Sigue tu camino de azulejos azules hasta Oporto

Oporto desde Gaia

Hace unos años, tuve la oportunidad de visitar Oporto fugazmente para presenciar el Sí quiero de una buena amiga y verla brillar como nunca antes la había visto. Para entonces, ya me había rendido a los pies de Lisboa y, aunque le declaré mi amor eterno, he de confesar que le fui infiel con Oporto. En aquel mayo de 2016, me di cuenta de que era incapaz de decidirme entre Lisboa y Oporto, por lo que opté por retrasar aquella decisión hasta mi próxima visita.

Este año ha ocurrido: en cuestión de un mes, he vuelto a visitar Lisboa para disfrutar cual friki de Eurovisión, y he hecho un road trip en coche por el Norte de Portugal (sí, este es el post que llevo casi dos meses retrasando). Así que allá voy, os contaré qué ha sido Oporto esta vez para mí:

«Para llegar a Oporto, tienes que seguir tu camino de azulejos azules»

Oporto es de muchos colores. Pero sobre todos ellos, esta ciudad es azul: el azul pantone que escribe historias en sus fachadas sobre lienzos de azulejo. Juntos, forman puzzles gigantes de recuerdos, donde cada azulejo es una palabra que narra los momentos que algún marinero vivió durante su conquista a Brasil. En el siglo XIX, su alto precio no era un impedimento para los emigrantes portuguesas que volvían a casa tras haber hecho fortuna y revestían sus monumentos más emblemáticos con este material impermeable y resistente al paso de los años. La Catedral, San Nicolau, San Juan de los Congregados… y entre ellas, mi favorita, la Iglesia de las Almas, todas ellas son el ADN inconfundible de una ciudad con mucha personalidad.

Pero si algo destaca en este camino de azulejos azules, es Sao Bento, su estación de tren y su mejor museo.  Llega a albergar más de 20.000 mosaicos en su fachada que cuentan la historia del país mientras cuidan a aquellos que llegan y se van.

(*) De entre todos los lugares emblemáticos de una ciudad, si hay uno que trato por todos los medios de no perderme, es su estación de tren. Y os cuento por qué desde siempre me han gustado las estaciones: lugares de despedidas y reencuentros. De primeros besos tímidos que esconden un «por si acaso» o de aquellos apasionados de quien no tiene nada que esconder. De esos abrazos que por un momento te protegen del mundo y te regalan su energía, y de los que, sin salir de la estación, hacen que te sientas como en casa. De aquellas palabras que no se atrevieron a salir antes y de aquellas que tienen demasiado por contar. De aquel valor para marcharse y ese miedo a llegar. E incluso, de aquella soledad de quien viaja solo y de nadie se despide y a nadie espera. O quien no necesita a nadie para sentirse en inmejorable compañía.

Y sí, en las estaciones de autobuses y aeropuertos también hay despedidas y reencuentros, pero no vayamos a comparar. Las estaciones de tren son quienes, por veteranas, guardan más historias. Más almas. 😉

Oporto también es fábula, mito y leyenda

Y un Harry Potter que nunca llegó a hacer sus trucos por la ciudad, pero a quien todos prometieron haber visto. Unos cuentan que fue en la librería Lello, el lugar en el que presuntamente J.K. Rowling se inspiró para su obra. Este dato jamás fue contrastado y, de hecho, la escritora únicamente vivió dos años de su vida en la ciudad. No obstante, este «invent» es motivo suficiente para que aficionados y curiosos hagan colas para entrar que juraría que superan las 200 personas: alucinante a la par que ridículo, pero desde luego, muy rentable.

También aseguran que vieron a la mismísima Rowling escribiendo el primer boceto de la saga en una servilleta en el Café Majestic. Esto es bastante obvio que jamás ocurrió: se trata del café más caro y exclusivo de toda la ciudad y ella tenía apuros económicos. Por no mencionar, que las servilletas son de tela y por tanto, se le complica lo de escribir en ellas… Y de nuevo, estamos en las mismas: antes de que abran a primera hora, se llena de gente haciendo cola para poder entrar y así, pagar el doble por el mismo café de máquina.

Por si no se ha notado todavía, soy bastante reacia a las aglomeraciones de gente que hacen colas (cual borregos) frente a un sitio, simplemente porque se haya puesto de moda y lo sobrevaloran sin ningún tipo de criterio (además de quitarle todo el encanto). Pero este es un debate que tendremos en otra ocasión.

Y además, Oporto son cuestas

oporto desde las alturas

Muchas además. Y calles estrechas que suben y bajan por un laberinto de colores y edificios con encanto que siempre acaban en La Ribeira.  Entre ellas, Santa Catarina, su mítica calle de las tiendas donde por cierto, se instaló el primer Zara fuera de España. Y la Rua de las Flores, donde vimos pocas flores, pero sí mucho arte callejero: cualquier poste de luz o farola es la escusa perfecta para poner a prueba la creatividad de los tripeiros, como comúnmente se conoce a los portenses. O también su Avenida de los Aliados, que acoge un McDonalds atípico y clásico, cabinas rojas londinenses como regalo de los ingleses por su buena relación, o traficantes que te venden droga a plena luz del día y sin el menor remordimiento. Por no hablar de todas las pintorescas fachadas de comercios antiguos o aquellas que son sólo eso, preciosas fachadas, pero que no albergan nada en su interior.

Lo bueno que tienen las cuestas es que bajan. Y también, que en lo alto, se puede tener una panorámica increíble de la ciudad… y de eso Oporto, entiende mucho y nos ofrece varios rincones desde donde poder disfrutar de las vistas.

Casa entre iglesias

Como curiosidad: entre estas dos iglesias, La Iglesia de los Carmelitas y la Iglesia del Carmen, se encuentra la casa más pequeña de Oporto. Apenas se ve, pero antaño estaba prohibido construir dos iglesias pared con pared por lo que tuvieron que apañárselas para construir entre medias esta casa «invisible» a los ojos, pero que confirma aquello de hecha la ley hecha la trampa. Da igual en qué época leas esto.

Todos los callejones, llevan a La Ribeira

Y qué Ribeira. Aquí Oporto muestra todo su poderío y termina por mirarte a los ojos y asegurarte que no lo vas a olvidar tan fácilmente. Si había alguna duda sobre si esta ciudad merecía palmarés, La Ribeira viene y te dice que pocas son rivales dignas de arrebatarle el trono. Te lo cuenta en los deliciosos platos de marisco en cada terraza a bajo precio. Te lo canta con música callejera. Y te lo recuerda con cada barco que surca el Duero. Y aún encima, no conforme, te invita a pasar a Gaia para inmortalizar tu postal: en calma y con un vino de Oporto en la mano al atardecer, no se me ocurre plan mejor.

La ciudad de los seis puentes

Hay uno que acapara todas las guías de viaje, pero realmente son seis los emblemáticos puentes que unen ambas riberas del Duero. A la atención de los curiosos, diré que el Puente Luis I, el más famoso de todos, fue un proyecto de Teófilo Seyrig, alumno de Gustave Eiffel que se retiró del proyecto para no compartir en mérito con su discípulo y nos dio un claro ejemplo de cuando el alumno supera al maestro. Eiffel no se quedó con las manos vacías, obviamente, y construyó el puente Maria Pia siendo este, su último trabajo antes de encumbrarse hacia la cima de la Torre Eiffel, valga la redundancia.

A estos, se suman el Ponte São João, Ponte da Arrábida,Ponte do Freixo y Ponte Infante Dom Henrique.

Comer y beber todos de él

En este apartado no me extenderé demasiado y guardaré los detalles para próximas ocasiones. En resumidas cuentas, Oporto es una ciudad más que preparada para comerla, beberla y bailarla a partes iguales. ¡Y qué delicioso el bacalao a la nata! ¡Y cuántas francesinhas me pude comer! ¡Pero qué bueno está el vino de Oporto! Y la noche… la noche en Oporto da mucho de sí.

LLegados a este punto diré que estoy como al principio: sigo sin saber si prefiero Lisboa u Oporto. ¿Y sabéis qué? He decidido no decidir. Porque, aunque yo no predique con el ejemplo, no siempre hay que jugársela todo al rojo. A veces, dos amores pueden coexistir y convivir, puedes querer a ambos por igual; y… ¿por qué no? (como filosofía de vida)

 

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