De nuevo, otro julio que vuelve a oler a barbacoa y ya son cinco los que no fallamos a una de las citas más esperadas del año en nuestra cuadrilla. Ese fin de semana, en el que el mundo se para y nosotros vivimos en una realidad paralela en la que nos reímos, disfrutamos, olvidamos lo que nos ronda y en definitiva, somos inmensamente felices. Un fin de semana en el que no importa dónde sino con quién y en el que, antes de que acabe, ya estamos planificando cuándo y cómo será la próxima vez en la que podamos estar así de bien: juntos y más pronto que tarde.
Sin embargo, este año, no ha sido una casa rural cualquiera, porque este no es un año cualquiera. Este 2020 de extremos que no vimos venir y que todavía nos puede sorprender, ha tenido a bien regalarnos un oasis en el que nos reconfinaríamos voluntariamente. No ha sido una casa rural más, sino que ha sido La casa rural:
Ha sido el año de los reencuentros, y no sólo con los que viven fuera, sino con los que residen a escasos metros y durante meses, sólo podíamos compartir banda sonora a las 20:00 en tono de aplauso. Entonces, cuando la distancia se igualó y, cualquiera que estuviera al lado, estaba a años luz. Algunos nos habíamos visto por separado, pero no fue hasta la casa rural cuando nos reencontramos todos. Cuando quitamos la pantalla de Zoom o Skype que había sido nuestra ventana a la realidad, para poder celebrar que lo habíamos superado y que habíamos ganado la batalla (al menos de momento). Al fin y al cabo, éramos una familia que se reencontraba después de meses sin verse y que no quería volver a perderse de vista.
Además, esta pesadilla que ha sido 2020 también nos ha pasado factura a todos y necesitábamos, simplemente, sentirnos vivos. Sentir, que de alguna forma, recuperábamos el tiempo perdido y reír hasta llorar. Han sido unos meses muy duros en los que, además de noticias terribles que todos hemos tenido que soportar, hemos pasado por algo para lo que, a nivel emocional, nadie estaba preparado: han sido meses de estar solo, de aislamiento, de aburrimiento, de tensión, de ansiedad, de estrés… aun siendo unos privilegiados como la mayoría de nosotros lo hemos sido, habíamos dejado mucho por el camino y veníamos desgastados.
Por eso, a esta casa rural veníamos con más ganas que nunca. Ganas de los demás pero también, ganas de nosotros mismos.
La coctelera tenía los suficientes ingredientes para ser inolvidable, pero es que además, hubo aliños con los que no contábamos y que hicieron que la leyenda fuera aún más grande. Si las buenas noticias siempre son bien recibidas, en momentos como este, son una dosis de energía que te da fuerzas para todo lo que está por venir. Esta casa rural tuvo tres de esas dosis y no soy capaz de describir cómo nos hicieron sentir, porque algo así hay que vivirlo. Lo que sí sé, es que ninguno de los 18 que estábamos allí, podremos olvidar nunca aquellos momentos. Aquellos instantes de felicidad.
Apaiolarre, nuestra base de operaciones
Hasta ahora, todas las casas rurales a las que habíamos ido, habían tenido por camino la A-8, pero este año decidimos que preferíamos evitar las caravanas que se forman en esta carretera los viernes y domingos por la tarde. Queríamos ir «al otro lado» y ese otro lado fue el Valle del Baztán, y qué buena elección.
Reservamos hará un mes las dos casas que conforman Apaiolarre, en Azpilikueta, algo abrumados ante los alojamientos completos que íbamos viendo a medida que queríamos reservar y sin saber, que no podíamos estar eligiendo mejor.
Al igual que nos ocurrió el año que fuimos a La Toba, en Cantabria, la casa rural de este año, en realidad, eran dos casas prácticamente simétricas a las que, en ambos casos, se accede desde fuera. En ambas, tenemos en la planta baja la cocina, un dormitorio, un cuarto de baño y un txoko, mientras que, en la segunda, hay tres habitaciones y otro baño. En total, 8 habitaciones dobles y cuatro baños para 16 personas a las que, en nuestro caso, hubo que añadir dos camas supletorias al ser 18.
La casa, está 100% aislada tal y como queríamos, rodeada de un inmenso terreno donde poder correr, jugar y disfrutar de la naturaleza. Para nuestra suerte, hizo un tiempo espectacular y, la verdad es que despertarse con esas vistas es todo un aliciente. Comentar también que las dos casas cuentan con todo lujo de detalles y están muy completas, así como wifi y dos barbacoas. ¡Y son dog friendly!
La verdad, es que no tenemos ni un pero a nuestra experiencia en Apaiolarre: recomendamos al 100% esta casa rural, en la que el broche de oro, lo puso Marta, su dueña. Una mujer maravillosa que nos atendió muy amable desde el primer momento, que se interesó por qué tal lo habíamos pasado y nos facilitó información cuando le pedimos recomendaciones, que nos dejó quedarnos el domingo a comer allí al no haber reservas ese día y que, incluso, nos acercó a Elizondo un reloj que nos habíamos dejado el domingo por la tarde que no tendría ni por qué haberlo hecho. En definitiva, para nosotros Apaiolarre es un 10 🙂
Multiaventura en el Baztán
Como todos los años, nos gusta hacer alguna actividad en la casa rural en la que pasarlo bien juntos. Nos hubiera gustado hacer alguna experiencia acuática, como rafting o hidrospeed, pero lo más cercano estaba a una hora de distancia, por lo que optamos por una actividad más próxima: en este caso, la elegida fue arborismo, en Bertiz Abentura Park. Esta, consiste en superar diferentes obstáculos en las alturas y hay varios recorridos con distintos niveles que acaban en tirolina, donde las personas con vértigo tal vez no sean las que mejor se lo pasen…
A mí, personalmente, no es una actividad que me entusiasmara y no por vértigo, sino porque prefiero otro tipo de actividades más en equipo. Sin embargo, de mis amigos hubo muchos a los que sí les gustó la experiencia y la disfrutaron más, así que supongo que, para gustos, ¡colores!
Este año, habíamos querido optar por una actividad corta, para poder disfrutar más del resto del día, de la casa y de otros juegos que habíamos preparado para la casa rural, por lo que optamos por comer en el restaurante Olari en Irureta. Hicimos reserva con antelación y pudimos comer en la terraza el menú (17€) o la carta para reponer fuerzas tras la actividad.
Por último, destacar que, si bien la Trilogía del Baztán ha hecho más famosa esta zona, lo cierto es que por sí misma ya merece una visita porque es espectacular. Elizondo, escenario del Guardián Invisible de Dolores Redondo nos encantó. Es de esos pueblitos que tienen alma propia y un encanto que, por lo que sea, los hace especiales. Además, en el Valle del Baztán, están las famosas brujas de Zugarramurdi, a las que no pudimos ir por falta de tiempo pero que, los que sí habían podido acercarse a verlas, nos contaron que merecen mucho la pena. Lo que sí que hicimos y que fue una maravilla, fue bañarnos en el río ¡bien fresquito y a escasos minutos de casa! Con toda la magia y enigmas que envuelven al Baztán, cómo no íbamos a volver prendados de esta zona.
Llevábamos semanas soñando con este fin de semana, y ya ha volado, tan fugaz como vino. El día después, estábamos todos agotados pero lo cierto es que con una sonrisa en la boca y simplemente, contentos (incluso más relajados) por haber disfrutado lo que habíamos tenido la suerte de vivir. En plena cuarentena, cuando lo que sobraba era tiempo, todo el mundo hablaba sobre qué es lo primero que quieres hacer cuando pase todo o a quién es a quien más echas de menos. Bien, pues vivir lo que hemos vivido este fin de semana estaba entre mis respuestas y sé, que soy una auténtica afortunada por ello.
2021 no ha empezado y se pone interesante por momentos, entre tanto, recordaremos aquella canción que sonaba mientras veíamos amanecer durante el mejor fin de semana del año y nos acechaban los dinosaurios.
Periodista especializada en Marketing Digital y Big Data y nómada empedernida por naturaleza: YSIFLY es el lugar en el que hablo sobre mis ganas de no quedarme con las ganas de nada