Llevaba muchos años queriendo visitar el Valle del Jerte. Sin haber sido nunca ninguna apasionada de las flores en jarrón (me da mucha pena cuando las «matamos» para un ramo y luego dejamos que se marchiten), me gustan -como a todos- (sí, soy una hipócrita a la que le ha podido la ilusión cuando se las han regalado).
Sin embargo, este lugar era (en mi imaginación) diferente. Se trataba de un Valle cubierto con un manto de color blanco y olor a cerezo que, sin quererlo ni buscarlo, me transmitía calma. Le ocurre igual a la Provenza y su lavanda, a Japón con su hanami o incluso a Holanda con sus tulipanes. ¿Y a quién no le transmiten paz las flores? Nadie puede estar estresado en un lugar así, simplemente respiras y sonríes. Disfrutas de cómo la naturaleza es caprichosa y nos regala pequeñas píldoras para recordarnos lo bonita que puede ser la vida. Supongo que esa calma es la que anhelaba cuando me imaginaba paseando entre sus flores bajo un sol de justicia. Y, sin embargo, la suerte y el tiempo se resistían a concederme dicho deseo.
Este año, por fortuna o destino, Extremadura está un poquito más cerca que nunca por lo que era la ocasión perfecta para visitarlo. Sin embargo, la cita se retrasaba por cuestiones meteorológicas: para mi pena, el florecimiento estaba al 70%, y yo no podía aplazar más nuestra cita (spoiler, si así me encantó, no me puedo ni imaginar cómo será cuando esté al 100%).
Ante mi desconocimiento (y mi vagueza para informarme primero), me planté en el Valle del Jerte con outfit de «Barbie va de paseo» muy poco apropiado para la ocasión. Pensaba que el plan era acercarse a un mirador y observar; pero no. Resulta que para disfrutar del Valle del Jerte hay que madrugar porque son muchas las paradas y hay que ir con un calzado apropiado para andar por el monte. ¡Incluso, ropa de deporte, me atrevería a decir! (Vale, esta última parte es opcional, pero luego que nadie diga que no lo advertí cuando únicamente te cruzas con mendizales que, tal vez algo optimistas, piensan que van a subir el Everest).
Al grano
El Valle del Jerte es, como su propio nombre indica, un Valle en el que podemos encontrar diferentes paradas de interés más allá de las impresionantes vistas del manto de cerezos: a continuación os enseño en un mapa, la ruta circular que podemos hacer para visitar los enclaves más increíbles de esta visita (aviso, verla al completo lleva tiempo, igual es mejor elegir qué es lo imprescindible para una primera ocasión).
Una vez inmersos en la ruta circular que os cuento, nuestra primera parada fue la visita el Roble del Acarreadero o Romanejo, un árbol con 500 años a sus espaldas y uno de los más importantes de la Península Ibérica, del que se cuenta que antaño, llegó a dar sombra a más de 1.000 ovejas. Cuando llegamos, no conté a los naturistas que estaban dándole abrazos pero por sus dimensiones, no pondría en duda dicha afirmación (sí, me sumé a lo que parecía la costumbre de abrazar al árbol, para ver si así me transmitía sus buenas energías 🙂 ).
Siguiendo nuestra ruta en coche y, haciendo todas las paradas que considerábamos necesarias para disfrutar de las vistas y cerezos, nos encontramos con la primera de las cascadas: La Garganta de Puria. Es muy accesible y, aunque lo idóneo sería hacer una ruta de senderismo por la zona, simplemente disfrutar de su estampa, merece la pena.
Continuamos con la ruta dejando a nuestro paso un par de miradores desde donde disfrutar del Valle encantado: cualquier saliente, se convierte en un mirador, así que en nuestro caso, continuamos adelante. Así, nos encontramos con lo que parece el culmen del florecimiento de esta visita: Valdastillas, aquí es donde encontramos un mayor número de cerezos en flor y desde donde podemos captar las mejores instantáneas.
Paramos a comer en Navalconcejo, en una de sus muchas terrazas y donde podemos comprar souvenirs (obviamente) de este plan dominguero, entre ellos mermelada de cereza casera que tiene pinta de quitar el hipo. Allí, nos espera una miniruta para poder disfrutar de una cascada todavía mejor que la anterior: la Cascada del Caozo. Nos advierten que la subida es muy empinada (tal vez, era una forma sutil de decirnos que no íbamos con el mejor outfit para la ocasión) pero, honestamente, creo que es un camino que cualquier persona puede hacer sin ningún tipo de preparación física: en media hora está hecho y, desde luego, merece la pena.
Continuamos con nuestra ruta, y todas las indicaciones nos llevan hasta la Garganta de los Infiernos. Siguiendo las indicaciones, nos damos cuenta de que debemos de estar ante algo «muy guay» debido a la gran cantidad de coches que hay, merenderos, parques para niños y muchos montañeros. Preguntamos en el centro de interpretación, y nos dicen que para llegar a los Pilones (meta de la ruta) existen varias rutas en las que puedes tardar desde una hora hasta seis.
Por un momento, nos planteamos si hacer la corta o no por no ir adecuadamente calzados, pero decidimos «arriesgarnos» y mereció la pena, vaya que si la mereció. Vimos por el camino a más de uno que le había pasado lo que a nosotros: le habían vendido que iba a ver los cerezos en flor en el Valle del Jerte y había acabado haciendo un trekking por la sierra extremeña.
Aunque me quedé con ganas de hacer una ruta de senderismo por la montaña más completa (lo dejaré para otra ocasión), tengo que recomendar la visita a los Pilones en cualquiera de sus caminos. No hay duda, es increíble: y cómo tiene que ser en verano, cuando te puedas bañar en sus gélidas y cristalinas aguas.
La ruta por el Valle del Jerte continúa por los pueblos que podéis ver en el mapa, donde cerezos y cascadas se van cediendo paso hacia un paisaje increíble que, sin lugar a dudas, os recomiendo visitar (entre las cascadas, hay una que se llama Cascada Marta y es muy bonita 🙂 ).
Para despedir, os contaré dónde cenamos que, si bien no es una parada del Valle del Jerte, debe de ser un lugar de culto en la zona por la cantidad de gente que había y lo famoso que es: el mesón viejo del jamón de Cuatro Calzadas. Este lugar es conocido por lo barato que es y, entre otras cosas, por su bocadillo de jamón con pan de pueblo, el plato estrella. En este caso, tengo que ponerme escéptica… creo que está sobrevalorado y que el pan de pueblo se parece más al pan bimbo que al delicioso pan de pueblo de mi pueblo (aunque también pienso que están sobrevalorados los sandwiches del EME, el sushi y las croquetas, por lo que igual, mi opinión, ¡no te sirve de nada!)
Llenaría este post con las mil fotografías que tomé durante la ruta del Valle del Jerte, pero me conformaré si consigo animar a alguien a que lo visite y disfrute de este lugar donde el estrés no tiene cabida (eso sí, bien equipados). Simplemente, detente, respira y si gustas, sonríe: la naturaleza está ante ti mostrándote su mejor cara.
Periodista especializada en Marketing Digital y Big Data y nómada empedernida por naturaleza: YSIFLY es el lugar en el que hablo sobre mis ganas de no quedarme con las ganas de nada