Plan dominguero: ruta de subida a Mugarra por Mañaria

Hay rutas de montaña pensadas a disfrutar del camino, fotografiar las vistas y ponernos en contacto con la naturaleza. Sin embargo, hay otras que además de eso, están hechas para plantarnos cara, hacernos sudar y, por qué no decirlo, invitarnos a sufrir un poco. Ese es el caso de Mugarra, nuestro plan dominguero de hoy que sin lugar a dudas, os recomiendo.

  • Tiempo | 3,5 horas con calma
  • Distancia | 12 kilómetros
  • Dificultad | Media – Alta
  • Altura | 969 metros

Se trata de uno de los picos más destacados del Duranguesado que, a sus 969 metros, se impone con fuerza y elegancia ante mendizales dispuestos a subir vertiginosas pendientes e incluso, tener un primer contacto con la escalada. Un perfil inconfundible y reconocible desde toda la comarca, donde los buitres leonados que lo protegen, le dotan de personalidad propia.

Antes de comenzar este plan dominguero, hemos de tener en cuenta que es muy importante llevar un calzado apropiado, sobre todo, si tenemos pensado coronar la cima. En cuanto a la dificultad, desde mi experiencia diría que es media durante todo el trayecto: se trata de cuestas muy empinadas por asfalto y pista forestal con una pendiente del 20% durante más de 3 kilómetros que nuestros gemelos acaban por notar; se puede llegar a hacer duro.

La parte final por la «cresta rocosa» en terreno kárstiko es algo más complicada, principalmente para personas con vértigo. Sin embargo, este tramo es opcional, podemos terminar nuestra ruta en la campa de Mugarrikolanda que está a las faldas de la cresta. Aunque, si bien estamos muy animados, también podemos continuar hasta Leungana a 1.008 metros, algo que nosotros hemos preferido dejar para otra ocasión: esta vez, hemos hecho una ruta circular a Mugarra comenzando y terminando en Mañaria.

Justo al inicio del camino, vimos un cartel en el que marcaba que se tardaba 1,10 horas en subir… siempre decimos que esos avisos marcan más tiempo del que habitualmente tardamos, ya que hacen una media entre todo tipo de mendizales. No obstante, en esta ocasión, creo que se quedaron muy cortos: fuimos a paso muy ligero, sólo hicimos una breve parada y tardamos en subir 1,5 horas aproximadamente. Según nuestro marcador, desde el punto de inicio hasta la meta, recorrimos 12 kilómetros en total.

Empezamos nuestra ruta a Mugarra en Mañaria, un pequeño pueblo de algo más de 500 habitantes al que llegamos tras pasar Durango e Izurtza. Se puede aparcar justo en la Iglesia del pueblo, desde donde comienza la ascensión hacia su pico más prominente. La ruta no tiene pérdida ya que se trata de un único camino atravesando el monte que está perfectamente señalizado.

A lo largo del recorrido, la naturaleza nos va consintiendo adentrarnos cada vez más en su esencia entre grandes pinos y unas vistas aéreas de infarto sobre la reserva de Urkiola. Vamos observando con mayor claridad cómo se presenta el imponente pico de Mugarra mientras que, a nuestros pies, vamos dejando atrás caseríos y animales: no hay duda de que estamos en Euskadi. Para pena de todos los que vivimos cerca y nos gusta disfrutar de lugares tan increíbles como este, el espolón calizo que lo forma, está siendo consumido por una explotación minera que está causando unos daños irreparables y que también, podremos ver durante el camino.

Si se me permite un consejo, recomendaría plantearse esta subida con filosofía: se trata de una ascensión con mucha pendiente en la que no hay partes planas, campas, miradores… ni nada que «nos obligue» a parar. Cuando estemos quietos, será porque estamos en la falda del pico de Mugarra y por tanto, salvo que queramos ascender al mismo, habremos llegado al final. Es decir, teniendo en cuenta la gran pendiente que hay, no creo que sea necesario ir con prisa ni ponernos al límite ya que nos podemos resentir.

Al final del camino, nos espera la campa de Mugarrikolanda donde los caballos pastan a sus anchas y, a la izquierda, una fuente nos recibe con agua bien fresquita que agradecemos en cuanto nos roza los labios. Que no os engañe la amplitud de la campa, estamos en el monte de las pendientes vertiginosas y, seguimos con los gemelos a prueba.

Si estamos decididos a llegar a la cima, tenemos dos caminos: por un lado, a la izquierda, hay un camino algo más largo pero más fácil que va atravesando los árboles. Por otro, en la parte derecha, subiremos por un camino escalonado en el que puntualmente, tendremos que utilizar también las manos para ayudarnos a subir y en el que nos puede dar la impresión de estar al borde del precipicio. En nuestro caso elegimos este, primero porque el terreno estaba húmedo y las hojas y musgo de la parte izquierda podrían ser resbaladizos y, segundo, porque las vistas eran tan increíbles que sin lugar a dudas, preferimos asumir el riesgo y sentir esa adrenalina. Que no os asuste, cualquier persona sin vértigo, con un buen calzado y con la precaución necesaria, lo puede subir sin el menor miedo.

Y ahí está. El buzón de los 906 metros. Un nuevo reto superado. La cima que nos ha hecho sudar y hasta sufrir un poco, pero que nos premia regalándonos la inmensidad de la naturaleza. Nos grita la enorme suerte que tenemos de poder disfrutarla y nos recuerda que debemos cuidarla; que está en nuestra mano que eso sea para siempre o que tenga fecha de caducidad. Ante nosotros, Gorbea, Amboto, Aizkorri, el Salto del Nervión y hasta el mismísimo Bilbao nos retan a seguir alcanzando todas las cimas que nos propongamos.

Personalmente, me niego a privarme de semejante lujo. De la libertad que se siente en lo alto del pico. De la sensación de satisfacción por haberme superado, una vez más. De la paz que te embauca ante la enormidad de lo que te rodea y lo insignificante que eres ante ello. Donde los problemas, quedan atrás y simplemente eres tú, ante el mundo.

Como suele ocurrir ante este tipo de subidas con tanta pendiente, lo peor está al bajar: nuestras rodillas nos piden a gritos terminar. En nuestro caso, les premiamos comiendo en el Mesoi Barria de Durango (a las 16:30 con cocina abierta), un mesón tradicional en el centro del pueblo donde unos riquísimos bocadillos y unas deliciosas raciones ponían el broche final a un día de 10 que recomiendo sin lugar a dudas. 

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