Búnkers del Carmel: una panorámica de Barcelona desde las alturas

 

“Nada sucede por casualidad, en el fondo las cosas tienen su plan secreto, aunque nosotros no lo entendamos”.
Carlos Ruiz Zafón, Barcelona.

 

A veces, sólo es cuestión de perspectiva. Hay ocasiones en las que, simplemente, tenemos que tomar distancia para ver mejor la realidad. Alejarnos para acercarnos un poquito mejor. Siempre he pensado que, los mejores rincones de las ciudades, muchas veces no están en ellas: si no fuera, en las alturas. En aquellos lugares donde reina la calma y puedes disfrutar de un sitio sin que éste lo sepa: observarlo vulnerable a hurtadillas mientras te muestra su cara más oculta y, también, la más sincera. Desde donde intuyes miles de vidas cruzarse con historias paralelas que tal vez, jamás lleguen a colisionar. O sí, y entonces surja la magia.

Desde arriba, la ciudad parece impenetrable pero está más desnuda ante ti que nunca. Te muestra su historia a través de sus rasguños y cicatrices y te cuenta qué le preocupa o con qué sueña. Pero además, desde lo alto, la puedes escuchar cantar, saber a qué huele… creer que la dominas y, sin embargo, darte cuenta de lo pequeño e insignificante que eres para ella. Que tú pasarás y la pisarás, que la reirás y llorarás, que la sentirás tan parte de ti como si fuera tuya. Pero que cuando te vayas, seguirá estando allí, dispuesta a ser el escenario de nuevas páginas en blanco. Como siempre.

Foto de Biblola

UNA BARCELONA DE VÉRTIGO

Nunca he vivido en Barcelona en el sentido literario de la palabra pero sí en el figurado: no he residido allí (de momento), pero es una de esas ciudades en las que he vivido tan intensamente como si fuera mía en cada visita fugaz. Por ello, en esta Barcelona que parece que vuela, nada me apetecía más que observarla con los ojos de un gigante durante mi última escapada.

Había respirado esta ciudad en los clásicos: desde Tibidabo a Parc Güell y del Museo Nacional de Arte de Cataluña y Las Arenas al Castillo de Montjuic, donde solíamos gritar. En esta ocasión, escogimos un pasado muy presente para ver una realidad más revolucionaria que nunca. El lugar elegido fue en lo alto de Turó de la Rovira, donde descansan Bunkers del Carmel.

Es posible llegar hasta allí tanto en bus (24, 92 114, 119 y V17) como en metro (Carmel y andar 5 minutos), pero nosotros optamos por subir andando: aunque la panorámica que se ve desde el mirador es el plato estrella del menú, el recorrido va dejando suculentos aperitivos en forma de postal. Fuimos andando desde Gracia, por el carrer de les Carmélles y pasando por el parc de les Aigües hasta adentrarnos en la pendiente. Que no os asuste, en cuestión de 20 minutos estuvimos en el mirador sin llevar ningún tipo de calzado en especial. Eso sí, no está adaptado para sillas de ruedas ni carritos, se trata de un camino al uso que nos hará sudar y cruzar por el Puente Mühlberg.

Una vez llegamos al mirador, nos encontramos para mi sorpresa (ilusa de mí, estaba en Barcelona), ante una estampa «de lo más hipster». Parejas con botellas de champagne diciéndose, tal vez, «tengo ganas de ti» y grupos de amigos alrededor de picnics nada improvisados «a tres metros sobre el cielo». Apuesto a que todos ellos volvían de esta excursión con un book de fotos en su móvil con las que renovar sus imágenes de perfil.

Muy cerca de los Bunkers, comimos el Restaurante Las Delicias, un bar de «los de siempre» con comida que hace justicia a su nombre a muy buen precio (unos 13€ por persona comiendo de raciones con bebida, postre, café…). ¡Recomiendo! Eso sí, con cola de espera, así que mejor llamar para reservar.

ECHANDO LA VISTA ATRÁS

A día de hoy, los Bunkers del Carmel nos regalan una de las mejores vistas de la ciudad pero no están allí por casualidad. Se construyeron durante la Guerra Civil en 1937 con el objetivo de defender Barcelona de las tropas antifascistas. Junto con las baterías aéreas de San Pedro, fueron los ejes de la defensa antiaérea de la ciudad mientras duró la guerra. A partir de los 50, se retiraron los cañones y se urbanizó este espacio convirtiéndose en residencia de clases sociales con bajo poder adquisitivo: hasta 500 barracas llegaron a ocupar este lugar desde el que se podía atisbar a un joven Daniel Sempere a lo lejos haciendo de las suyas junto a Fermín Romero de Torres.

Fue gracias a los Juegos Olímpicos que se asignó un nuevo hogar a los habitantes de los Bunkers del Carmel en los pisos verdes y se adaptó la zona a lo que hoy día conocemos, patrimonio de la ciudad de Barcelona. En su lugar, ahora reside una de las sedes de MUHBA, el Museo de Historia de Barcelona y, desde 2015, se puede visitar el interior de algunos de los búnkers donde hay vídeos y paneles informativos: Pabellón de Oficiales, el Pabellón de la Tropa y el Puesto de Mando de la Batería.

Las buenas historias necesitan de pocas palabras… y así es como Barcelona se presenta ante nosotros en los Bunkers del Carmel: transparente, preparada para que la descubramos y siempre dispuesta a darnos más de lo que nos quita. Un lugar mágico que, sin lugar a dudas, merece la pena disfrutar con vistas al mar… així estirada se’t veu espectacular.

 

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