Roma en 4 días por Navidad: más eterna que nunca

coliseo roma

De aquel Roma, de aquella Navidad y de aquel enero guardo un recuerdo muy especial. Había querido viajar toda mi vida a la ciudad eterna, encandilada por las vespas de una Audrey que pasó allí sus vacaciones, mi devoción por la pizza y la pasta y el romanticismo que imaginaba, se debía de respirar en cada calle de esa ciudad. Entre el 2 y el 5 de enero de 2014, aquella Roma de tantos fue nuestra por cuatro días: un antes y un después, el lugar y el momento en el que nosotros, fuimos eternos.

Comenzamos el que sería un gran año practicando mi deporte favorito: volar. Cogimos el vuelo desde Santander, aprovechando los precios que unen ambas ciudades con Ryanair. Hay varias formas para llegar del aeropuerto de Fiumicino a la ciudad: por un lado está el tren Leonardo Express que une ambos puntos en media hora por 15€ en taquilla y que tiene frecuencias cada 30 minutos. Además, también está el tren normal FL-1 que tarda muy poco más que el express pero que cuesta 8€.

En caso de optar por el autobús, también hay varias opciones: el Sitbus tarda una hora y cuarto en llegar a la estación de autobuses por 11€ ida y vuelta; la opción «express» de los buses se llama Terravisión, tarda 55 minutos en llegar y el precio por trayecto es de 5€. En nuestro caso, optamos por Terravisión algo que fue más por casualidad que causalidad: llegamos, lo vimos y montamos 🙂

Roma

Nuestro hotel estaba muy cerca de Termini, la estación de autobuses, por lo que tardamos apenas unos minutos entre que nos situamos y llegamos al mismo. El hotel Acropoli** , muy económico, como siempre en mis viajes, debía de ser de la Roma de Sophia Loren y no le faltaba papel de flores cubriendo las paredes. Pedimos una habitación para dos y, al llegar, nos encontramos con cuatro camas en nuestro dormitorio, lo que nos dijeron «estaba bien» (¡algo estupendo para dejar las maletas!). Habíamos reservado con desayuno, que lo servían a horas «latinas» y que incluía: café, magdalenas, tostadas y mermelada (algo escasito).

La zona en la que estaba situado el hotel era el típico barrio que hay junto a la estación de autobuses en cualquier ciudad. No sé si os habréis fijado, pero las estaciones de autobuses siempre están en un barrio obrero pero relativamente cerca del centro, con tiendas de ultramarinos y gente humilde que ofrece buena comida a buen precio.

Como ya os he dicho en otras ocasiones, «soy muy de andar» porque siempre pienso que en el camino se pueden descubrir lugares increíbles que no aparecen en las guías de viaje. Perderse para encontrarse, como filosofía de vida. Por ello, recorrimos los 2 kilómetros que separaban ambos puntos andando mientras escuchábamos de fondo música callejera al son de Hotel California. Fuimos a dar una «vuelta de reconocimiento» porque ya era media tarde, el típico paseo que das para situarte y que al día siguiente repites, pero haciendo fotos y fijándote en los detalles. La lluvia no impidió que nos hiciéramos una idea bastante bien formada de Roma: andamos mucho sí, pero también tuvimos tiempo de visitar el top 10 de «sitios que hay que ver en Roma».

Roma Pinocho

Habíamos leído en foros y, nos había dicho gente que ya había estado, que para para esta ciudad: mínimo una semana. Que en cuatro días no nos iba a dar tiempo a verlo bien. No solo nos dio tiempo a verlo bien: sino que incluso nos comimos colas de horas y horas, cenamos en restaurantes sin prisa, paseamos bajo la lluvia, saboreamos el café, fuimos hasta la última punta de Roma por ver el puente de los candados… y pudimos repetir los lugares que más nos habían gustado, sin tener que mirar el reloj.

Ahí, en Roma, fue cuando aprendí que hasta en el viajar, cada uno tiene sus manías, formas y vicios y que, precisamente eso es lo que hace que cada destino sea diferente para cada viajero.

Al museo del Coliseo decidimos no entrar; mi acompañante ya había estado y yo prefería pasear por una historia más reciente y viva en Trastevere. Una decisión acertada, en mi opinión: sobre todo, teniendo en cuenta las colas. Al museo que sí entramos fue al del Vaticano, no sin antes esperar la friolera de 5 horas. Era nuestro último día, por lo que no teníamos esa prisa de «aún nos falta por ver X» así que decidimos darnos ese «capricho». En caso de haber ido en grupo, nos hubiéramos ahorrado toda la cola por lo que recomiendo «arrimarse» a un grupo, para agilizar la espera: aunque cuidado, hay muchos guías que te venden un pase mucho más rápido formando un grupo y no siempre es verdad.

Entramos pasando el carné de estudiantes sin ningún problema y si me preguntáis si mereció la pena la espera, diré que no la repetiría. La Capilla Sixtina es un lugar que «hay que ver» al menos una vez en la vida, pero que te ocupa 10 minutos de tu visita. Las restantes 3 horas, se centran en vasijas antiguas, restos de columnas y esculturas centenarias y documentos antiquísimos (Para gustos, colores 🙂 ). Para hacernos una idea de qué esconde el Vaticano, siempre podemos entrar a la Basílica de San Pedro y quién sabe, tal vez cruzarnos con alguna eminencia de la Santa Iglesia o con el mismísimo Papa, como fue nuestro caso 😉

Roma - Vaticano

Había soñado tantas veces con ese viaje en concreto que, cuando pisé Roma, no tuve la sensación de que me sorprendiera como otros lugares en los que he estado. Es cierto que la Navidad le daba ese toque mágico que regala siempre a las ciudades en esa época del año. ¿Es bonita? Mucho. ¿Es la ciudad que más me gusta de las que he estado? No. ¿Volvería? Una y mil veces. Sé que hay enamorados de Roma que repiten una y otra vez este destino pero, el día que repita, más que por su imponente Coliseo o sus cafeterías con encanto, será por el recuerdo que me traje de aquellos cuatro días.

No me cansaré de repetir que, aunque los destinos sean increíbles, nuestra forma de vivirlos es lo que nos genera una impresión de ese lugar. Puedes odiar la ciudad más bella del mundo si ahí viviste una mala experiencia y, en cambio, amar un rincón que pasa desapercibido, si allí te sentiste como en casa. Roma fue nuestro hogar, el lugar donde fuimos eternos.

¡Un limonchello para brindar por la vida!

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