La Montaña de 7 colores de Perú, un arcoíris en los Andes

Montaña de los 7 colores

Hoy voy a escribir sobre uno de los lugares más increíbles en los que he estado nunca. He tenido la fortuna de viajar bastante, (mucho para algunos aunque poco para mi gusto), pero diría que pocas veces, un paraje me ha impresionado tanto como la Montaña de los Siete Colores.

  • Tiempo | 3,3 horas
  • Distancia | 8 kilómetros
  • Dificultad | Alta
  • Altura | 5.036 metros

En otras ocasiones, tal vez me hayáis leído aquello de que, a veces, un lugar aparentemente menos espectacular que otros, se nos queda grabado en la retina por la experiencia vivida allí y que otros en cambio, de mayor fama, pasan más desapercibidos. En el caso de la Montaña de los 7 colores, no se da esto: es sobrenatural. Superó mis expectativas con creces cuando creía que nada me podía sorprender ya. Personalmente, y mira que es difícil elegir, creo que es lo que más me ha gustado del Perú. Ahí es nada.

Un gran secreto en el corazón del Perú

Me resulta especialmente curioso que, hasta hace apenas dos años, poco se sabía de su existencia. Los peruanos se lo guardaban para sí, como uno de sus secretos mejor guardados y casi no había turismo o revistas de viajes en las que apareciera su arcoíris dibujado. Fue allá por 2016-2017 cuando comenzó a copar los perfiles de Instagram de los viajeros más aventureros, y National Geographic lo incluyó en su lista de 100 lugares que visitar antes de morir.

De camino

Los hay incluso que dicen que, hasta hace unos años, este paraje estaba cubierto por la nieve y que, con el cambio climático, la cordillera de Vinicunca sacó a la luz su alma. Esta teoría no está confirmada por los expertos, pero no cabe duda que no deja de resultar curioso que un lugar tan increíble existiera en el mundo, y que nosotros viviéramos como si nada. Sin inmutarnos. ¿Cuántos más habrá que desconozcamos? Qué grande es el mundo y qué corta la vida…

El guía que nos acompañó durante todo el día y de quien hablaré más adelante, nos comentó que los 10 PEN (2,70€) de acceso que las 2.000-3.000 personas que visitan al día la Montaña, pagan para acceder, va destinado íntegramente a las familias pobres que habitan la zona. Él nos comentó que había unas 900 familias que residían en las faldas de la Montaña y que ni si quiera tenían acceso a educación porque los colegios estaban muy lejos… Según nos contó, desde que La Montaña aparece en los mapas, se ha frenado la despoblación de la zona y, los que resisten, lo hacen con una mejor calidad de vida gracias a la afluencia de visitantes, que sin ser excesiva, hace sus vidas más fáciles.

El guía, nos contó o más bien, repitió lo que todos nos decían, que en el Perú hay muchísima corrupción pero que, por suerte, La Montaña de momento se está salvando y que los impuestos se están quedando para su gente, «como debería de ser en todo el país». Desconozco si lo que contó fue cierto o no, pero sentí alivio de pensar que, al contrario de como ocurrió en Puno, las visitas parecían bien recibidas e incluso, gratificantes.

Tal vez, porque de momento aún somos pocos. Puede, que porque los que vamos, somos amantes de la naturaleza en general y la montaña en particular. Quizás, porque al ser más exigente, es un turismo más comprometido. Sea por lo que fuere, si está viniendo bien y lo sentís como yo, no puedo más que animaros a que visitéis esta maravilla de la naturaleza.

Subida final

¿Cómo surge la magia?

Este espectáculo de colores, surge como resultado de una compleja historia geológica de sedimentos marinos, lacustres y fluviales. Unos 65 millones de años les ha costado a los sedimentos, colocarse en las formas que dan hoy lugar a la estampa de postal que nos encontramos en La Montaña. Las placas tectónicas se han ido moviendo en estos añitos que nos separan de su origen, los minerales se han ido oxidando y erosionando y et voilà, un resultado de cine.

La composición de los minerales viene a ser de los siguientes colores: rosa, que nace de una mezcla de arcilla roja, fango y arena. Blanco, de arena de cuarzo y piedra caliza. Morado, de marga y silicatos. Rojo, de arilitas y arcilla. Verde, arcillas ricas en ferro magnesiano y óxido de cobre. Y, por último, amarillo, por limonitas.

Por lo que sé, en Argentina existe algo similar en la Montaña de 14 colores y en ChinaParque Nacional Geológico Zhangye Danxia: no sé si serán capaces de hacerle sombra a la Montaña del Perú, pero si acaso se le aproximan, me muero de ganas de conocerlas.

Con altura

Que diría Rosalía, con mucha altura. De hecho, la Montaña Winikunka como también se la conoce, está a 5.036 metros sobre el nivel del mar y esta es una de las razones por las que muchos no se atreven a visitarla. Ojo, y se nota como ahora os contaré:

De nuevo, es posible visitarla por libre pero, como ya he adelantado en otros post de Perú, de verdad que no merece la pena. Tanto por tiempo como por dinero, recomiendo hacer todas las excursiones con alguna agencia, que se pueden contratar el día anterior, en cualquier punto de Cusco (Plaza de Armas y alrededores principalmente).

En nuestro caso, negociamos las excursiones que haríamos desde Cusco con la misma agencia y, en este caso, pagamos 50 PEN cada uno, además de los 10 PEN de acceso obligatorios. Es decir, por 13,70€ (+2,70€) hicimos una excursión de día completa donde nos recogieron, nos dieron de desayunar y de comer, nos explicaron todo, velaron por nuestra seguridad y nos trajeron. Me parece un precio más que justo como para andar regateando más!

Nos recogieron a las 4,30 de la mañana del hotel, aunque como hacen ruta por varios hoteles, según en qué turno te toque, estás esperando despierto en el hotel o dando vueltas por Cusco: sabes cuándo salen pero no cuándo te tocará.

Desde aquí, la furgoneta nos llevó por casi tres horas hasta que llegamos al lugar en el que desayunamos. Aquí, el guía que hasta entonces nos había dejado dormir, nos dio todas las pautas que necesitábamos seguir durante la subida e hizo especial hincapié en todo lo relacionado con el mal de altura. No sé si es porque me asustó tanto que cumplí a rajatabla cada recomendación, pero tuve la enorme suerte de que no me diera (ya lo sufrí en Puno y no os lo deseo!).

Hacia la cima del arcoíris

A partir de aquí, montamos unos veinte minutos aproximadamente más en la furgoneta, atravesando aldeas sin asfaltar y tramos en los que pensaba por momentos que tendríamos que bajarnos a empujar… pero más por suerte que por maña, ¡libramos! Y la ruta siguió hasta llegar al parking de furgonetas donde los conductores de las diferentes agencias, esperaban a que subiéramos y bajáramos: todos amigos entre ellos, y cada uno con un nombre asignado a su grupo para diferenciarse de los demás 🙂

La montaña

Nos prestaron un bastón para ayudarnos a subir que, personalmente, me vino de fábula. Nos dijeron que mascáramos coca por el camino (creedme cuando os digo que he pasado 17 días encocada, y por muy mal que suene, literalmente). Nos dijeron que nos pusiéramos los gorros para taparnos las orejas, porque el viento podía darnos dolor de cabeza y hacer que entrara antes el mal de altura. Nos dijeron que fuéramos a nuestro ritmo, y que teníamos una hora y media para llegar a la cima.

Visto en perspectiva, cuando vi el recorrido pensé: nos sobra una hora. Sin embargo, en cuanto empecé a andar, entendí el porqué. Tal vez, no te afecte el mal de altura en cuanto a vómitos, dolores de cabeza o tripas revueltas… pero la altura está ahí, y hace mella: andas y te agotas. En un tramo que aquí haría sin el menor tipo de dificultad, allí sufrí más de lo que esperaba.

De hecho, de todas las excursiones que hicimos, para mí la más dura fue la Montaña de los 7 colores, e insisto: viendo las fotos ahora, parece la más floja, salvo el tramo final. Y, humildemente lo digo, creo que estoy bien físicamente y acostumbrada a hacer deporte. A lo que voy es que, ahora entiendo cuando leí antes de ir que mucha gente se retira a mitad de camino o que no consigue llegar. Pensaba que eran exageraciones… pero me temo que ahora lo entiendo.

No quiero tampoco asustar más de lo correspondiente: creo que despacito, a ritmo constante y siguiendo todas las recomendaciones que nos dan, más o menos cualquier persona que esté sana, podría hacerlo. Pero dejemos los héroes para los cómics… que correr aquí no vale, y mucho menos, ir irregular ¡qué importante ir al mismo ritmo todo el camino, de verdad!

Por el camino, fueron muchos los que optaron por subir en caballo acompañados por locales que les faltaba tiempo para ir corriendo a por más ¿montañistas?, pero personalmente, no me parece una opción. Primero, por supuesto, por el uso de los animales para turismo y el agotamiento que sufren, sin apenas tiempo para descansar ni beber agua. Pero, segundo también, porque creo que el sufrimiento es parte de esta aventura y que hace que cuando llegues a la cima, entiendas que ha merecido la pena.

Es como cuando renuncias a muchas cosas para ahorrar porque tienes un objetivo, que cuando lo consigues, es todavía más increíble. Pues… algo así. A riesgo de parecer masoca, creo que hay veces que hay que sufrir para valorar más lo impresionante de un lugar, un momento…

Comida post trekking

Llegados a la furgoneta, nos encontramos todos los mendizales de la misma excursión que, cada uno había ido a su ritmo, y ahí se notaron los estragos: muchos con dolor de cabeza, otros con la tripa revuelta, algunos literalmente exhaustos… pero todos felices. Todos con la misma sensación de haber disfrutado de un lugar mágico y de compartirlo con los que allí estábamos.

Por un día, se hizo una especie de «comunidad» que fue, sinceramente, muy bonito. Y todavía faltaba la guinda del pastel: ¡la comida! Un delicioso bufet donde nos pusimos las botas, en el mismo lugar en el que habíamos desayunado.

Llamas

Conocí este lugar hace unos años, más por casualidad que por causalidad, e igual que ocurrió con el oasis de Huacachina, sentía una ferviente necesidad por verlo con mis propios ojos. Por sentir su magia, que por muy ñoño que pueda sonar… es real. Porque hay lugares que son mágicos, igual que lo son algunos momentos e incluso ciertas personas. Porque te regalan instantes que no se te olvidan, que te hacen sentir sensaciones distintas, hasta ahora desconocidas o difíciles de describir.  Para mí, la Montaña de 7 colores es un lugar con magia, y si National Geographic dice que es uno de los 100 que ver antes de morir, yo tengo claro que es uno de los ¿X? que me encantaría repetir. 

 

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Haciendo amigas y turistadas

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