En este 2020 en el que parece que cualquier cosa puede pasar, ha pasado que he re-descubierto Valencia. En el verano más atípico que recuerdo, irse de viaje lejos ha pasado por estar más cerca que nunca. Porque una cuarentena después, las vacaciones son más necesarias de lo que lo han sido hasta ahora, como también lo es, tener cerca a los que tuvimos a años luz, aun estando en el portal de al lado. En este 2020 para olvidar, tal vez, todavía no esté todo perdido y aún podamos crear buenos recuerdos, sin desestimar que nuestra propia responsabilidad, es nuestro chaleco salvavidas y la garantía de quien nos rodea.
Por todo ello, este año he ascendido a mi eterno plan B a plan A, convirtiéndolo en la mejor opción que podía haber elegido. Mi DNI dice que soy valenciana, pero lo cierto es que sólo acudo a la terreta en fiestas de guardar o para ver a los míos. Sin embargo, este 2020 en el que todo puede pasar, la pandemia mundial del distanciamiento social me ha llevado a querer estar más cerca y, por eso, he elegido Valencia como lugar de vacaciones.
Para cualquiera, esta opción sería un plan A de libro, pero, saber que siempre está ahí y, mis ansias de volar combinadas con un odio férreo al calor pegajoso de los meses de verano en Valencia, hacían que muchas veces declinara esta opción en busca de otras aventuras. Irnos lejos buscando lo que realmente, tenemos al lado de casa… como si, por estar lejos, fuera mejor. Cuán equivocados estamos.
Entre los diferentes planes y rutas que he hecho durante mis vacaciones, hay una que os quiero contar porque la verdad, me parece un planazo. Son destinos que, cada vez están más de moda y, en sí mismo, bien podrían ser destino de unas vacaciones haciendo pequeñas excursiones a las restantes. En nuestro caso, en cambio, nos lo tomamos como plan dominguero, visitando diferentes lugares de estos municipios y, combinándolo con ratitos de playa, descanso y relax, allá vamos:
Altea, la Cúpula del Mediterráneo
En nuestra ruta por el Levante, decidimos empezar por el final, por lo que fuimos directamente a Altea que se encuentra a 131km de Valencia, a 1 hora y 20 aproximadamente. Altea es Mediterráneo en estado puro, casitas blancas incluidas en uno de los enclaves más bonitos de la costa alicantina. Allí, además de perdernos por sus callejuelas cuando subimos y bajamos sus cuestas, nos encontraremos la preciosa cúpula de Nuestra Señora del Consuelo que, desde bien lejos, ya llama la atención con su cerámica azul. Allí, muy cerquita, podemos encontrarnos un pedacito de Picasso en la obra, a través de la que Antonio Miró le homenajea: la escultura Gernikabou es una de las 26 obras con las que Miró ha llenado Altea en su exposición «de mar a mar».
Además de lo comentado, a Altea no le falta, como a buen pueblo costero, su pequeño puerto con su paseo marítimo donde tiene que ser un regalo ver atardecer. En nuestro caso, optamos por bañarnos en una calita de sus 6km de costa y, en este caso, era de piedras, por lo que tal vez no sea lo más cómodo pero sí, sus aguas cristalinas nos hicieron creer que andábamos por Formentera.
Algo que nos llamó mucho la atención y con lo que no contábamos en esta ruta, fue la Iglesia Ortodoxa que nos encontramos en nuestro camino a Calpe. No sabíamos que nos la íbamos a encontrar y, la verdad es que es bastante curiosa.
Calpe, playas y peñón
Únicamente 11 kilómetros separan a Altea de Calpe y, aquí, encontramos una de esas playas en las que me podría quedar a vivir. Si bien es cierto que Calpe es más conocido por sus veraneantes que, como en Torrevieja, no fallan un verano, tengo que decir que me sorprendió para bien. Además de una playa 100% Mediterránea con sus altas temperaturas, chiringuitos, arenales kilométricos y agua cristalina, este municipio costero creo que tiene algo más que decir.
Sabremos que hemos llegado a Calpe porque allí nos esperará el Peñón de Ifach, la montaña que corona el Mar frente al municipio a sus 332 metros de altura, desde donde hay unas vistas preciosas de la costa con una ruta más que recomendable. A sus pies, aguas cristalinas para los amantes del buceo en La Cala del Racó e identidad de Calpe son sus salinas, en pleno centro de la ciudad con sus aves majestuosas en plena área natural protegida.
Además, por si no bastara, Calpe tiene mucho que contar y así lo relatan sus yacimientos en forma de termas y de Los Baños de la Reina, su lonja de pescado con subasta cuanto menos curiosa, o las calles de su Casco Antiguo.
Javea, el destino de moda
Preguntes a quien preguntes este verano, o ha estado en Javea o tiene en su Instagram a alguien que haya estado. Si bien es cierto que este municipio alicantino, a 26km de Calpe, siempre ha tenido alicientes de sobra para visitarlo, la verdad es que ahora parece estar más de moda que nunca y, razones, no le faltan.
Sus playas y calas, son, por sí mismo, un motivo más que suficiente para querer pasar todo el verano perdido entre ellas. Nada tienen que envidiarle a las de Ibiza y, de hecho, cada vez es más frecuente ver barquitos «aparcados» en su costa. Playa El Arenal, que curiosamente, es la única de arena del municipio y, probablemente por tanto, la más concurrida. Sin embargo, poco tiene que envidiarle (con unos buenos escarpines) la Cala Granadella o la Cova Tallada.
Cuenta además, con infinidad de opciones para hacer rutas en kayak por la Cova del Llop Marí, la Cala Ambolo hasta la Cova dels Orguens, submarinismo en Cabo de San Martin y Cabo de San Antonio o, directamente, en catamarán para los más afortunados. Aunque está claro, que si vas a Javea, lo que no te puede faltar, es la foto en la famosa puerta de Portitxol en Cala la Barraca, destino imprescindible para instagramers o aspirantes, como la que firma.
¿Y qué puede completar este destino para ser uno top? Exacto, naturaleza, ambiente y gastronomía. Para ello, Javea es el lugar ideal de la zona y no en balde, la que más adeptos gana cada año: tiene Parque Natural Montgó y, disfrutar del atardecer desde el Faro de la Nao es, simplemente, impagable. A estos alicientes, hemos de sumar un precioso casco urbano y, cada vez más restaurantes y bares en los que tomar una copa cuando la distancia social y la pandemia nos lo permitan.
Denia, para chuparse los dedos
La última parada en nuestro plan dominguero veraniego, es Denia que se encuentra a 11 kilómetros de Javea. A una ciudad a la que han declarado Ciudad creativa gastronómica por la UNESCO en 2015, ya tiene, de por sí, algún que otro atractivo para seducirnos. Y es que, otra cosa no, pero en Denia comer, se come bien y para muestra, un botón. O más bien, el chef Quique Dacosta que, con sus tres estrellas michelín, es vecino de la localidad. De allí, no nos podremos ir sin probar su famosa gamba roja, ¡un manjar indescriptible!
Además, si por algo es conocida Denia, además de por una costumbre taurina que omitiré, es su Castillo, que sirvió de fortaleza frente a la piratería del Mediterráneo y que, junto con el parque natural del macizo del Montgó y el Puerto deportivo forman el tridente de los lugares imperdibles en esta localidad de la Costa Blanca. Por no hablar de las playas, claro, que en el Levante bien podemos presumir de ellas.
De vuelta a casa, a Valencia, habremos ganado pocos kilómetros y nos quedan 106 hasta llegar a la capital del Turia, pero, en el camino, habremos ganado un plan dominguero de esos que te hacen recordar el verano durante todo el año. Como os comentaba antes, cada uno de estos municipios, puede ser en sí mismo, un destino vacacional perfecto, pero como probablemente, lo sea cualquiera de la costa levantina.
Ha tenido que venir una pandemia mundial, para que re-conozca el lugar donde nací… y, aunque estoy deseando que vuelva la normalidad normal en la que solíamos viajar lejos para creer que viajábamos mejor, prometo no olvidar lo aprendido. Y prometo redescubrir Valencia tantas veces como pueda… porque también ahí, está la magia: conocer mucho un sitio (o a una persona) y, sin embargo, que nunca deje de sorpenderte. Volver a conocerle por primera vez aunque seáis viejos conocidos, así que Valencia, espero que nos volvamos a ver muy pronto (y con 10 graditos menos).
Periodista especializada en Marketing Digital y Big Data y nómada empedernida por naturaleza: YSIFLY es el lugar en el que hablo sobre mis ganas de no quedarme con las ganas de nada