La supervivencia en tiempos de coronavirus

Ahora, que un beso es un dardo y un abrazo una inmolación. Ahora, que nos sobra el tiempo que antes nos faltaba y es un castigo.  Ahora, que salir a comprar el pan es un acto suicida, y un paseo, un cóctel molotov. Ahora, que la distancia se iguala y cualquiera está a años luz, aunque esté al lado.

Nos tatuamos el carpe diem en la piel y nos detuvieron el reloj, y ahora, estamos perdidos entre un quiero vivir intensamente, y un, simplemente, quiero vivir. 

La ciudad calla como nunca y yo le oigo susurrar a gritos: cuando se escapa a bajar la basura sintiéndose delincuente y cuando busca escusas para ser irresponsable porque añora su libertad. Vivimos en los días raros de Vetusta Morla que Carlos del Amor nos contó mientras nos emocionaba.

Y, entre tanto, los aplausos de las ocho de la tarde, se han convertido en la banda sonora de nuestro confinamiento, y en mi canción preferida. Convertimos nuestra impotencia en agradecimiento, nuestra tristeza en apoyo y nuestras ganas en energía. Y al amor, le hicimos el humor cuando agudizamos nuestro ingenio. 

Vaya paradoja esta que nos ha tocado vivir: estando cerca, era el móvil quien nos alejaba y, ahora que estamos lejos, es el móvil quien nos acerca. Somos quienes se quejaban de no tener tiempo para nada, y ahora que nos sobra, no sabemos cómo entretenerle. Éramos los del «ya le llamaré», los del orgullo, el escepticismo y la pereza, los del «ya habrá tiempo» y los del «a mí no me importa»… y ahora, en cambio, somos los que echamos de menos, los que nos arrepentimos y los del «quiero y no puedo».

Ahora, que nos sobra el tiempo, no nos convirtamos en los del «ya es demasiado tarde». 

Teletrabajo en tiempos del coronavirus desde el balcón
El teletrabajo en tiempos del coronavirus

Lo cierto, es que nos creímos los reyes del mundo y es el mundo quien nos ha dicho que no es monárquico. La pandemia nos ha arrebatado nuestra libertad y se la ha devuelto a la naturaleza. El cielo aplaude el cierre de nuestras fábricas y celebra que nuestros coches, lleven días parados. El mar baila tranquilo sin miedo a que nadie le pise los pies. O más bien, le tire los zapatos y, si no, que se lo pregunten a los canales de Venecia. 

Hay unas preguntas que llevan buscando respuestas en mi cabeza toda la cuarentena: ¿qué pasará cuando todo esto acabe? ¿volverá a ser todo como antes? ¿o habremos aprendido algo en el intento? ¿seré yo la misma o algo hará click dentro de mí? Estamos viviendo algo inédito, que se estudiará en los libros de historia y que nos contarán en las películas. ¿De verdad seremos los mismos cuando todo esto pase? 

Yo, que no tengo a ninguna persona afectada por el coronavirus a mi alrededor. Que estoy sana. Que no soy población de riesgo. Que vivo en un piso exterior y con balcón. Que no vivo sola. Que no he tenido que aplazar un viaje, una boda o dar a luz sin mi pareja. Que me puedo valer por mí misma. Que puedo conciliar mi vida personal y profesional. Que puedo teletrabajar y no he sufrido un ERTE ni un despido. Que me puedo permitir una cuarentena y que no tengo que pagar cuota de autónomo. Que no me la juego cada día ni pongo en riesgo mi salud por salvar a los demás. Que no he pasado por la tortura de perder a alguien estos días sin poder despedirme y sin tener a nadie a quien dar un abrazo. Que no he convertido mi confinamiento en una cárcel por vivir con mi maltratador

Yo, que soy una completa afortunada y, aún así, pasan los días y me pesan. Hago mucho deporte, leo, asisto a conciertos virtuales y el tiempo pasa entre videollamadas y ratos muertos conmigo misma y mis pensamientos. Para ser honestos, no he visto aún ninguna película y me he lamentado más de una vez por no tener algún hobby en particular, o por no ser demasiado amiga de la cocina. Estos días, me he acordado mucho de personas que ya no están, o de aquellas con quien hace tiempo que no hablo, y, hasta me he emocionado por recuperar alguna conversación que quedó pendiente hace meses. O años. Y me aburro. Me aburro mucho, y pienso en todo lo que se ha quedado parado por culpa de esta cuarentena para la que no nos han preparado y me enfado. Me frustro. Y deseo, con todas mis fuerzas que pasen los días. Y esta mala pesadilla que jamás creí que viviría, se acabe pronto.

Y, aún así, soy una completa afortunada.

La familia de videollamada en tiempos del coronavirus

Este bicho, no discrimina, ni entiende de razas, géneros, orientaciones sexuales o ideologías. No pregunta si estás preparado o preparada ni te da tregua. Tampoco se para a pensar en tu apellido y la verdad, es que le da igual el dinero que tengas en la cuenta corriente. A él, no le importa… aunque a nuestro sistema, no tanto.

Llevamos días escuchando términos belicistas como si esto fuera una guerra y nuestros sanitarios, los soldados que están en primera línea de combate que se convertirán en héroes cuando nos salven del enemigo.

NO.

Esta «batalla», la combatiremos entre todos con esfuerzo, sudor y lágrimas: gracias a los sanitarios sí, pero también a las y los farmacéuticos, personal de supermercados, transportistas, gente anónima que está cosiendo mascarillas en sus casas porque no hay suficientes, hoteles que están abriendo sus puertas y convirtiéndose en hospitales improvisados, policías que nos recuerdan lo que parece que se nos olvida, gente que construye respiradores con sus impresoras 3D, periodistas al pie del cañón, repartidores y repartidoras… y un sinfín de personas que están dando lo mejor de sí, para que esto se acabe pronto y tú, puedas recuperar tu añorada libertad.

Los aplausos pueden reconfortar, pero es la inversión en investigación, ciencia y recursos, la que necesitamos. Venceremos sí, claro que venceremos. Pero que sea antes o después, con más o menos daños, dependerá, entre otras muchas cosas, de la responsabilidad individual de cada uno de nosotros. 

Así que por favor, quédate en tu puta casa y que el fin del mundo, nos pille bailando y no en pijama viendo una serie.

 

Deja una respuesta