Hedonismo en la reina de las Cícladas: bienvenidos a Mykonos

Desconozco qué significa Mykonos en castellano, pero no me costaría asumir que su traducción fuera sinónimo de placer. Cuenta la mitología griega, que debe su nombre a Mykono, el hijo de Apolo que a todos dejaba cautivados con su belleza.

Y eso, es precisamente Mykonos. Es glamour puesto en el mapa en forma de una pequeña isla de 81 kilómetros. Es la exclusividad de María Callas, Jackie Kennedy o Liz Taylor, tomando el sol en la cubierta de sus yates. Es un verano tras otro de fiestas al amanecer y champán francés. Es sacar la visa por tener una hamaca blanca en primera línea de playa o escoger tu mejor modelito para ver atardecer.

Pero también es la isla de los dioses, en la que Hércules venció a gigantes. Hoy en día, Cicno y Porfirión, que así se hacían llamar dichos villanos, descansan en forma de roca junto a las aguas cristalinas que bañan la costa de la isla. Mykonos no necesita decir que es libre, porque lo sientes en cuanto pones tus pies en tierra: es la tolerancia de sus 9.000 habitantes, que han hecho de esta Cíclada, la meca del turismo gay. Es entender que la gastronomía griega, pasará a ser una de tus favoritas desde que degustas su primer plato. Mykonos es blanca y azul, o eso crees que se esconde bajo los souvenirs que están tras las multitudes de turistas.

Y es una puesta de sol rojo fuego. Porque Mykonos no vendrá de un volcán como Santorini, pero es puro fuego.

Paseo por Chora

Ya adelanté en el post de las islas griegas, qué hicimos durante nuestra estancia en esta pequeña isla, transportes públicos, alojamientos y detalles más técnicos, así que intentaré, en esta ocasión, hablar de lo que me traigo de recuerdo de este pequeño paraíso.

No estuvimos más que tres días (o dos y medio) en la isla, y decidimos no alquilar transporte privado, por lo que nuestra estancia se limitó a la zona de playas+fiesta y Chora. Me encantaría haber visitado el resto de la isla, obviamente, pero en mi defensa y cayendo en el máximo simplismo, diré que es lo que todos hacen en Mykonos.

Hamacas primera línea

Paradise, Super Paradise o Paraga. Estas tres playas (y sus continuas) son las que acaparan todo el protagonismo de la isla. Desconozco si son las más bonitas porque, como digo, no pude verlas todas, pero sí diré que no las escogería entre mis favoritas. Son las más frecuentadas y, el postureo es insaciable y, por momentos, inaguantable. La práctica totalidad de la arena (piedrecitas pequeñas), está copada por hamacas de chiringuitos de moda, música electrónica de fondo y cuerpos esculturales que llevan todo el año planificando este momento.

Se puede ir andando de una a otra y, entre ellas, están las discotecas más famosas de la isla, así como los chiringuitos que comienzan la fiesta a media tarde. No en vano, allí están los dos campings más famosos de la isla, repletos de gente joven de todo el mundo con ganas de pasárselo bien (muy bien).

Las comparaciones son odiosas, pero la pregunta es más que frecuente, tanto a la vuelta como allí: ¿Ibiza o Mykonos? Según dicen los entendidos, estos dos son los epicentros de la fiesta y el famoseo. He estado en ambas y, desde mi humilde opinión, no tienen nada que ver. Puede que Mykonos acabe por cogerle el testigo a Ibiza, según dicen los entendidos repito, pero ese relevo no ha llegado todavía. La fiesta se llama Ibiza y, aunque en Mykonos puedes bailar sin tregua, la pitiusa juega en otra liga.

Por concluir con el tema de la costa, diré que no es difícil encontrar playas que te quitan el aliento en esta isla, sobre todo cuando buscas entre las rocas y te encuentras calas en las que te empadronarías de por vida. De esas, a las que las multitudes no han llegado porque prefieren las hamacas de primera línea, pero que te alegras de que no tengan ni idea de lo que se están perdiendo… perderse, para encontrarse, como filosofía de viaje 😉

El bueno de Petros
Por suerte, pude conocer al sucesor de Petros ¡y de casualidad!

De la zona de playas a Chora, hay buses con bastante frecuencia que, se llenan, pero que desconocen la palabra aforo, por lo que, arrimándonos un poquito, seguro que cabemos todos. Ojo, no hay nocturnos y el taxi cuesta unos 25€ aproximadamente entre los campings y la ciudad. Ojo BIS: es probable que temáis por vuestra vida en este bus según qué conductor os toque; hablamos de una isla con caminos de cabra por carreteras, en los que suena música griega a todo (TODO) volumen y que, no sé qué dirá el código de circulación, pero ha de ser algo así como que el bus siempre tiene preferencia.

Y llegamos a Chora. ¡Y qué bonita es! Mientras la paseas, estás pensando en cuándo volverás para disfrutarla con otra luz. Un estrecho laberinto con rincones, a cada cuál más increíble, que tienen por pantone el blanco libre y el azul mar. Recomiendo verla tanto de noche, entre las velas de sus terrazas, como de día, bajo un sol de escándalo. Incluso madrugar, para sentirla en pura esencia.

Porque si algo le falla a Chora, es que es de tantos. Caminarla es ir esquivando turistas que, como tú, se quedan maravillados y lamentan no ser los únicos en haber elegido ese destino. Mirarla es entrever su magia, que está escondida tras souvenirs, escaparates luminosos, y todo tipo de recuerdos que preferirías no recordar.

Y si de algo puede hacer gala Chora, es de su puesta de sol. Su pequeña Venecia es quien acapara más público para disfrutarla, mientras cena en primera línea de la costa. Sin embargo, si vuelvo a Mykonos, regresaría una y mil veces a verla desde los molinos. Sentada en la playa, en el suelo, de pie, con unas cañas, cenando o simplemente, en silencio y disfrutando de la vida.

Hay atardeceres y atardeceres: algunos pasan a diario, sin que te percates si quiera que están ahí dando un espectáculo e intentando llamar tu atención. Y en cambio, hay otros que se te quedan clavados en la retina, y que da igual cuánto tiempo pase o cuántos vengan después que habrán pasado a formar parte de tu lista de imborrables. Un repertorio en el que están Dubrovnik, Karlstad, Lisboa, Bangkok, Ibiza… y como no podía ser de otra forma, Madrid (da igual si desde Vallecas o en la terraza de un décimo piso) o con Bilbao a tus pies desde mi rincón favorito o en la playa.

Mykonos, no te prometo que vaya a volver a verte, porque hay un Egeo ahí esperándome lleno de secretos por contar. Pero sí te prometo que visitaré más Cícladas, que te recomendaré a quien me pregunte, que volveré a bañarme en tu mar y que soñaré con ese atardecer que es casi, tan fuego, como tú.

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