Libertad y mente abierta. Supongo que si tuviera que definir Ámsterdam de forma concisa, estas serían las primeras palabras que me vendrían a la cabeza; una ciudad con mucha personalidad que marca su propio ritmo.
Ámsterdam no es como las demás y lo sabe. No necesita presumir de ello ni ostentar, no es de esas. Aunque es coqueta y delicada, no es de las que busca gustar a los demás: a ella le basta con mirarse al espejo y verse guapa, sentirse bien consigo misma. Y eso, precisamente, es lo que le piden los suyos: la quieren libre, y se quieren libres con ella.
En Ámsterdam todo vale, menos lo que no vale para los demás. Quien impera es el sentido común, al menos de los locales, porque a los foráneos tanta libertad les cortocircuita el cerebro y saca lo peor de sí mismos. Comparte con las ciudades más multiculturales su riqueza, su expresionismo, su ir por la calle como te apetezca sin que nadie te juzgue ni se pare si quiera a pensar por qué no sois iguales. Simplemente, te invita a que seas quien quieras ser y te recuerda, que te va a querer igual, independientemente de tu condición sexual, raza, edad, origen, preferencias musicales, estilo o ceros en tu cuenta bancaria.
La capital de Holanda lleva tatuado en la piel que las prohibiciones no anulan los problemas ni los hacen desaparecer. Por eso, ella te da alas para que vueles y te construye una pista de aterrizaje para cuando quieras volver. Entiende que, lo que a otros les preocupa por su dudosa reputación (o por la mala fama que tiene lucrarse legalmente a su costa), no va a dejar de existir por una serie de multas o persecuciones. Al contrario, sabe que el ser humano es carne de vicio, y que en un marco prohibido, este se vuelve gris y oscuro, y por tanto, tentador y peligroso.
Drogas, sexo, alcohol… el libertinaje existe con o sin prohibición. Del Polo Norte al Polo Sur. Y yo, personalmente, coincido con Ámsterdam en que una regulación y un control en perfecto matrimonio con el libre albedrío, no van a incrementar nuestros pecados: los van a hacer más seguros y sanos, tanto para quienes lo consumen como para los que lo ejercen por profesión. Eso sí, en igualdad de condiciones y con dignidad.
En Ámsterdam, además, las manecillas del reloj giran a distinto compás. Aparentemente, parece haber encontrado el secreto de la eterna juventud: el elixir de las ciudades para las que no pasan los años. Mientras otras se empeñan en tocar el cielo con los dedos, desde edificios con cristaleras de espejo, ella prefiere ser la de siempre: la de los adoquines en las aceras, las calles estrechas por las que pasean los bohemios de antaño y la de los hogares atemporales, aquellos que observan la vida pasar sin despeinarse.
Y sin embargo, por momentos, le gana la carrera al futuro y acoge una realidad todavía muy lejana para muchos otros. Palabras tan de moda como innovación, vanguardia o tecnología, hace tiempo que forman parte del ADN de Ámsterdam y que por tanto, ya no es necesario si quiera nombrarlas: están en casa. Que no despiste a nadie su apariencia de siglos pasados, ella siempre va un paso por delante: tímida y con recelo, pero con la mirada al frente.
En este ecosistema de libertad, mente abierta, pasado y futuro, quien gana la batalla es el respeto: al que está a tu lado y a todo lo que te rodea. Por eso precisamente, a Ámsterdam la quieren por cómo es, sin necesidad de cambiarla. Sus canales son sus arterias, y las bicicletas que la recorren, la sangre de sus venas. En una primera cita, pocos aprueban su forma de ver la vida, la de priorizar las dos ruedas sobre dos piernas (ni qué decir, de los motores y sus gases). Pero ella es así, y cuanto más la disfrutas, más la entiendes. No está hecha para pedir explicaciones ni para pedir disculpas, y eso, aún con la locura que puede suponer al principio ir esquivando biciclistas, es parte de su esencia. Tal vez, hasta acabas por convertirte en uno de ellos cuando definitivamente, te conquista.
Ella es así o al menos, así la veo yo. Lo fue la primera vez que la visité y lo ha seguido siendo diez años después, donde por fin, la he vuelto a mirar a los ojos. Es un alma libre que no te da la espalda, alguien que te acepta como eres y que te pide que no cambies por nadie. Se preocupa por ti pero no te cohíbe. Te enseña a que tú mismo pongas los límites, pero no te los impone. Te cuenta su realidad pero quiere saber de la tuya. Y va hacia delante, sin dejar nunca de mirar hacia atrás. Fuerte, segura de sí misma y, sobre todo, libre.
Posdata: siento que hayas llegado hasta aquí esperando recomendaciones sobre qué ver en Ámsterdam. Aunque a veces pudo parecerlo, este nunca fue un blog de viajes. Realmente, siempre fue un lugar de sensaciones. El sitio al que acudo cuando me sale verbalizar cómo me siento sobre algo; cuando quiero que un momento, persona o recuerdo sea eterno. Que de alguna forma, exista para siempre y el olvido no haga mella.
Si te pasa algo en la otra parte del mundo, ¡al menos que tengas la seguridad de que todo va a salir bien!
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Periodista especializada en Marketing Digital y Big Data y nómada empedernida por naturaleza: YSIFLY es el lugar en el que hablo sobre mis ganas de no quedarme con las ganas de nada