Escapada a Quintanar de Rioja, reconexión por fin de año

Quintanar de la Rioja desde el campo

Hace unos meses, hablaba sobre la enorme suerte que tengo por haber tenido pueblo y cómo las noches allí, olían al mejor verano de nuestra vida. Creía y creo, que esta fortuna es parte de nuestra esencia y que, aunque muchos huyan buscando nuevas oportunidades, hemos de luchar porque existan allí y así, no perder esos pueblos, que para muchos, son parte de nuestra identidad. Son nuestras raíces y definen quiénes somos. Por esa España vacía que hoy precisamente, es trending topic con Teruel por bandera.

En esta ocasión, he cambiado el escenario, pero la obra ha sido la misma: un pueblo donde te acostumbras al ruido que hace el silencio, cuando no hay nada más que hacer y eso te encanta. Un lugar donde no hay bares, tiendas o supermercados y, sin embargo, sus vecinos vuelven cada fin de semana buscando una paz que sólo encuentran en casa. Porque un pueblo, para los que hemos tenido pueblo y lo sabemos, es hogar: da igual lo patas arriba que esté tu vida, que tu pueblo es tu refugio, y siempre te dará la bienvenida con los brazos abiertos.

Quintanar de Rioja, nos acogió este fin de semana con gran hospitalidad, aun sabiéndonos forasteros, y nos regaló tres días de auténtica desconexión. Nuestro anfitrión, llevaba meses invitándonos a conocer su origen y nosotros, siempre acabábamos encontrando alguna excusa o alternativa que nos impidiera ir; pero los propósitos se marcan para cumplirlos y, a este 2019, le debíamos una. 

Esta pequeña localidad de apenas 40 habitantes (sí, no me he comido ningún cero), es una pedanía de su vecina Villarta y se encuentra a escasos 16 kilómetros de Santo Domingo de la Calzada y a 29 de Ezcaray. Está situada en la confluencia del río Trinidad con el río Reláchigo que, a su vez, desembocan en el río Tirón. Aunque riojana reconocida, esta aldea es casi burgalesa y es que está rodeada por tierras de Castilla, en plena naturaleza en la cara Norte de los Montes de Ayago. Cuenta con la Iglesia de Santa María construída entre el S.XV y el XVIII y, más allá de este punto de referencia, lo que podemos encontrar son una pequeña plaza y casas, algunas de ellas, reconvertidas en alojamientos rurales.

Quintanar de Rioja nos ayudó a desconectar para reconectar, en un fin de semana acompañados por el calor de la chimenea, charlas y juegos de mesa. La naturaleza, no podía ser de otra forma, fue protagonista en este fin de semana de reconexión, y la pudimos disfrutar, además, en una ruta de senderismo por Avellanosa de la Rioja donde su nombre no ha de engañar, ya que se trata de un municipio burgalés. 

Fueron 6km atravesando esta aldea donde, si en Quintanar había pocos habitantes, aquí literalmente, había más gallinas que personas: 6 (o tal vez, ya no…). No deja de sorprenderme que lugares, con tan poca gente y tanta historia, sigan manteniéndose en pie, pese al paso de los años y los daños.

No tuvo tanta suerte Anguta, el lugar que daba fin a nuestro plan dominguero del sábado y que es uno de los 50 pueblos abandonados que existen en La Rioja, además de los que sólo reciben visitantes en verano y fiestas de guardar. Representativa es su Iglesia parroquial de Asunción, o lo que queda de ella, que a nosotros nos pareció un edificio-emoji que nos miraba extrañados. Anguta ve transcurrir en soledad y en ruinas el paso de los años desde los 70, donde se fue el último de sus vecinos. 

Poco más que añadir de un municipio que si por algo nos gustó, fue más por lo que nos contó que por lo que nos enseñó. Porque Quintanar de Rioja, nos desveló los secretos de nuestro amigo y, de alguna forma, todos volvimos con la sensación de que le conocíamos un poquito más, después de haber conocido sus orígenes. Dime de dónde vienes y te diré quién eres, llevado a su máxima expresión.

Como pez en el agua o ciervo en el bosque mejor dicho, se desenvolvía por las tierras que le han visto crecer y que, sin duda, conoce palmo a palmo. El domingo, por ejemplo, quisimos dar un paseo por la aldea y él, siguió la máxima de YSIFLY de alejarnos, para acercarnos y verlo así todo con perspectiva: acabamos en medio de un plan dominguero donde, desde la colina, pudimos ver Quintanar de Rioja y otras aldeas vecinas transmitiéndonos la paz, que retumba en cada una de sus baldosas. 

Para ser sincera, este último fin de año, yo tendría que haber estado en Valdezcaray esquiando así como Nochevieja, plan que tenía reservado desde hacía meses y que me apetecía muy mucho. Sin embargo, la vida da muchas vueltas y las vueltas dan mucha vida, y si algo no le puedo rebatir a este 2019, es que haya sido un giro de guion constante.

Si 2018 fue el año de la intensidad, 2019 ha sido el de las sorpresas. Desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre incluidos, este año ha sido un no parar de callarme la boca con asuntos inesperados que se escapaban a mi imaginación. Algunas muy buenas, otras sorpresas en cambio, se las podría haber ahorrado, pero en general 2019 quedará en mi memoria como el año que no me esperaba y me sorprendió, casi siempre, para bien. Para muy requetebien.

Para despedirme de este post, me gustaría agradecerle a nuestro anfitrión, su hospitalidad para abrirnos las puertas de su casa y las propias en Quintanar de Rioja así como su gran corazón 🙂
Y, para dar la bienvenida a 2020, advertirle de que me pillará bailando, como el fin del mundo, sobre los charcos que puedan venir, pero de momento… este año que empieza, lo hace mejor de lo que lo hizo el 19, así que que siga la fiesta, los giros de guion y las sorpresas que la vida nos quiera dar. Al fin y al cabo, esto va de ser felices 🙂

¡Feliz Año Nuevo y Feliz vida! 

 

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