Plan dominguero: visita al Pozo de los Humos en Arribes del Duero

Pasarela

Los Arribes del Duero llevaban siendo mi asignatura pendiente desde que supe que viviría en Salamanca por un tiempo. Sin embargo, los meses fueron pasando y, este plan, parecía cada vez más lejano a mi etapa salmantina y más un plan B con origen Bilbao.

Pero para sorpresas, la vida. Este fin de semana, volví como el que vuelve a casa por Navidad a la que siento como mi hogar, para, entre otras cosas, repetir un plan al que me he declarado asidua: las fiestas de Plasencia (que fíjate tú por donde). El año pasado, me estrené por todo lo alto y la resaca, hasta me dio tregua para descubrir las piscinas naturales de Casas del Monte, un plan dominguero ¡100% recomendable!

Esta foto de Apasionados por Viajar eran las expectativas
  • Tiempo | 1 hora en coche y 2,5 andando
  • Distancia | 6 kilómetros ida y vuelta
  • Dificultad | Fácil

La premisa, esta vez, era parecida a entonces y, en líneas generales, la que ha marcado mi rumbo en Castilla y León: aprovechar cada momento y hacer que cada día cuente. Supervivir, que no sobrevivir.

Por eso, tras un día de 10 en Plasencia, decidimos buscar qué hacer el domingo y hubo un titular que nos llamó poderosamente la atención: «El Pozo de los Humos, la cascada amazónica de Salamanca». Así, y tan anchos.

Y esta fue la realidad...
Y esta fue la realidad…

A priori, el título nos pareció una bilbainada salmantina, pero pronto leímos que se trataba de una cascada de 50 metros de altura a la que sólo faltaban 2 metros para igualar a las Cataratas del Niágara, ahí es nada. Esto no hacía más que mejorar titular tras titular, así que nuestro plan dominguero, parecía haberse escogido antes incluso de que lo decidiéramos nosotros mismos.

Dentro plan dominguero

Para poder ver el Pozo de los Humos, tenemos dos opciones en pleno Parque Natural de los Arribes del Duero: comenzar en Masueco, o bien, en Pereña de la Ribera. Se trata de dos alternativas muy similares que llegan al mismo lugar pero con diferente punto de vista. Desde Masueco te sitúas junto a la cascada mientras que, desde Pereña de la Ribera, la miras de frente.

Ambas localidades, comparten protagonismo y ¿posesión? geográfica de este lugar, separadas por el Río Uces del que nace la Cascada. Algo así como Argentina y Brasil con Iguazú, pero salvando las distancias y más de estar por casa.

Además, desde Pereña de la Ribera sale otra ruta hacia la, también merecedora de una visita, Cascada de Pozo Airón, por lo que, decidimos dirigirnos a Masueco para poder completar las dos rutas en un mismo día. Algo que finalmente no ocurrió por tiempos, pero que, si volviera, sí que haría: ir en coche hasta Masueco, hacer la ruta hasta Pozo de los Humos, volver, coger el coche e ir a Pereña de la Ribera y de ahí, hacer la ruta lineal hasta Pozo Airón que, en total esta última parte, son otros 7 kilómetros.

Así pues, nos dirigimos a Masueco en coche y tardamos una hora aproximadamente, hasta esta ciudad que está muy cerquita de la frontera con Portugal. Por el camino, nos encontramos con estampas dignas de postal en el campo amarillo de Antonio Machado  y la verdad es que no pudimos resistirnos y caímos en la tentación de inmortalizar, aún más, esas bolas de paja que nos recuerdan cómo nosotros tenemos relojes, y ellas tienen el tiempo.

(*) La Niña de la Curva.

De Masueco al Pozo de los Humos

Llegados a Masueco, no hay pérdida: en todo momento está indicado cómo ir hasta la mismísima cascada y aquí, es donde hemos de elegir cómo querremos ir. Se puede ir en coche o andando los dos kilómetros que separan Masueco del parking previo en el que sí o sí, hay que optar por caminar.

Los dos kilómetros son por una vía prácticamente lisa y sin desnivel, perfectamente bien indicados donde poder disfrutar de la naturaleza entre robles, enebros, castaños, olivos, endrinos y jarales. También, de majuelos de los que nace el delicioso Ribera del Duero y cerezos en flor en temporada. Es decir, alicientes no nos faltan para ir andando.

En caso de ir en coche, el camino es ciertamente pedregoso. No le pasará absolutamente nada al coche, pero igual te llevas alguna picadita de las piedras que salten durante el camino y la certeza de si tus amortiguadores están bien 🙂

El camino

Llegados al parking, únicamente nos separa un kilómetro de nuestra ansiada meta, pero en este caso, sí que hay un desnivel bastante pronunciado donde las rodillas se resienten al bajar, y el resto del cuerpo al subir.

La Senda de Unamuno

A nuestro camino, habrá varios miradores improvisados desde los que celebrar la vida, hasta que llegamos a las inmediaciones de la cascada y nos encontramos con un impresionante mirador donde los valientes disfrutarán y los que no se llevan bien con el vértigo, preferirán obviar.

Nosotros, que somos de ponerle altura al vértigo, fuimos hacia delante y aquí, tuvimos una pequeña decepción que ya sospechábamos: la estacionalidad no estaba a nuestro favor. Es fácil, si no llueve, el caudal se reduce y el humo se queda en leyenda. Algo que intuíamos de no habernos cruzado con absolutamente nadie durante el camino y dedujimos que, tal vez, no era la mejor época del año para llegar a este lugar.

En cualquier caso, personalmente me impresionó casi seco, por lo que en pleno abril, tal vez decir que sea una cascada amazónica, no sea tan descabellado. Fue la misma sensación que cuando visité el Salto del Nervión, un sí pero no que me dejó con unas tremendas ganas de más y una firme promesa de volver en temporada de lluvias.

Si ya lo dijo Miguel de Unamuno cuando conoció el Pozo de los Humos: «La Caída de esas aguas es una de las más hermosas que pueden verse en aquellos adustos tajos». Distinción, que le sirvió para renombrar este plan dominguero como «la Senda de Unamuno».

Desconocida y de leyenda

Es cierto que no lo pude ver, pero sí que imaginar: la nube de vapor que se ha de formar en su caída y que da nombre a esta cascada, ha de ser tremenda, teniendo en cuenta la caída que tiene (y los vídeos que he visto en Youtube). 

De hecho, semejante capricho de la naturaleza no podía existir sin una leyenda que lo acompañara. En este caso, la de un campesino que iba con su carro de bueyes por la zona y se precipitó al abismo para jamás ser recuperado, pese a aunar todas las sogas del lugar en un rescate poco fructuoso. El humo lo absorbió, a él y a sus animales, dotando este paraje de un misterio de fábula y renombrándolo como el Pozo de las Vacas.

La verdad es que, tras haberlo visitado en seco e imaginarlo caudaloso, me sigue maravillando cómo podía desconocer su existencia. Yo, y en general la humanidad: que algo así pase desapercibido es algo que me cuesta entender, cuando luego algunos lugares de «belleza cuestionable» se convierten en el epicentro de todas las visitas del mundo.

Esto me hace pensar, o más bien confirmar, dos reflexiones. Por un lado, que somos unos borregos que vamos donde van todos los demás y que admiramos como bonito o espectacular lo socialmente aceptado como tal. Por otro y que me recuerda a mi primer año de carrera puesto que fue la primera vez que lo escuché, es que convertimos algo en noticia en el momento en que decidimos que algo es noticiable descartando otras opciones y ahí, ya estamos dejando de ser objetivos. Es decir, si hablamos de algo, hacemos que exista y, si lo ignoramos… puede pasar completamente desapercibido aun siendo más importante que lo primero.

Qué gran poder tienen el lenguaje y la comunicación y cómo me fascinan. Vale, ya dejo de ponerme intensa.

Me encantaría continuar este post hablando sobre la visita a Pozo Airón o a Aldeadávila y Mieza, donde disfrutar de las mejores vistas del Cañón del Duero. Pero me temo que eso no pudo ser puesto que me esperaba un viaje de vuelta a casa esa misma tarde y un hambre descomunal que pude saciar en El Corazón de las Arribes, el hotel en cuyo restaurante comimos: un bocadillo por 4€ que tenía el tamaño de una barra de plan completa (y no, no sobró ni una miga).

La verdad es que, después de leer todo el post, me doy cuenta de tres cosas: una, que es una pena no haber podido aprovechar más el plan dominguero por tiempo y haber visitado zonas aledañas como los miradores o la otra cascada. Dos, que es una pena haberlo visitado en junio con tan poco caudal.

Y, sobre todo tres, pese a los dos primeros, sigo teniendo la inmensa sensación de que he estado ante una auténtica joya de la naturaleza a la que, sin duda, querré volver para reconciliarme con el punto uno y dos 🙂

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