Siete años de aquel AÑO. De aquel punto de inflexión que nos cambió la vida y nuestra forma de ver el mundo: Erasmus. Solíamos decir que todos habíamos llegado hasta allí huyendo de espejismos y horas de más o esperando encontrar algo, aunque no sabíamos muy bien qué. Sin conocernos todavía, sabíamos que teníamos más en común de lo que compartíamos en casa: nuestro valor para marcharnos… aunque bastante miedo a llegar.
Ahora, que está tan de moda hablar de banderas, de patrias y de naciones. Ahora, que parece que no eres nadie si no estás en un bando o en otro. Ahora, más que nunca pero igual que todos los días, recuerdo precisamente la bandera que he vestido con más orgullo y que sin embargo, no pertenece al lugar ni en el que nací, ni en el que crecí (en cierta forma sí).
En nuestro caso se teñía de azul y amarillo y tenía por emblema un sol, pero cualquiera que haya estado de Erasmus, creo que se verá identificado con lo que os voy a contar. Sólo hay que cambiar el escenario, pero apuesto a que los ingredientes que forman esta coctelera, son los mismos. Bienvenidos a Karlstad, Suecia:
Lo que se dice, lo que se cuenta
- Fiesta, el tema por antonomasia: Sexo, drogas y rock and roll. Lo que todos en casa creen que se hace allí. Y quién soy yo para desmentirlo. Cualquier excusa es buena para vivir al límite, porque allí es como se vive: al límite en todos los sentidos. No importa qué día de la semana sea e incluso, qué hora: el concepto de fiesta alcanza otra realidad. Se vuele más inclusiva que nunca y todos son bienvenidos, principalmente la creatividad ¡cualquier idea es buena! ¿Fiesta playera a -28 grados? ¡Vale! Llenamos el suelo de arena, compramos una piscina, todos en ropa de baño… y qué os voy a contar. Aquel año, Suecia podía haber enviado equipo olímpico para aquaplaning.
- Te regalan las notas: pues no sé dónde estaría esa tómbola pero a Suecia, no llegaron las papeletas. Es cierto que puedes matricularte en asignaturas diferentes, y que tal vez, tengas suerte al hacer las convalidaciones con tu coordinador y te inflen las notas. Pero de ahí, a que te las regalen… Que se lo pregunten a algún compañero que en junio exprimió hasta los últimos minutos por aprobar. De hecho, hasta que llegué a aquel país, no había hecho nunca exámenes de 5 horas (eso sí, con comida encima de la mesa para aguantar y pudiendo ir al baño!)
- Love, life, laugh: Erasmus orgasmus, otro mito que es real… ¿y qué esperamos? No olvidemos que esta coctelera está formada por personas de la misma edad (¡y qué edad!) que acaban de conocerse y compartirán un año de sus vidas y, sobre todo, que tienen ganas de pasárselo bien.
También cuentan que todo aquel que va con pareja de Erasmus, o rompe su relación durante este año o es infiel… y por la experiencia que viví, creo que es un mito casi real pero no certero. Ocurre, claro que ocurre, pero me atrevería a decir que las parejas que están bien antes de irse y que se quieren de verdad, aguantan sin más problema que la nostalgia y vuelven reforzados: una prueba donde cruzar la frontera entre siempre o jamás. Lejos de arrepentirse de hacerlo, agradecen a su compañero/a su valentía, incondicionalidad y las charlas a cualquier hora y sin pretexto. A veces entre tanta gente que se cruza en tu vida Erasmus, te sientes solo y pequeño… y ese brazo dispuesto a levantarte en cada caída, puede ser tu tesoro más preciado.
También es cierto que son muchos los que encuentran a su media naranja de Erasmus, no podemos olvidar que hay demasiado en común y que el destino no es de los que deja cabos sueltos – todo pasa por alguna razón 😉 (de mi año, casi todas las parejas que surgieron, siguen juntos y algunos, incluso han pasado ya por el altar). - Amigos y más amigos: de repente, tu muro de Facebook te muestra fotos con personas cuyo nombre eres incapaz de pronunciar y su cara, aún no recuerdas. Es lo que tiene Erasmus: todos vamos solos y todos, nos convertimos en amigos. En nuestro caso, estábamos en un campus alejado de la ciudad… algo así como un pueblo sin ley, donde todos nos conocíamos. Si no sabes, aprendes a socializarte en el minuto uno que pisas tu nuevo hogar. Sin darte cuenta, estás hablando con un paquistaní sobre cricket, celebrando el Año Nuevo Chino o entendiendo que, entre todos aquellos ciudadanos Erasmus, había un grupito que acabaría convirtiéndose en tu familia.
Lo que eres, lo que aprendes
- Con las maletas siempre hechas: tienes menos dinero que nunca pero viajas más que en la vida. Este año, por algún tipo de fuerza divina, jamás estás cansado: siempre tienes ganas de más. No ha terminado el domingo y ya estás pensando a dónde viajarás el fin de semana siguiente. No piensas en ahorrar, tu cuenta corriente siempre está temblando esperando la ansiada beca (y escasa, sobre todo en algunas comunidades) y ni tan si quiera tienes un plan B por si te quedas a cero. Pero da igual. Quieres exprimir cada minuto de tu vida Erasmus y viajar se convierte en un gen de tu ADN. De hecho, re-aprendes a viajar y a saber que menos es más en cuanto a alojamiento, transporte, comida…comienzas a disfrutar de otros pequeños detalles que te dan los nuevos destinos y que hasta entonces, pasaban desapercibidos.
Tal vez fue allí donde nació mi nomadismo congénito, con Karlstad como centro de operaciones visité Noruega, Alemania, Suecia, Dinamarca y Letonia. - Experto culinario: durante las primeras semanas, tu dieta se limita a pasta. Sin embargo, sin darte cuenta te haces un experto chef: empiezas a cuidar tu alimentación a medida que vas echando de menos los platos de cuchara y, aprendes a cocinar muchas recetas de tus amigos. Por no hablar, de los platos típicos de otros lugares que pruebas casi a diario. ¡Delicatessen!
- Te haces matemático: si hay algo que escasea, es el dinero y, para el que tienes, cuentas con otras prioridades: viajar. Por ello, te conviertes en un auténtico experto de las finanzas: en cuestión de meses, sabes a qué supermercado ir para comprar el atún y cómo decorar tu habitación a base de reciclaje o DIY.
- Acabas hablando fluently: no te queda más remedio, o te armas de valor y rezas porque tu interlocutor tenga paciencia y sea comprensivo, o te pasas todo un año a la sombra de un buen amigo. Ya no es sólo para sacar el curso sino que, si quieres hacer amigos o, simplemente, comprar el pan… necesitas atreverte a hablar un idioma que no es el tuyo. Y acabas haciéndolo: y mucho mejor de lo que te piensas. Es instinto de supervivencia.
Además, si el lugar al que vas es como Suecia que, aparte de inglés, hay otra lengua oficial… te animaría a que intentaras aprender. Puede que no te vuelva a servir de nada, o tal vez sí. Por no hablar de que, si estás viviendo allí, qué menos que intentar integrarte: pero no me voy a adelantar, amarás ese país y querrás impregnarte de su cultura.
Lo que sientes, lo que extrañas
- La familia es la familia: tienes amigos antes y después de Erasmus y desde luego, no les quieres ni más ni menos. Pero les quieres distinto. El vínculo que se crea con aquellas personas con las que has compartido tanto, se vuelve muy especial y, con un poco de mimo, es para toda la vida. Allí estás solo y, esas personas se convierten en tu familia… descubres lo que significan la palabra generosidad y ayuda. Si un miembro de esa familia te necesita porque se siente solo, porque tiene que hacer el papeleo y no tiene ni idea, porque tiene visita y no sabe cómo organizarse, porque se ha encontrado unos muebles y los quiere re-utilizar… simplemente vas: sin preguntas ni explicaciones. Todos a uno, Fuenteovejuna.
La vida no sólo se magnifica en Gran Hermano, también lo hace de Erasmus. Vives y sientes todo de forma intensa y ni siquiera te planteas qué ocurrirá después del 30 de junio. Las noches atrapantes entre creps con chocolate, sidra sueca y con la guitarra al son de rojitas las orejas, se convierten en la mejor noche de tu vida. - Aprendes a echar de menos: de repente, te das cuenta de que jamás habías echado de menos. O al menos, así. Te das cuenta de cuánto quieres a algunas personas y, que son esas a las que más extrañas, las que en el fondo, más te importan. Las que forman parte de ti.
Y no sólo aprendes a echar de menos a tus seres queridos. También momentos, detalles e incluso cosas. Y una vez que empiezas a sentir así, esta sensación te acompaña por siempre… has aprendido a echar de menos de verdad y esto, no se desaprende tan fácilmente. - Aunque también relativizas: por primera vez en tu vida, ves las cosas desde otra perspectiva. Aprendes a relativizar, a darle importancia a lo que realmente lo tiene. Si antes te comentaba que todo se magnifica y todo se vuelve intenso, es precisamente por este «nuevo orden» que empieza a imperar dentro de ti: lo que antes pasaba desapercibido o no te dolía, simplemente deja de importar. Lo que te hace vibrar, se vuelve eterno. Más fuerte que nunca.
- Es intenso, porque es limitado: sabes que el mejor año de tu vida tiene fecha de caducidad. Algo que te condena cuando ves pasar los días pero que también, hace que sea mágico: este cuento comienza a la vez para todos sus protagonistas, en una inmensa página en blanco donde cada cual, puede ser quien quiera ser. Sin prejuicios. Sin opiniones previas. Sin rencores. Simplemente, tú: tienes la oportunidad de que los demás vean de ti lo que tú quieres que vean, y ahí, es cuando sacas a tu verdadero yo. Cuando realmente, te desnudas.
En nuestra vida normal, no le damos el valor suficiente a cada día, simplemente dejamos que pasen. Sin embargo allí, en esa pequeña vida paralela, eres consciente en todo momento de que son 365 días y que harás que cada 0,33% de ese total, cuente. Definitivamente, si fuera para siempre… no lo valoraríamos tanto. Su esencia radica en que es limitado y, a su vez, infinito.
Lo que te cambia, lo que te mueve
- Te abre la mente: te hace más tolerante, más comprensivo, más empático. Tienes conversaciones con personas que piensan, viven y sienten radicalmente opuesto a ti en la otra punta del mundo y que tienen sus razón para hacerlo así. Aprendes a colaborar con ellos y a ponerte en su lugar y te olvidas de lo que os diferencia. Por ello, aunque cada día echas más de menos las cosas buenas de casa… cada vez entiendes menos de fronteras.
- No eres el mismo que cuando se va: Erasmus es algo así como una pequeña vida paralela dentro tu vida normal y, cuando vuelves: todo sigue normal en tu ciudad de origen, salvo tú: hay algo en ti que ha cambiado… y me temo, que para siempre. Las conversaciones, el día a día en casa e incluso el paso de las horas es el de siempre y cuando llegas, enseguida eres uno más. El de toda la vida… pero realmente no. Esa vida paralela que todos en casa desconocen, realmente existió, forma parte de ti y, aunque quisieras evitarlo, te cambió. Fue un punto de inflexión desde el que ves la vida de otro color.
- Te vuelves monotemático: y de repente, tu único tema de conversación es contar una anécdota tras otra del que aseguras, ha sido el mejor año de tu vida, para ver si así, vuelves a revivirlo. Y es entonces, cuando en los encuentros con tu familia de Erasmus, sólo vives por el recuerdo y entiendes cuán nostálgico te has vuelto. Comprendes que la depresión post-erasmus es tan cierta como que aquello fue real, pero de eso, también se sale: llega un momento en el que empiezas a crear nuevos recuerdos.
- Te haces valiente: porque has vencido tus miedos y te han sacado en hombros por la puerta grande. Has sobrevivido a un año en el que te has enfrentado tú solo a un país donde no conocías a nadie, donde no hablaban tu idioma, te has entendido con personas de otra cultura, has aprobado exámenes en una lengua diferente, por primera vez te has encargado de «papeleos de mayores» y te has independizado, ¡incluso has aprendido a cocinar!… y no sólo lo has hecho bien, has vuelto con amigos para toda la vida después de haber vivido experiencias que muchos ni siquiera creerían. Mientras en casa pensaban que ibas de fiesta en fiesta… realmente estabas creciendo a pasos de gigante, con pie firme y cada vez, más seguro de ti mismo.
Dicen que al lugar al que has sido feliz, no deberías de tratar de volver. Yo creo que quien dijo esto, es que no fue feliz de verdad. O al menos, no tanto como lo fuimos nosotros allí: en ese lugar y en ese momento. No espero que alguien que no haya vivido esta experiencia, dé crédito a mis palabras. Pero si quienes lo hemos vivido, coincidimos de forma unánime… por algo será.
Desde entonces, no hay festival de Eurovisión o Mundial en el que no me alegre con los triunfos de Suecia ni tragedia suya que no sienta tan mía como una propia. Y desde entonces, tengo la enorme suerte de tener una segunda familia: aquellos que hicieron tan especial aquel 2010-2011 y que dan sentido a estas palabras. Así que va por vosotros #SwedishFamily 🙂
Y es que, dejarse llevar sonaba demasiado bien. Jugábamos al azar, y no sabíamos dónde íbamos a terminar. O empezar. Y tampoco nos importaba.
Si te pasa algo en la otra parte del mundo, ¡al menos que tengas la seguridad de que todo va a salir bien!
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Periodista especializada en Marketing Digital y Big Data y nómada empedernida por naturaleza: YSIFLY es el lugar en el que hablo sobre mis ganas de no quedarme con las ganas de nada
Qué bonito Marta. Cuantos recuerdos afloran leyéndote. Un abrazo muy grande.
Si es tan bonito es por aquellos que lo hicisteis posible 🙂
Un abrazo desde este lado del Atlántico!