Cuando me enteré de que iba a pasar una temporadita por Salamanca, decidí que iba a exprimirla. En ello ando y, por eso, este fin de semana he conocido su adrenalina a través de sus pistas y he encontrado uno de sus rincones que más brillan. Tengo que confesar que, esta pequeña provincia de Castilla me está conquistando poquito a poquito; acabará por enamorarme a este paso 🙂
Snow en La Covatilla
La Sierra de Béjar, en la frontera entre Salamanca y Extremadura, esconde una pequeña estación de ski que, por lo que he podido comprobar, es la delicia de sus aledaños y foco de turismo en la comarca. La estación más cercana sería, por el Norte Navacerrada, que está relativamente cerca, pero por el Sur ya estamos hablando de Sierra Nevada, por lo que La Covatilla se convierte en el destino ideal para los amantes de los deportes de nieve.
La Covatilla se encuentra a 82 kilómetros de Salamanca, una horita más o menos de autovía, por lo que es un perfecto plan dominguero. Hasta que no te acercas a la cima, no se ve la nieve… de hecho, durante el trayecto, tuvimos que chequear que estábamos en lo cierto y que había buenas previsiones. Sin embargo, en la última curva, alzas la vista y ahí está, el pico blanco que nos haría disfrutar de un gran día.
Nada más llegar, un parking gratuito te espera en la entrada. Por lo que nos comentaron, cuando hay mucha gente, directamente cierran el paso (no hay otras posibilidades para aparcar), así que es más que recomendable madrugar para poder pillar sitio. Está en previsiones abrir otro parking muy cerca de éste (lleva una década bloqueada su construcción), pero por el momento, habrá que conformarse con el que hay.
A los pies de la pista, nos esperan dos casetas: una para el alquiler de materiales y otra, con un bar y taquillas para el forfait. Pronto te das cuenta de que, cuando se inauguró esta estación hace apenas 17 años y que, en su recorrido no ha estado exento de polémicas, no se contó con el crecimiento que tendría y, de hecho, las propias pistas se están comiendo su entrada.
En la parte izquierda está la caseta de alquiler. Previamente, en los pueblos que pillan de paso, se puede alquilar también y a precio más económico, pero por no cargar con ellos y, por si fuera necesario algún cambio, decidimos alquilarlo directamente en La Covatilla y esperar los 40 minutos de cola (con esto, obviamente, no contábamos). El equipo completo de snow con: tabla, botas, casco y consignas, supuso un coste total de 27€ por todo el día (sigo insistiendo en que, de aficionarse a este deporte, más vale comprarse el equipo de segunda mano y amortizarlo pronto que continuar dejando la herencia en alquileres).
El forfait costó 29€ por persona y día y, esta cola, fue bastante más rápida que la anterior. Consiste en una pegatina y un alambre que, en cuanto lo recibes, sabes que lo vas a perder más pronto que tarde. Al entrar a las propias pistas, en seguida dejas a tu izquierda el bar con 6 merenderos, a la derecha, la pista de debutantes y al centro, una de las perchas (la otra está en la cima) y el telesillas. En la cima hay otro bar pero estaba cerrado.
En nuestro caso, el día estuvo bastante cerrado y la niebla impedía ver a más de diez metros por lo que, a la adrenalina propia de este deporte, se sumaba el miedo de bajar a ciegas. De hecho, pasé todo el día pensando que nos iban a cerrar la pista ante la niebla por el peligro que suponía, pero finalmente, aguantó hasta las 16:30 que cierran habitualmente las pistas.
Por lo demás, La Covatilla cumple con todo lo que se espera de una estación de ski de calidad: sus pistas bien señalizadas, gente preparada para echarte una mano en lo que necesites… está claro que no es de las más grandes ni de las más reconocidas a nivel nacional, pero su servicio lo cumple por lo que yo no puedo hacer otra cosa que recomendarla 🙂
Un deporte este del snow, caro (muy caro) en el que todavía soy una mera (torpe) principiante pero que da muchas alegrías y que, personalmente, cada vez me gusta más. Sobre todo, por lo rápido que ves cómo evolucionas, la adrenalina que descargas, esa sensación de libertad y cómo, de nuevo, los límites sólo existen para superarlos. Mi aventura en el snow comenzó con un «ni un ¿y si…? más, quedarse con las ganas no es una opción. Quien no arriesga…» y hoy, un año después, sigo con esta filosofía tatuada y dispuesta a seguir arriesgando. A seguir cayéndome y volviendo a levantarme, a seguir aprendiendo: hablo de snow, o de lo que se tercie 😉
Esa joya salmantina llamada Candelario
Encanto. Mucho encanto. Eso es lo que tiene este pequeño pueblo de la sierra que se ha convertido en uno de esos motivos por los que Salamanca me está conquistando. No tiene nada especial y, sin embargo, es especial en sí mismo. Está situado a unos 20 kilómetros de la estación de La Covatilla y, para llegar, lo haremos por una estrecha carretera que atraviesa los árboles donde, aunque no ves el final y la propia calzada te pone en tensión, vas disfrutando del paisaje a cada kilómetro que te adentras de la sierra.
Todo él, descansa en la ladera de la montaña, por lo que la nieve al fondo incrementa, aún más si cabe, las fotos de postal desde cada ángulo del pueblito. Está en pendiente y, lo cortan en perpendicular, estrechas callejuelas con mucha magia. Tanto al principio como al final del pueblo, hay sendos parkings gratuitos para que puedas dejar el coche y disfrutar de este pueblo como se merece, paseándolo.
Hubo dos particularidades que me llamaron especialmente la atención de Candelario. Por un lado, todas las puertas tienen una especie de sobre-puerta de media estatura. Se trata de las «batipuertas» y pertenecen al ADN de este pueblo, ya que son el único de la zona que los tiene y que por tanto, también en esto destacan. No soy la única que se ha encaprichado de esta localidad y, ellos lo saben y son conocedores del turismo que atraen, por lo que a lo largo y estrecho de todo el pueblo, pudimos ver paneles informativos descubriéndonos sus particularidades.
Entre ellas, que el origen de las batipuertas tiene dos posibles funciones. Por un lado, la de burladero casero, al atar allí a los caballos y otros animales e impedir que entraran en casa. Por otro, para proteger el hogar de la nieve propia de la zona y poder salir a la calle, apartando de forma rápida toda la que se acumulaba en la entrada.
La otra cuestión que me llamó mucho la atención son sus regaderas: por prácticamente todas sus calles, recorren unos canales llenos de agua que, de nuevo, existen dos versiones sobre su existencia. Por un lado, la de favorece el deshielo permitiendo que el agua recorra las acanaladuras. Por otro, ayudaba a limpiar las calles de la sangre en épocas de matanza.
Ya de por sí, Candelario tiene encanto en cuanto a la estética de sus casas todas muy similares y típicas de la sierra con la nieve al fondo y el silencio propio de pueblos pequeños. Pero es que además, el sonido de estos canales y sus batipuertas le dan ese toque añadido que sólo los lugares que se te quedan grabados en la memoria, pueden presumir de tener.
Para ir terminando que, para variar, me extiendo más de lo que pretendía; volveré a hacer snow. Eso es más que probable, ya sea en La Covatilla o en otra estación. Pero al Candelario le debo otra visita y, sin duda, será uno de esos rincones que quiera enseñar a mis visitas cuando ejerza de anfitriona por tierras salmantinas. Estoy segura de que no defraudará 🙂
Si te pasa algo en la otra parte del mundo, ¡al menos que tengas la seguridad de que todo va a salir bien!
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Periodista especializada en Marketing Digital y Big Data y nómada empedernida por naturaleza: YSIFLY es el lugar en el que hablo sobre mis ganas de no quedarme con las ganas de nada