Esta vez, empezaré por el final y lo haré por dos motivos: primero, porque necesito poner en palabras algo que me ha dejado muda. Siempre he defendido que los sueños están para cumplirlos e, Iguazú, contra todo pronóstico, superó cualquier tipo de expectativa que pudiera tener. Esto no ocurre muy a menudo; parece que se ha anulado nuestra capacidad de sorprendernos y que cualquier lugar o rincón, nos ha cautivado previamente a través de una pantalla para después, simplemente, confirmar lo que esperábamos. Esta vez, primero me cautivó por la pantalla, pero después en persona me emocionó. Me hizo sentir muchas cosas y, finalmente, me dejó completamente sin palabras.
En segundo lugar, porque todavía no he asimilado todo lo que ha sido Brasil y necesito que pasen unos días para poder interiorizarlo, aceptarlo y poder ponerlo en palabras. Estos 16 días, han sido mucho más que un viaje y Brasil, ha sido mucho más que un destino. Surgió de la nada y sin planificación, para acabar por convertirse en una experiencia única e inolvidable, que hasta me he traído de forma imborrable grabada en la piel.
Dos países y un destino
Suelen decir, que el lado argentino es el escenario, mientras que el brasileño, es la platea. Otros dicen que el brasileño se vende mejor y sabe hacer de las Cataratas un buen producto de marketing, mientras que en el argentino, está la auténtica esencia. Los hay, que dicen todo lo contrario y quien cree que las Cataratas de Iguazú, realmente están en Argentina. Qué sé yo, las comparaciones son realmente odiosas, sobre todo cuando te piden que te posiciones entre una y otra.
Personalmente, creo que el honor de ser una de las Siete Maravillas del Mundo Naturales, no es en vano y que si tienes previsto ir a visitarlas, en esta ocasión, te recomendaré que sí o sí, guardes dos días para poder ver ambos parques, porque sin duda, merece la pena. He leído post en los que aseguraban que habían visto los dos parques en el mismo día y, creo que es viable a nivel de logística siempre y cuando lo hayas acordado previamente con un taxista que te acompañe todo el día.
No obstante, hay que tener en cuenta que se trata de dos países diferentes, con sus aduanas y tráfico correspondientes y que la suerte, puede no estar de tu lado… honestamente, yo en esto, no me la jugaría. Disfruté más de las vistas del lado brasileño, pero el colofón final del argentino, le hizo estar a la misma altura en el limbo y dejarme claro que, en esta ocasión, no iba a decantarme por uno u otro: mi opción son las Cataratas de Iguazú.
Agua que ruge
Las cifras, hablan por sí solas: las Cataratas de Iguazú, tienen alrededor de 150.000 años de antigüedad y fueron (re)descubiertas (o más bien, encontradas) por el español (vaya) Álvar Núñez Cabeza de Vaca, quien pasó de ser conquistador a conquistado. Un hombre, que llegó a vivir seis años entre nativos y que defendió siempre la no violencia, la dignidad y la creencia de que las cosas se podían hacer de forma más correcta, hasta el punto de que su «empatía» le llegara a causar graves problemas.
En su totalidad, la anchura de las Cataratas llega a tener unos 2.700 metros y, ya os anticipo, que no es posible verlas todas a la vez (¿tal vez en helicóptero?). Depende de la cantidad de agua que haya en ese momento, pero se llegan a contar hasta 300 saltos de hasta 80 metros de altura que llegan a arrojar los 6.500 metros cúbicos en épocas de lluvias (1.500 de promedio). Ahí es nada.
El 80% de los saltos está en el lado argentino, mientras que el 20% en el brasileño, siendo la Garganta del Diablo el más imponente de todos ellos. Obviamente, las el Parque Natural de las Cataratas de Iguazú es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y, además, este Parque Natural, es mucho más: las Cataratas se esconden en una selva tropical llena de especies: 340 tipos de aves, 250 de mariposas (y qué mariposas, son preciosas), 41 variedades de serpientes (que se te cruzan por la carretera), 2.000 tipos de plantas y muchísimos mamíferos típicos de la región.
En Iguazú he conocido animales que no sabía que existían ni que tenían un descaro tan grande: los coatíes, una especie de ¿mapache? con nariz de oso hormiguero, tan acostumbrados a los visitantes que se escabullen entre ellos, pareciendo unos turistas más. Aprovechan así, lo curiosos que pueden ser a primera instancia, para abrir la mochila y coger la comida que pueda haber sin cortarse un pelo: pueden parecer graciosos, pero es mejor tener cuidado con ellos.
Escapada con excursiones
Como os adelantaba, mi recomendación es que visitéis ambos Parques en días diferentes, o al menos, eso es lo que hicimos durante nuestra estancia que os detallo a continuación.
Por pura casualidad, tuvimos la enorme suerte de conocer a Marcos nada más llegar a Foz: se trata de un taxista de origen paraguayo (y por tanto, que habla castellano), con quien organizamos la ruta de ambos días e incluso, el traslado al aeropuerto. Acordamos el precio con él previamente, y resultó más económico que las excursiones organizadas e incluso que el Uber y nos permitió tener la comodidad de hacerlo todo como quisimos. Marcos nos dio recomendaciones, nos contó sus experiencias y fue un auténtico encanto: acabamos despidiéndonos de él con un abrazo en el aeropuerto, con eso os lo digo todo. Si algún lector o lectora quiere su número de teléfono para organizar el viaje, que me escriba por privado y estaré encantada de facilitárselo 🙂
En nuestro caso, nuestro viaje era por Brasil por lo que nos alojamos en Foz de Iguazú, la localidad más cercana a las Cataratas en el lado brasileño, que se encuentran a unos 30 kilómetros. Cuenta con más de 250.000 habitantes y está a escasos kilómetros de la frontera con Paraguay y Argentina, por lo que muchos brasileños, aprovechan a viajar aquí para cruzar y hacer compras que luego revenden en Brasil. Especialmente en Paraguay, donde los precios son mucho más bajos y hay una gran importación china; según Marcos, pueden pasar hasta 300 dólares al mes en compras de forma legal, aunque en negro se importa muchísimo más…
Al ser una ciudad relativamente grande, hay de todo, por lo que nos pareció una muy buena opción para alojarnos. En nuestro caso, escogimos el hotel Rey Quality Hotel que, piscina incluida, no pudo ser mejor elección: mención especial a su desayuno 😀
En cuanto al lado argentino, también tienen su equivalente a Foz: se llama Puerto de Iguazú y también tiene su propio aeropuerto. En este caso, es una ciudad más pequeña, unos 40.000 habitantes y está situada a 17 kilómetros de la entrada al Parque.
Visita al lado brasileño
Nos habían adelantado que el lado brasileño se veía más rápido y, como la noche anterior llegamos tarde por el vuelo, preferimos hacer el primer día el lado brasileño y apurar las horas de sueño. Marcos nos recogió a la hora acordada y nos llevó hasta la puerta del Parque por el lado brasileño, donde pudimos comprar las entradas con tarjeta por 72 reales por cabeza – 15€ (el precio varía según nacionalidad y edad).
Sí que es cierto que tuvimos la sensación de que el lado brasileño «se vendía mejor» que el argentino: enseguida, vinieron a explicarnos las diferentes opciones y actividades (que había varias) y a contarnos cómo era la ruta dentro del Parque. Entre las opciones que nos dieron, dudamos si hacer el paseo en lancha, y, aunque lo declinamos por el tiempo, creo que hubiera sido una gran experiencia: te metes prácticamente, debajo de algunas de las cascadas con la lancha… ¡tiene que ser bastante impresionante!
Lo primero que hicimos, fue tomar el bus de dos plantas que nos llevó, 15 minutos después, al inicio del trayecto. Aquí, vimos que el lado brasileño consiste en un camino circular, por lo que no vas cruzándote con los visitantes que vuelven, sino que avanzas hasta llegar al final. En cierta forma, tuvimos un poco la sensación de estar en PortAventura, en el sentido de que estaba muy preparado para continuar andando y hacer todo el mundo las paradas para la foto en los mismos miradores y con los mismos coatíes.
No obstante, esa sensación poco a poco se fue quedando a un lado, a medida que íbamos avanzando y la explosión de emociones iba en aumento: cada vez más cascadas, cada vez más agua, más ruido, más niebla que en realidad es la fuerza de Iguazú rugiendo... Así, hasta que llegas al inicio de la pasarela que te introduce en la Garganta del Diablo.
Aquí, llovió y nos mojamos. Y no sé si nos mojamos por la lluvia, por las Cataratas o por todo a la vez, pero el caso es que pudimos escurrir las camisetas y el pelo tras resguardarnos al final y, aquí, el bus de vuelta, no fue tan divertido: ¡qué frío!
Sin embargo, sin lugar a dudas, mereció la pena. Probablemente, hoy esté constipada por culpa de este día: pero reí, salté, grité, corrí y disfruté como hacía tiempo mientras no podía dar crédito a lo que estaban viendo mis ojos. Decir que las Cataratas de Iguazú son impresionantes, es quedarse corto.
Visita al lado argentino
A la hora de visitar el lado argentino, todo al que preguntamos, nos recomendó que lleváramos el dinero en efectivo ya que, al pagar con tarjeta en el propio parque, las comisiones eran demasiado altas. Poco confiadas, pero obedientes, cambiamos dinero a pesos argentinos: 800 para la entrada (12€) y 50 (por persona) para el peaje de vuelta (0,76€).
Desde Foz, tardamos unos 50 minutos en llegar a la entrada del Parque por el lado argentino, tiempo por el que cruzamos la frontera y nos sellaron el pasaporte. Aquí, Marcos tuvo que entregar un papel firmado que nos hizo completar con nuestra información, identificación… etc. Por el camino, cruzamos por un puente, en el que vimos a la vez, la frontera de Paraguay, Argentina y Brasil, separada por las aguas del río Iguazú.
En el lado argentino, existen diferentes caminos que podemos hacer y, de ahí, que en este lado vayamos a estar más tiempo. Tras informarnos, decidimos hacer el inferior, el superior y, la Garganta del Diablo a la que fuimos con el Tren Ecológico del Parque. Había otros senderos, pero estos fueron los que nos parecieron más interesantes y, tardamos aproximadamente 1,5 horas en cada uno de ellos haciéndolo con calma (como mucho).
En el caso del argentino, vamos avanzando por una pasarela mientras vamos viendo de cerca, generalmente desde arriba, los diferentes saltos y, además, vamos adentrándonos en la propia selva tropical, cruzándonos con coatíes, tucanes y cocodrilos, entre otros. Finalmente, cogimos el tren ecológico y, aquí, la cosa comenzó a mejorar exponencialmente.
El tren nos dejó casi en la Garganta y, tras avanzar unos metros por la pasarela la vimos, bajo la bandera argentina que hondeaba al viento, allí estaba la imponente Garganta del Diablo (y muchísima gente). No apto para personas con vértigo, a mí este mirado me pareció una locura, una explosión de la naturaleza imponiéndose con fuerza, rabia y elegancia sobre nosotros. De la calma absoluta del río que le precede, hasta la vertiginosa Garganta que me resultó hipnótica.
Maravilla natural
Desconozco si las Victoria, Niágara, Gullfoss o el Salto del Ángel son tan impresionantes como Iguazú, pero si lo igualan, me muero de ganas de conocerlas, porque, de superarlas, ni tan siquiera contemplo la opción.
Llevaba queriendo visitar las Cataratas de Iguazú desde que supe que existían y, siempre pensé que, en cuanto pusiera un pie en Argentina, iría sin dudas, de punta a punta del país: de la Patagonia a Iguazú. Lo de visitar Brasil, no era algo que estuviera entre mis planes, pero de esto ya os hablaré más adelante…
1.989 palabras después, todavía no he encontrado la que define lo que sentí estando allí ante semejante maravilla de la naturaleza, por lo que para descubrirlo, no puedo más que animaros a que las conozcáis con vuestros propios ojos. Lo que sí que tengo claro, una vez más, es que la naturaleza es maravillosa y que la vida, a veces, es tan bonita que parece de verdad…
«Para el que mira sin ver, la tierra es tierra nomás…» (Atahualpa Yupanqui)
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Periodista especializada en Marketing Digital y Big Data y nómada empedernida por naturaleza: YSIFLY es el lugar en el que hablo sobre mis ganas de no quedarme con las ganas de nada