de altura capaz de movilizar a algún que otro forofo bilbaíno: sin tener la menor idea de que había fútbol ese fin de semana en Manchester, me di cuenta en cuanto vi el perfil de viajeros en la cola de espera en del avión.
Y cuando digo nada, no quiero ser exagerada… pero de verdad que lo poco que me llamó la atención de Manchester fue la plaza del Ayuntamiento y, probablemente, porque ya estaba el mercado de Navidad (eh! el encendido de luces siempre ha sido el finde del 23 de noviembre! ¿de qué vais?).
Es una ciudad muy cómoda para visitar, con muchas tiendas para irse de compras, a cenar por ahí, salir de fiesta, pasear sin agotarse… pero ya. No digo que sea fea; es una ciudad normal heredera de la revolución industrial que no tiene mucho que ver pero sí mucho por vivir.
En Liverpool, el ciento por ciento por cierto
Liverpool es otra historia y precisamente, a eso huele. Liverpool también es el resultado de la revolución industrial, pero a su vez, es la historia de sus revolucionarios. Es arte callejero y edificios monumentales. Es la vergüenza de su puerto de esclavos y el orgullo de los Beatles. Es cine, lectura y escenario. Y también es la filarmónica en medio de un ensayo general en su catedral dejándonos atónitos.
No estoy segura de que Liverpool tenga algo en lo que digas guau, pero sí creo que tienes esa sensación al pasearla. Al encontrarte una Iglesia bombardeada en la Segunda Guerra Mundial y, reconvertida en espacio de exposiciones y conciertos al aire libre. Al cruzarte con referencias a artistas en cada esquina. Al llegar a la tetería con más encanto del mundo (Cuthbert’s Bakehouse) y, que sin ser devota del té, pases un par de horas allí saboreando la vida y los scones.
Liverpool y Manchester están a tan sólo 40 minutos en tren (15€ ida y vuelta aproximadamente) por lo que, no concebiría un fin de semana en una sin ir a visitar la otra. Incluso plantear los vuelos a la ciudad opuesta a la que nos alojemos, ya os digo que está todo muy bien comunicado y accesible, por lo que de verdad, que merece la pena.
Por poner el toque práctico a este post, que más que nunca, aunque como siempre, trata de sensaciones, diré que «ni me molestaría» en cambiar euros a libras, ya que prácticamente todo, se puede pagar con tarjeta. Nunca está de más, está claro, pero en nuestro caso ya buscábamos hasta dónde encasquetarlos para quitárnoslos de encima.
En cuanto al alojamiento, nosotros escogimos quedarnos en Manchester porque tres de cuatro que íbamos, volábamos hasta y desde aquí y por pura comodidad. La verdad es que creo que fue una buena elección, porque así dedicamos el sábado completo a Liverpool, que como digo tiene más cosas que ver que Manchester y, a esta ciudad, le regalamos nuestro viernes y sábado noche y domingo. Fue Hatters Hostel Manchester nuestra elección, un «habitación cuádruple» muy bien ubicado, barato y con desayuno incluido que regalaba a sus huéspedes un quinto sin ascensor. A elección del consumidor.
Sobre la comida, me gustaría destacar en particular en restaurante en el que estuvimos: The Moon Under Water. Es una cadena de restaurantes con locales muy grandes y decoración bastante peculiar, a muy pero que muy ben precio, rapidez y variedad. ¡Recomendable!
Y por último, si hay algo que recomiendo encarecidamente en ambas ciudades, es entrar a sus bibliotecas. Sí, puede que en casa no piséis una ni por error, pero de verdad que tienen un encanto muy particular (y propio de Harry Potter).
Siempre digo, que en el recuerdo que tenemos de un lugar, influye mucho cómo nos hemos sentido allí y que el destino más increíble del mundo puede pasar desapercibido si tuviste una mala experiencia y viceversa. Dudo mucho que Manchester y Liverpool se conviertan repentinamente en mis rincones favoritos del planeta, pero sí que tengo claro que ya forman parte de esos recuerdos bonitos que queremos seguir creando. No recomendaría un viaje específico hasta allí que suponga renunciar a otras alternativas, pero no lo descartaría como casualidad o como escapada. Al fin y al cabo, viajar es sinónimo de vida.
A mí, personalmente, me da igual cuándo, cómo, dónde y con qué escusa; yo ya estoy pensando en cuándo será la próxima vez que resolvamos el mundo, paremos el tiempo y brindemos por esa vida.
Si te pasa algo en la otra parte del mundo, ¡al menos que tengas la seguridad de que todo va a salir bien!
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Periodista especializada en Marketing Digital y Big Data y nómada empedernida por naturaleza: YSIFLY es el lugar en el que hablo sobre mis ganas de no quedarme con las ganas de nada