En su explicación más científica, un oasis hace referencia a cualquier área geográfica fecundada por una fuente de agua dulce ubicada en una región seca y árida en la que crece vegetación. Sin embargo, para nómadas, beduinos y tantos otros transeúntes de las tierras más solitarias del planeta, un oasis siempre ha sido sinónimo de paraíso: un remanso de vida en medio de la nada.
En cierta forma, el desierto de Huacachina de Perú, ha sido lo mismo para mí: tras semanas de mucho estrés arrastrándome hasta la meta de las vacaciones, este inóspito lugar se presentaba ante mí como un punto de inflexión. En cuanto supe que por fin iba a ir de viaje al país andino, tenía claro que este lugar de película, sería la primera parada de mi viaje. Esta vez no era un espejismo, era un oasis de verdad en el desierto.
Un lugar de leyenda
Supe de la existencia de este oasis cuando trabajaba en una agencia ayudando a otros a cumplir sus sueños viajeros y, desde entonces, este lugar se convirtió en foco de mi obsesión y reclamo para ir a Perú (por si no tenía suficientes motivos). Era mi asignatura pendiente, me moría de ganas por ir a Sudamérica, pero Perú, concretamente, tenía que ser mi puerta de entrada y, el oasis de Huacachina, el punto de partida. ¡Qué suerte la mía de que así fuera! 🙂
Para los que no conozcáis este lugar, pongámonos en antecedentes. En medio de las dunas que se sitúan al Sur de Lima y, a tan sólo 5 kilómetros de Ica, encontramos las aguas color esmeralda del oasis de Huacachina. Surgieron como consecuencia de corrientes subterráneas y, con el paso de los años, eucaliptos y palmeras, han florecido para dar más encanto, todavía si cabe, a este recóndito y único lugar.
Tiene unas dimensiones de 100 metros de largo por 60 de ancho y, a su alrededor, encontraremos 115 vecinos, pequeños comercios, restaurantes, tours y, un sinfín de reclamos turísticos y turistas para quitar misticismo al «oasis de América» y hacerlo terrenal y lleno de viajeros. Qué le vamos a hacer, no tengo sueños exclusivos, aunque si debió de ser un sueño allá por 1960, cuando el poder de sus aguas curativas, hicieron de este oasis, uno de los balnearios más exclusivos de todo el Perú.
Cuenta la leyenda, que una bella doncella llamada Hhuacay China, se enamoró de un guerrero de la época, que murió en la batalla. Ella, estaba tan triste, que se puso a llorar durante días hasta que formó esta pequeña laguna.
Un día, otro apuesto guerrero pasó por allí, pero ella asustada, se escondió bajo la laguna. La historia dice que, cuando ella quiso salir, se dio cuenta de que se había convertido en una sirena y que, desde entonces, cada noche de luna llena, la doncella sale del lago para llorar a su amado. Real o probablemente no, precioso es un rato.
Cómo llegar al oasis de Huacachina
Para llegar al oasis de Huacachina, podemos ir desde Ica, que como decía está a 5 kilómetros. Otra opción, es ir directamente desde Lima a pasar el día, que está a unas tres horas y media o cuatro: es una paliza, pero para quien va justo de tiempo, existen excursiones organizadas que van desde Lima en el día a la Reserva Nacional de Paracas, Isla Ballestas y Huacachina en un mismo día.
En nuestro caso, nos alojamos en Paracas, que es un pequeño pueblo costero situado a menos de una hora de Ica. Decidimos alojarnos en este pueblito, porque está más cerca de Lima y, desde aquí, se puede ir a los dos lugares que os mencionaba, además de ICA puesto que están al lado.
Llegamos un domingo por la mañana y, aunque nuestra idea era visitar la reserva por la tarde, tras hablar con varias agencias, llegamos a la conclusión de que era mejor ir a Huacachina y poder así ver atardecer en el desierto, una experiencia inolvidable que le recomiendo a todo el mundo.
Si no lo llevas organizado como nosotros, no te preocupes, hay decenas de sitios en Paracas donde contratar tu excursión y, de paso sea dicho, más barato que si lo compras por Internet con antelación. He de decir que, siendo una defensora de hacer los planes y excursiones por tu cuenta, en Perú recomiendo hacerlo en excursiones organizadas siempre: sale más barato que por tu cuenta, te evitas hacer varios transbordos al ser directo y siempre te incluye algo más, que por tu cuenta no verías.
Hablamos con unas cuantas agencias y tours para comparar y elegir opciones, y pronto nos dimos cuenta que, todos los paquetes incluyen prácticamente lo mismo: ida + tour en buggy y sandboard, pero pocos o ninguno, te ofrecen la vuelta. Esto es algo que tendrás que buscarte tú allí.
Huacachina, sandboard y buggies
Finalmente, escogimos una agencia que nos ofrecía esto que os comentaba por 50 PEN (13€) y que nos recogió a las 15:00 de la tarde en una furgoneta, para dejarnos una hora después en pleno Huacachina. No soy la reina del regateo precisamente, pero allí es cultura popular y prácticamente, te invitan a hacerlo: por menos de 80 soles (21€), no nos lo ofrecían y todos acababan bajando sin que se lo pidieras…
En cuanto llegamos, la furgoneta nos dejó en la agencia, donde la chica que atendía apuntó nuestros datos mientras nos pidió que fuéramos a pagar el impuesto de entrada del Gobierno, que en este caso fue de 4 PEN por persona (1€): id acostumbrándoos, en todos los lugares a los que fuimos hubo que pagar un impuesto de entrada.
Hechos todos los trámites, Junior, que así se llamaba nuestro chófer, nos guió hasta el buggy donde comenzamos tímidos y cautelosos, hasta «saltar por los aires» sintiéndonos como si estuviéramos en una montaña rusa. La verdad es que fue muy emocionante y lo pasamos en grande. Y, por cierto, recomiendo sin lugar a dudas ir en los primeros asientos 😉
De repente, Junior paró el buggy en medio del desierto, donde estábamos solos completamente y, frente a nosotros, uno de los atardeceres más bellos que he visto jamás. Imaginaba que un atardecer en el desierto tenía que ser bonito, pero no me imaginaba que fuera a ser tan mágico.
Fue entonces, cuando Junior sacó las tablas de sandboard y nos invitó a que nos lanzáramos colina abajo tumbados. Una, que se cree que sabe hacer snow y atraída por el término «sandboard», fui directa a hacerlo de pie… pero pronto me di cuenta de que eso no es lo que parecía. La arena no resbala igual que la nieve y, las tablas no son las mismas: la gente que hacía sandboard, llevaba unas tablas especiales y con botas, así que si de verdad queréis hacer este deporte, es mejor que las pidáis al principio. De lo contrario, será muy divertido, pero es mejor tirarnos «de morros», porque la tabla apenas resbala.
Un paseo por ICA
Muchas de las excursiones a Huacachina, incluyen paseo por bodegas por ICA. En nuestro caso, declinamos la oferta y simplemente, nos fuimos a perdernos por la ciudad, para conocer la ICA más auténtica, hasta donde llegamos en taxi (10 PEN en total – 2,67€). Allí, probamos las «chocotejas» un dulce típico de la zona que me pasaría devorando horas y horas.
Nuestra idea era volver en un autobús local hasta Pisco, el municipio «grande» que está al lado de Paracas y del que luego, podríamos ir en hostel hasta nuestro hotel. Hay muchísima frecuencia y, por 6 PEN (1,60€) puedes volver a casa. No obstante, conocimos a una pareja encantadora de UTAH durante nuestra excursión y decidimos compartir taxi hasta la puerta del hotel y evitarnos los transbordos; 20 soles peruanos cada uno tuvieron la culpa (5€) y nos dieron la comodidad 🙂
Definitivamente, Huacachina fue el oasis que necesitaba en mi desierto particular y, apareció en el momento oportuno y, sin duda, en el lugar adecuado. Porque a veces, sólo necesitas un punto de inflexión para volver con las pilas cargadas y, en ese momento, yo sabía que lo mejor estaba por venir y era fundamental que pusiera mi batería al 100%.
Empezaba un viaje de dos semanas por el Perú y no podía haber empezado mejor.
Si te pasa algo en la otra parte del mundo, ¡al menos que tengas la seguridad de que todo va a salir bien!
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Periodista especializada en Marketing Digital y Big Data y nómada empedernida por naturaleza: YSIFLY es el lugar en el que hablo sobre mis ganas de no quedarme con las ganas de nada
Qué pasada!!!
Merece mucho la pena! 🙂