Salamanca, hoy termina lo nuestro y no puedo decir otra cosa: fue bonito mientras duró. Treméndamente bonito. Apareciste cuando menos te esperaba y, sin embargo, cuando más te necesitaba sin yo siquiera saberlo.
Este 2018 comenzó pisando fuerte, prometiendo que sería «el año» y poniendo fin a un ciclo al que, de haberlo sabido, jamás hubiera invitado. Hace un par de años, le robé las escaleras a Madrid para llegar al cielo, pero en Bilbao no encontré ese equilibrio que necesitaba: no entonces. Quise correr más de la cuenta, como acostumbro, pero no era el momento para salir a ganar.
O tal vez sí, quién sabe si hoy estaría aquí de no haber sido por aquello. (Conformista, lo sé, pero creo a ciegas en que todo pasa por algo)
El caso es que salté. Y volvería a saltar cien veces más.
Debo de confesarte que, cuando supe que nos íbamos a conocer, te tenía tantas ganas como miedo. Me moría por hacerte mía aunque me aterraba que no me quisieras lo suficiente. Y aún así, me atreví a advertirte que no serías tú quien me sacara de mi zona de confort y lo cierto es que no lo has hecho, pero eso te lo contaré más adelante.
De aquel frío 7 de enero parece que ha pasado un lustro, y sin embargo han sido tan sólo 6 meses. Supongo que el tiempo es algo más relativo que horas, minutos y segundos y que, en realidad, se mide en esos pequeños momentos que se hacen inmortales. Por eso, tal vez, a mí me ha parecido que este reloj iba más despacio de la cuenta, porque han sido muchos los instantes que para mí ya son eternos, los que se han concentrado en este año al que aún le falta la mitad.
No habían pasado ni 24 horas y yo ya intuía que nos íbamos a llevar bien. Salamanca, tú eres de los que exprimen cada segundo, de aquellos que queman las horas y de quienes tienen los días contados. Igual es por eso que te has convertido en mi hogar, porque lo nuestro tenía fecha de caducidad.
Todavía no sabes cuántas veces te he admirado desde lejos mientras te echaba piropos. O cuántas me planté de frente y caí rendida a tus pies. Eres bonita a rabiar y ahora sé que cualquier tono dorado me recordará siempre a ti. A esa luz que sólo tú tienes y que, cuando me acercaba por la carretera después de un viaje, me daba la bienvenida a casa. Porque si de día tienes encanto, por la noche eres pura magia.
Eres hambre de más
Salamanca te he paseado hasta que me han dolido los pies, y siempre me he quedado con ganas de más. No eres infinita, pero no quería perderme la oportunidad de disfrutar de tus rincones una y otra vez. En detalle y en silencio, haciéndolos un poco míos.
Te he saboreado sin saciarme y, aunque lo he intentado, jamás me has quitado la sed. Incluso hemos bailado juntas, sin tregua y hasta el amanecer deseando siempre que hubiera una canción más.
Salamanca, a mis ganas de comerme el mundo han venido las tuyas a decirles que es posible volar. A recordarme que un pájaro no ha nacido para estar enjaulado y que el cielo es tan grande como yo lo quiera ver.
Y entre tanto vivir, tú todavía no lo sabes, pero me has devuelto algo que llevaba mucho tiempo buscando. Realmente, yo no asimilaba que lo había perdido, pero estaba segura de lo echaba de menos. Se trata de un pedacito de mí, que se quedó en Madrid. Llegué a creer que jamás existió, o que tan sólo había sido un recuerdo difuso, pero era real, tú me lo has entregado y ahora vuelve a formar parte de mí, por lo que te estaré eternamente agradecida.
En una visita a tu cielo desde Ieronimus, el guía nos dijo que «nosotros construimos las ciudades, pero luego son ellas las que nos construyen a nosotros». Y en cierta forma, eso es lo que me ha pasado contigo. Ya ves, yo quería hacerte mía y llevarme a casa lo mejor de ti, y fuiste tú quien me hizo tuya y quien me dijo que ahí tengo mi hogar para cuando quiera volver.
Salamanca, tú no has conseguido sacarme de mi zona de confort, sino que has hecho que ese lugar sea mucho más grande. Y lo has conseguido gracias a llenarlo de almas que, en tan solo seis meses, se han convertido en una pequeña familia para mí. Buenas personas que sin saberlo, han hecho que cada día me esfuerce por ser un poquito mejor y que sin ellos, tú serías tan bonita como eres, pero no serías la misma.
Vuelvo a saltar
Ahora vuelvo a casa, y me lanzo a la piscina por quinta vez. Un nuevo borrón y cuenta nueva en esta aventura que es la vida.
Vuelvo a Bilbao: mi Norte y mi Sur, mi cara y mi cruz, mi blanco o negro. Bilbao es un amante capaz de dármelo todo y a la vez arrebatármelo. Pero esta vez vuelvo con más fuerzas que nunca a decirle que lo vamos a intentar una vez más y que esta, va a ser la definitiva. Porque mi amor es más fuerte que mi odio y, aunque nosotros somos de extremos, sabemos que en el fondo estamos hechos el uno para el otro. Por eso, querido, te digo que lo mejor está por venir y que voy a darlo todo para que lo nuestro sea épico, no te imaginas las ganas que te tengo.
Si nada cambias, nada cambia… pero Salamanca, gracias a ti al final, todo cambió.
Periodista especializada en Marketing Digital y Big Data y nómada empedernida por naturaleza: YSIFLY es el lugar en el que hablo sobre mis ganas de no quedarme con las ganas de nada