Hacía tiempo que una ciudad no me conquistaba tanto como Río de Janeiro: no digo un país, un restaurante, una zona, un atardecer, un momento, un plan… hablo de una ciudad completa y tengo que decir, que lo mío con Río de Janeiro, fue amor a primera risa.
Creo que si antes de conocer esta ciudad, hubiera tenido que contar cómo me la imaginaba, supongo que habría hablado de sus playas y puestas de sol, donde cuerpos esculturales jugaban al volley o al fútbol. También hubiera contado cómo de peligrosa creía que era en tanto a que sus favelas eran ciudades sin ley. Además, habría descrito que las calles estaban llenas de gente que bien bailaba samba, bien jugaba al fútbol e incluso, hubiera dicho que tenía un teleférico, dato que me aprendí cuando los Simpson fueron en busca de Ronaldo.
La Ciudad Maravillosa
Bien, ¿estaba yo en lo cierto? en parte sí, pero también estaba muy equivocada y, además, era una completa ignorante. A Río de Janeiro la llaman la Ciudad Maravillosa por su belleza y por momentos, llegué a decir que sería un lugar en el que me gustaría quedarme a vivir.
Probablemente, esté equivocada, pero me pareció una ciudad que vivía en una dualidad, entre su esencia de América Latina, pero con cierto toque o influencia de este lado del charco por momentos. Es innegable que tiene sangre caliente y carácter latino y eso se ve en la alegría de la gente y su generosidad. Vayas donde vayas, todos te contestan con una sonrisa y dispuestos a ayudarte, pero siempre respetando tu espacio.
Naturaleza, grandes playas de arena blanca, buen clima… al fin y al cabo, todos tenemos problemas, ¿pero quién no querría vivir en el paraíso? Los cariocas lo hacen, y con razón, están orgullosos de ello. En 2009, Forbes reconoció Río de Janeiro como la ciudad más feliz del mundo. Ciudad que, además de estar en medio de una selva tropical, cuenta con el cielo más azul que existe: para todos es el mismo, pero allí brilla de una forma diferente.
La Ciudad Capital
Sin embargo, su reloj no va a ritmo caribeño como ocurre en otros países de América Latina, sino que todo fluye a la misma marcha que podría hacerlo aquí. Supongo, que haber sido la única capital europea fuera de Europa, dejó algo de herencia en la que también fue, capital de Brasil hasta que se fundó Brasilia.
Hicimos un free tour durante nuestra estancia en Río de Janeiro y me llamó poderosamente la atención, cómo el guía nos hablaba de la colonización. Este verano, por ejemplo, estuve en Perú y en sus palabras y explicaciones, se intuía «cierto» odio y rechazo a la invasión española a los nativos de antaño (con toda la razón del mundo, ojo).
En Río de Janeiro, en cambio, las sensaciones que percibí fueron distintas (que no quita que no sea exactamente igual, claro). En 1807, la familia real portuguesa, huyendo de Napoleón, se instaló en Río de Janeiro y de ahí que la convirtieran en capital de Portugal. Hasta aquí, vinieron con sus 15 barcos, 15.000 personas entre unos y otros y 60.000 ejemplares de su biblioteca privada. Ejemplares que, con los años, han ido añadiendo nuevas incorporaciones, hasta formar en Río de Janeiro la octava mayor biblioteca del mundo con más de quince millones de libros.
No os voy a aburrir con clases de historia, pero me marcó bastante todo lo que me contaron de la princesa Isabel de Braganza que fue quien abolió la esclavitud en Brasil, enfrentando a la familia real con los terratenientes esclavistas y condenando a su familia y a la realeza. Cuando tomó esta decisión, sus consejeros le dijeron «hoy estás liberando a tu pueblo y perdiendo la corona» y, conocedora de ello, sentenció con una frase a la que podríamos hacer alusión más a menudo hoy en día, «si 10 tronos tuviera, 15 daría por la dignidad de las personas».
La Ciudad Abierta
Fue en 1888 cuando abolió la esclavitud, no sin antes recordar, que Río de Janeiro llegó a ser el puerto con más esclavos del mundo: recibió hasta 500.000 africanos cuya herencia cultural, hoy en día es innegable. Es más, junto con Salvador de Bahía, son las dos ciudades «más negras» de todo el país, mientras que, en otros lugares de Brasil, el prototipo de brasileño pasa por piel blanca, pelo rubio y ojos claros. Haciendo mención a esto, nuestro guía nos dijo: Brasil es tan grande y hay tanta diversidad, que cualquier persona de cualquier lugar del mundo, podría pasar físicamente por brasileño/a.
Qué bonito, ¿verdad? Tal vez, su diversidad les haya hecho ser tan tolerantes como me lo parecieron, en una ciudad que tiene todo y para todos, abierta y sin complejos. Una ciudad que por cierto, es tremendamente gay friendly.
Eso sí, si estáis pensando en viajar a Río de Janeiro, es importante que tengas claro quiénes son los cariocas: ni lo son todos los brasileños, ni lo son todos los que viven en la provincia de Río. Este gentilicio, responde a kari (hombre blanco) y oca (fuera), palabra del idioma nativo tupí-guaraní con el que se denominó a la primera casa construida en la ciudad.
Después de conocer a los cariocas que entienden y aprecian tanto que sus diferencias son su gran valor, todavía me cuesta más comprender cómo ha llegado al poder quien lo tiene ahora en un país que no consiguió una democracia real hasta 1992. Esto podría dar para un enorme debate para el que no tengo la suficiente información ni por tanto, criterio, pero sí puedo comentar cómo los propios cariocas nos contaron que, desde que el gobierno lo tiene quien lo tiene, las desigualdades son más grandes y hay más personas viviendo en la calle, y son los de color quienes se llevan la peor parte. Ni Brasil ni los brasileños, se merecen esto.
La Ciudad sin río
Por mucho que lo busquéis, no encontraréis el río que da nombre a la ciudad porque ni existe, ni nunca lo hizo. Cuando los portugueses llegaron a la zona, pensaban que estaban ante la desembocadura de un gran río, mientras que se trataba de la gran bahía de Guanabara, que tiene nada más y nada menos que 100 islas muy cerquita de la ciudad.
Y eso que, aunque los portugueses estuvieran allí muchos años, realmente fueron los franceses los primeros europeos en llegar asta Río de Janeiro: andaban buscando el paraíso, una especie de utopía con la que habían soñado y, cuando se toparon con Río, con su naturaleza y sus playas, pensaron que la habían encontrado (y no seré yo quien les quite la razón).
Precisamente, fue en Francia (y por un francés) donde se construyó la mayor insignia de Río de Janeiro, su Cristo Redentor, una de las siete maravillas del mundo y enclave más visitado de la ciudad. Es foco de atracción de rayos en las grandes tormentas que asolan la ciudad y, como dato curioso, añadiré que uno de sus brazos, el izquierdo, mide 40 centímetros menos que el otro. Con sus 38 metros a 770 de altura, diré mi opinión aunque nadie me la pregunte, y es que lo bonito de este lugar, es más su ubicación que el Cristo en sí. Corcovado cuida de una ciudad profundamente religiosa y esa es su gran maravilla, pero ser una de las 7 del mundo, me temo que es un honor que a mi juicio, le queda grande. Machu Picchu, la Gran Muralla China… yo creo que juegan en otra liga, pero qué sabré yo.
La Ciudad peligrosa
O eso es lo que todo el mundo piensa de Río de Janeiro antes de ir. Si a mí, me lo preguntas, te diré que no, que no es una ciudad peligrosa o al menos, no si tienes sentido común. He vestido igual que lo haría aquí, he ido de día y de noche por cualquier calle del mismo modo que lo hubiera hecho aquí, he hablado con desconocidos como lo podría haber hecho aquí… y no me ha pasado absolutamente ni he sentido un ápice de peligro o miedo en los cuatro días que he estado. No quiero decir que no sea peligrosa y que los datos ahí están para confirmarlo, pero quiero y creo que es mi responsabilidad, hacer un llamamiento a la coherencia.
Por ejemplo, conocimos a una familia de españoles (parece que no podía ser de otra forma), que, con sus dos hijas (menores), entraron en una favela sin conocer a nadie, reflex colgada al cuello y resulta que venían temblando porque al llegar, vieron cosas que les asustaron y a un chico con una K45. Pero vamos a ver, ¿cómo se os ocurre? ¿y más con vuestras hijas?
Valoren por ustedes mismos porque yo voy a omitir lo que pienso sobre esta familia. Ahora, me preguntas de nuevo, ¿es Río de Janeiro una ciudad peligrosa? pues probablemente lo sea más que Bilbao e incluso, puede que simplemente hayamos tenido suerte, pero también creo que si tienes dos dedos de frente, no te meterás en la boca del lobo y disfrutarás de una experiencia preciosa en una ciudad fantástica eliminando además, algún que otro prejuicio 🙂
En Río de Janeiro hay 750 favelas que, si nos vamos a su descripción, se trata de «asentamientos precarios en ciudades», o lo que es lo mismo: no todas las personas que viven en favelas, son malas personas ni delincuentes. Ahora bien, sabiendo que está desaconsejado entrar en favelas, pues yo, personalmente, no lo haría: primero por precaución, y segundo, porque me parece tremendamente irresponsable y clasista ir a hacer fotos a personas que viven con menos comodidades o de forma marginal, cuando además, estás en una ciudad que tiene tantísimo por ofrecerte.
(Disculpad mi calentada, pero creo ciegamente en el turismo sostenible, responsable y respetuoso con las personas y el entorno 🙂 )
La ciudad del fútbol y el carnaval
En esta, que es la segunda ciudad más grande de Brasil con más de 6 millones de habitantes, conviven casas de millones de reales con favelas. Negocios punteros y tradición. Una ciudad cosmopolita que, a su vez, conserva tradiciones de antaño y aquí: el fútbol y la samba, no son tópicos: son su mantra.
Desde el propio avión, ya ves el Estadio de Maracaná, aquel que cuenta con el dudoso honor de acoger a más espectadores de la historia. Y digo dudoso, porque hubo muchas más de las permitidas y, aunque la única tragedia para los brasileños, fue el resultado, aquello podría haber sido un auténtico drama: 173.850 espectadores que, de pie y como buenamente pudieron, se apilaron aquel 16 de julio de 1950 para ver la final del mundial entre los anfitriones y Uruguay. La tragedia fue el «Maracanazo»… y menos mal que sólo fue eso.
La vida es un carnaval y, en Río de Janeiro, ese no hay que llorar, cobra más fuerza que nunca porque lo hace a ritmo de samba. ¿Puede alguien no contagiarse de alegría y felicidad en el sambódromo en pleno carnaval? 200 escuelas de la ciudad, con 5.000 bailarines sonriendo, bailando, gritando y celebrando la vida (mientras que ingresan 665 millones de dólares en la ciudad). Y, entre ellos, sólo hay un rey: el Rey Momo, quien da el pistoletazo de salida… no he podido ver el carnaval de Río de Janeiro, pero no os hacéis una idea de las ganas con las que me he quedado.
La Ciudad para volver
Creo que Río de Janeiro es una de esas ciudades que siempre te dejan con ganas de más: te enseña tus secretos, y te invita a descansar en sus playas o a ver algunos de los atardeceres más bonitos del mundo. Y, si terminas con los «imprescindibles», siempre tiene más para darte: ya sea en la provincia de Río con excursiones de un día, o con rincones escondidos en la ciudad que ni te imaginabas. Río es una ciudad que se ha reinventado una y otra vez, pero siempre sonriendo, siempre con alegría y siempre con mucho ritmo.
Como después de cada «gran viaje», me gustaría escribir un post «más práctico» con información de qué visitar en cada lugar, entre tanto, os dejo aquí el mapa para que ubiquéis los «fundamentales». Sin embargo, no quería perder la ocasión de tratar de poner palabras a unas sensaciones un tanto especiales que me traigo de Río de Janeiro: tiene sitios impresionantes que no te puedes perder, pero es de esas ciudades donde simplemente, te sientes bien. Donde se contagia la felicidad. Donde una calle cualquiera, no necesita de monumentos, para grabarla en tu retina.
Tal vez sea porque nunca había soñado con ir a Río de Janeiro y, que me pillara de casualidad sin demasiadas expectativas, hizo el resto. Pero qué bien, viajar despacio y volver 🙂
Si te pasa algo en la otra parte del mundo, ¡al menos que tengas la seguridad de que todo va a salir bien!
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Ah, por cierto, lo del aterrizaje en este aeropuerto, es un subidón de adrenalina curioso:
Periodista especializada en Marketing Digital y Big Data y nómada empedernida por naturaleza: YSIFLY es el lugar en el que hablo sobre mis ganas de no quedarme con las ganas de nada