Especiales ganas le tenía a este pico: el tercero que, junto con Gorbea y Anboto forman el tridente de Hiru Haundiak. Si bien, en la vida seré capaz de coronar en 24 horas a los tres más emblemáticos de Euskadi, tenía muchas ganas de poder hacerlos a mi ritmo. Y, en esto, no sé por qué, la Hiru Haundiak me tiene marcada y es la que me ha motivado desde el principio a conocer, en mi propia piel (y en mis tiempos) lo que supone esta carrera histórica: sigo sin dar crédito a cómo los participantes son capaces de hacerse los 100 kilómetros de estos tres picos en 24 horas, una auténtica cuestión de honor. Mis dieces y total admiración, una vez más.
- Tiempo | 6 horas con calma
- Distancia | 18-20 kilómetros
- Dificultad | Media – Alta
- Altura| 1.528 metros
El más emblemático, que no el más alto
Fuera aparte de la carrera sólo apta para los más valientes (y preparados), los tres picos mencionados, son, sin lugar a dudas, los que tienen un mayor renombre en la orografía vasca. Los grandes retos para los aficionados a la montaña de la zona y sus grandes debilidades.
Es preciso aclarar, que Aizkorri no es el pico más alto del macizo que lleva su nombre, pero sí el más emblemático y, la ermita que descansa en su cima, tiene buena culpa de ello. Como no podía ser de otra forma, hay una leyenda que dota de un aura épica al Aizkorri y lo convierte en el principal del macizo: esta ermita alberga a un Cristo en su interior y, no fueron pocos los intentos de llevárselo al Templo de Zemaia o de Araia para protegerlo, pero todos en vano, siempre reaparecía en su interior. Una vez más, la mitología, es protagonista en nuestras montañas para hacerlas más mágicas aún si cabe.
El pico más alto, que a su vez es el que está a más altura de todo el País Vasco, es su vecino Aitxuri que se lleva el oro a 1.551 metros. Junto con la Sierra de Aralar, el Parque Natural de Aizkorri-Aratz, hace de frontera natural entre Gipuzkoa y Araba y dibujan los corredores ecológicos que unen los Pirineos con la Cornisa Cantábrica.
Un Santuario muy particular
Así pues, al inicio de una de las rutas al Aizkorri, encontraremos el Santuario de Nuestra Señora de Aránzazu, un templo católico que alberga a la patrona de Gipuzkoa y que data de 1469. Los franciscanos fueron los encargados de administrar este Santuario durante siglos y convertirlo en lugar de peregrinaje, además de un expositor de arte y cultura. De hecho, podemos ver obras de Eduardo Chillida y Jorge Oteiza entre otros.
La verdad es que me pareció un Santuario especialmente curioso: primero, porque cuelga de barrancos en medio de las montañas y, a mí, me sigue maravillando que con tan pocos medios, fueran capaces de hacer semejantes estructuras hace tantos siglos.
Y, segundo, porque es de un estilo moderno como pocos Santuarios que yo haya visto: sus torres están formadas por piedras calizas de Deba de 50×50 que forman una especie de pirámide reclinada. Por lo que he podido leer, cada una de estas pirámides fue tallada a mano con cincel y maceta de cantero. Ahí es nada.
Por si fuera poco, también hay una leyenda sobre el origen de este Santuario: al pastor Rodrigo de Baltzategi, cuentan que se le apareció la Virgen sobre un espino y él, le preguntó en euskera: Arantzan zu? que significa, ¿tú en un espino?
De ahí, a que se construyera un Santuario o que fuera dedicado a la Virgen de Aranzazu, desconozco por completo cuál tuvo que ser el proceso… pero como amante de las leyendas, es mi deber (y placer) seguir alimentándolas.
La ruta del plan dominguero
Existen diferentes rutas para llegar hasta la cima: desde el Alto de Otzaurte, Zegama, Araia, Zalduondo, Oltza, Sakonaundi… o la que nosotros escogimos, la del Santuario de Aranzazu, cerca de Oñati.
A escasos metros del Santuario, hay un parking bastante amplio |FOTO|, donde nosotros dejamos el coche sin problema y sin haber madrugado demasiado. Unos metros más arriba, encontraremos hasta dos parkings antes de pasar la valla de inicio de ruta y estos sí estaban más concurridos.
La verdad es que la distancia es muy corta, así que por no andar subiendo y bajando en caso de que no haya sitio, la verdad es que recomendaría dejar aquí el coche y así, poder ver bien el Santuario y las colinas sobre las que descansa.
Según pude calcular, desde el inicio de la ruta hasta las campas de Urbia, nos separan unos 5 kilómetros más o menos, que van por un camino muy bien marcado por el medio del bosque y, casi todo el rato, cuesta arriba: unos tramos más pronunciados que otro, sin serlo en ningún caso en exceso.
En seguida, reconoceremos que hemos llegado a las campas de Urbia, porque el paisaje a nuestro alrededor, cambia por completo: pasamos de estar recogidos en el bosque, a en medio de un Valle, en unas campas con caballos y ovejas pastando. Ahí, nos espera un refugio-restaurante muy concurrido que, realmente, podría ser el verdadero inicio de la subida.
De hecho, aquí nos encontramos con muchos domingueros que subieron con críos y demás, a pasar el día, comer y disfrutar de la naturaleza, lo que la verdad es que ¡es un gran plan!
A partir de aquí, podemos tomar diferentes senderos, siendo el color amarillo el que acompañó nuestra ruta en forma de marcas. Optamos por el camino de la izquierda que era el que tomaba la mayoría de la gente para subir: atravesamos las campas, dejando el sendero delimitado a nuestra derecha y cruzamos un pequeño riachuelo hasta volver a encontrar un camino marcado bastante empinado.
Subiremos por este camino por un kilómetro aproximadamente y llegaremos a la zona de las rocas. Se puede intuir un camino también en el recorrido, que los propios caminantes han hecho a su paso, aunque no por ello, no haya que hacer algún esfuerzo extra por momentos o «pseudo-escalar». No es una zona difícil ni arriesgada, salvo que seas demasiado torpe, pero sí que se puede hacer algo más dura que lo anterior.
De repente, cuando llegamos a lo que creemos que son las faldas de la cima y miramos a lo alto, nos damos cuenta de que ese no es Aizkorri, sino que se trata de Aitzabal (1.518m), pico que también podremos coronar y marcarnos un dos en uno en el mismo plan dominguero. Para llegar a Aizkorri, tendremos que bordear Aitzabal (o subirlo y bajarlo con cuidado por sus rocas) y continuar los ¿15 minutos? que nos separan de Aizkorri.
Y, aquí, el silencio. La inmensidad. Muchísima paz. Mires donde mires, parece no haber límite desde la cruz y el hacha que coronan el Aizkorri. El horizonte no sabes dónde acaba, pero ves que a su paso, la naturaleza es una auténtica maravilla y qué suerte la nuestra por tener esto al lado de casa (a 1 hora en coche de Bilbao está el Santuario y a 3€ de peaje). No sé cuántas veces lo habré dicho, pero qué afortunados somos y qué poco lo valoramos.
Llegas con sudor y te ruge el estómago. Te paras y las piernas que te empiezan a temblar, te piden tregua. El viento que te zarandea desde los cuatro puntos cardinales, amenaza tu punto de gravedad, y empiezas a sentir frío, mucho frío. Pero te da igual, aquí te das cuenta de que lo repetirías una y otra vez, por sentirte tan pequeñita ante todo lo que está a tu alrededor. Y, aunque estés agotada, sin darte cuenta, estás recargando pilas y cogiendo toda la energía que te da la naturaleza: para la bajada, sí, pero también para los próximos días y lo que está por venir.
Una cima, varios caminos
Para la vuelta, decidimos ir por otro camino y seguir sorprendiéndonos así por lo que veíamos a nuestro paso. Por ello, en lugar de retroceder, continuamos hacia delante girando poco a poco a la derecha y siguiendo siempre, las marcas amarillas que encontrábamos a nuestro paso.
En este caso, en la primera parte, perdimos por momentos esas marcas amarillas y fue la intuición la que nos guió a través de un bosque bastante empinado. Jugamos a ser funambulistas por momentos, y a deslizarnos por las hojas que, por suerte, no estaban todo lo mojadas que podrían haber estado, no sin llevarnos varios resbalones a nuestro camino.
No sabría calcular cuánto fue, pero sí bastante, hasta que conseguimos llegar a las campas. Creíamos que eran las de Urbia, pero no: allí, nos encontramos con otro refugio y varios mendizales modo domingueros. A partir de aquí, la verdad es que el camino se me hizo algo duro, pero por monótono.
Fuimos siguiendo las marcas amarillas, atravesando valles de roca caliza mientras subíamos y bajábamos. No era mucha altura, pero reconozco que estaba deseando terminar esta zona: no había vistas que alegraran el camino, pero sí el cansancio comenzando a hacer mella.
Y, por fin, «vimos la luz» y llegamos al final de las campas de Urbia donde, a lo lejos, vimos el refugio-restaurante que os contaba al inicio al que poco me faltó para ir corriendo en busca de agua que se me había terminado. Nuestra idea original, era comer al bajar algún menú euskaldún de pro, pero las horas y el estómago, nos animaron a comer en este refugio, donde encontramos platos combinados y bocadillos. Todo «muy de trote», pero con cantidades más que generosas para saciar nuestra hambre animal en ese momento 😀
A partir de aquí, los cinco kilómetros que os contaba al inicio, pero en esta ocasión, todo cuesta abajo, así que, a riesgo de que las rodillas sufrieran un poquito más, he de decir, que se hizo bastante corto.
La review
Tal vez por esta última parte que os contaba, pero la verdad es que esta ruta, se me hizo más larga que otros planes domingueros que he hecho por la zona. No digo que esto sea negativo, ni mucho menos, pero tal vez yo iba mentalizada de que sería más corta y, al final, se me terminó haciendo dura, por larga: fueron unas 2,5-3 horas de subida, contando hamaiketako y lo mismo de vuelta, contando comida en el refugio.
En cuanto a la dificultad, no creo que sea excesivamente difícil por peligrosa, pero sí que es bastante empinada por tramos lo que hace que pueda ser algo dura. Pero esto no va de dar un paseo por el parque, ¿no? Sabemos a lo que venimos y, en este caso, «el sufrimiento» es parte del placer al llegar a la cima.
Las comparaciones son odiosas y, aunque es inevitable hacerlo en este caso con Gorbea y Anboto, me guardaré mis percepciones y orden del pódium para compartirlo con quien le interese y no «influir» así en los lectores 🙂
Lo que sí que tengo claro, es que Aizkorri, me ha vuelto a recordar por qué el otoño es mi estación preferida en cuanto a bonita: me encanta el azul verano, la mantita del invierno y las ganas de la primavera, pero los paisajes del otoño no nos los regala ninguna otra. Pasear por sus bosques, en esta estación, fue una auténtica delicia.
Parece mentira, que hace unos años no hubiera pisado un monte más que para hacer una barbacoa y ahora, cada día, estoy más enamorada de ellos y de la sensación que me llevo a casa de satisfacción por lo logrado con las pilas recargadas en la naturaleza. Las vueltas que da la vida y las vueltas, que dan mucha vida: ¡vamos a por el siguiente!
Periodista especializada en Marketing Digital y Big Data y nómada empedernida por naturaleza: YSIFLY es el lugar en el que hablo sobre mis ganas de no quedarme con las ganas de nada