Puede que, tras la pandemia no haya recuperado la motivación por escribir, y es cierto que YSIFLY no está pasando por su mejor momento aun siendo su tercer aniversario… pero esto no significa que haya perdido las ganas de no quedarme con las ganas de nada. Supongo que tarde o temprano, encontraré el momento para decidir si continuar con esta aventura incierta o si darle la despedida que se merece. O tal vez, opte por darle otra oportunidad a las segundas oportunidades y le eche un pulso a mi inspiración retándole a un doble o nada. Lo que tengo claro, y eso no habrá virus que lo consiga, es que no pienso quedarme sentada esperando a que sea la decisión quien me tome a mí.
Tras dos meses con el reloj parado, he cogido los planes domingueros con las pilas cargadas y el contador a cero, por lo que, desde que hay permiso, no hay tregua. Este fin de semana, ha tocado visitar el Cabo de Matxitxako, uno de esos lugares que estudiábamos en el colegio y que todavía, no había tenido la oportunidad de visitar, aunque todavía no sé por qué. Se trata del punto más saliente de todo Euskadi y está situado a 122 metros sobre el nivel del mar, con un a torre de 20 metros y un alcance de 30 millas.
Un enclave privilegiado
El destino de nuestro plan dominguero es todo un privilegiado: está situado en plena Reserva de Urdaibai, en el camino que va entre Bermeo y el Cabo de Ogoño, zona que sin duda, diría que es mi preferida de toda Euskadi. Y como para no serlo.
Cuando estamos allí, podemos ver a nuestra izquierda, nuestro mejor secreto contado a voces: San Juan de Gaztelugatxe. Ese lugar donde las campanas cumplen deseos, las escaleras se cuentan por decenas en el mar y los dragones surcan el cielo. Una visita de esas de las que nunca te cansas y donde los atardeceres tienen un aura mágica que en pocos sitios se encuentra.
A nuestra derecha, tenemos el Cabo de Ogoño, un plan dominguero desde cuya cima, podemos disfrutar de unas vistas de las que quitan el hipo. Entre medias, la naturaleza haciéndose paso y mostrando poderío por la Ría de Urdaibai y, si indagamos, encontramos algunos de los miradores más bonitos que jamás existieron, como San Pedro de Atxarre. Dicen incluso, que cuando el mar está generoso y tiene un buen día, nos concede una panorámica de la costa francesa.
Lo que sí que podemos ver, vayamos cuando vayamos, es ante nosotros La Gaviota que lleva más de 30 años posada sobre el Cantábrico. La plataforma, que acuña este nombre porque por las noches acoge cientos de ellas en su abrigo, mide nada más y nada menos que 100 metros de altura equivalentes a un edificio de 30 pisos. Durante sus primeros años de vida, se dedicaba a extraer gas natural a una profundidad de 2.500 metros, pero, desde 1994 que se agotó, se dedica al almacenaje de este. Sentada frente a ella, a 8 kilómetros en el Cabo de Matxitxako, no podía evitar pensar cómo sería la vida de los 20 operarios que trabajan allí que, por lo que he podido saber, trabajan en turnos de lunes a viernes y van a laborar en helicóptero. Supongo que esto no es tan duro como lo pudiera ser antaño cuando los turnos eran bastante más largos, pero la vida en una plataforma de 60*40 con vistas al océano entre olas de hasta 11 metros, es cuanto menos, curiosa.
Supongo que, a estas alturas, habréis intuido que en semejante paraje, son varias las opciones que tenemos para ir hasta el Cabo de Matxitxako. En nuestro caso, optamos por ir directamente en coche hasta el mismísimo faro lo que, para alguien que como yo se marea cuando no conduce, os voy dando ánimos desde ya. Desde Bilbao, hemos de dirigirnos a Bermeo y, entre la carretera que va desde Bakio a este último, encontraremos a nuestra izquierda una salida bastante pronunciada que, en cuestión de 5 minutos, nos dejará en el mismo faro. Por esta última carretera, nos cruzamos con varios domingueros que prefirieron ir andando hasta el final y dejar el coche arriba… pero lo cierto es que estoy segura de que habrá rutas mejores que por la propia carretera.
Dos faros y una luz
Cuando llegué al Cabo de Matxitxako, hubo dos cosas que me sorprendieron. Una, es que las expectativas me fallaron una mala jugada (no sé por qué me sigo sorprendiendo con esto, la verdad): al ir al punto más saliente de Euskadi, esperaba que «estuviera saliente» o, al menos, que me llamara la atención cómo le ganaba terreno al mar… pero no fue así. De no ser porque había un cartel que indicaba que era el punto más saliente de Euskadi, podría no haberme dado cuenta.
La otra, es que lo que nos estaba esperando no era un faro… si no dos, el viejo y el nuevo. El primero, del que sólo queda en pie la torre, estuvo en funcionamiento desde 1852 hasta 1909 que se paró, ya que no funcionaba con electricidad sino con las fogatas que el propio farero hacía a diario. Desde entonces, a 110 metros del primero, se encuentra el faro que hoy alumbra, y que cuenta también con casa de torreros, almacenes y depósito de efectos.
En cualquier caso, ambos fueron testigos del combate del Cabo de Matxitxako que tuvo lugar en sus aguas. Franquistas y republicanos se dieron batalla frente a los faros en plena guerra civil en 1937, con mayor triunfo para los primeros, pero con victoria moral para los segundos por la valentía de quienes la gestaron. Desde entonces, Bermeo les recuerda cada año la primera semana de marzo en el «Itsas Gudarien Eguna».
Visto en perspectiva, como mejor se mira, creo que el Cabo de Matxitxako es un plan dominguero que merece la pena hacer: puede que no por lo que el propio Cabo sea, sino por lo que representa y a quien mira en un enclave realmente privilegiado y con recuerdos de un pasado no tan lejano.
Periodista especializada en Marketing Digital y Big Data y nómada empedernida por naturaleza: YSIFLY es el lugar en el que hablo sobre mis ganas de no quedarme con las ganas de nada