A mis 27 primaveras…

A mis 27 primaveras he incumplido casi todas las promesas que me hice algún día sobre quién sería hoy.

A estas alturas, sé que no ganaré un Oscar por ninguna interpretación y que no bailaré con grandes artistas. Voy asumiendo que este, no será el año en el que pase por el altar vestida de blanco, como solía pensar de mis 27 cuando peinaba muñecas. Entonces, tenía más claro que ahora, qué quería ser de mayor: periodista. Soñaba con comunicar desde el lugar de los hechos para terminar dando las noticias con Matías Prats. Solía creer que ese estaba destinado a ser mi lugar en el mundo: contar lo que estaba sucediendo y dar voz a quienes no la tienen. Creo que tampoco seré una gran pianista (aunque de momento, me niego a pensar que no volveré a tocar partituras) y, hasta ahora, no he escrito ningún libro por el que me recordarán cuando ya no esté. Ni siquiera he visitado todavía la mayor parte de lugares del mundo en los que tantas veces me he imaginado, ni tengo demasiadas cosas a las que pueda llamar «mías».

Y, ¿qué?

Supongo que crecer es eso: elegir. Ahora, mis prioridades han cambiado y si me preguntas qué quieres ser de mayor, te diré que lo tengo claro: quiero ser feliz. Pasar a la historia ya no es algo que me quite el sueño. Lo que de verdad me lo quita es mi página en blanco: mi historia de hoy…. Cuando no esté, la vida que la disfruten los vivos y si tienen que recordar a alguien, que sea a quien cambió su propia historia; esa que cada uno escribimos día tras día. Lo que me ocupa, es hoy.

Y sin embargo, las cosas no han cambiado tanto

A mis 27 primaveras, creo que me he equivocado muchísimas veces. Y qué bonito suena aquello de somos el resultado de nuestras acciones y que, sin esos errores no habríamos aprendido ni seríamos quienes somos a día de hoy. Pero cómo duelen. Y qué peligro tienen las expectativas.

Siempre llego tarde aunque no pare de correr y, a pesar de que no lo admita, me voy dando cuenta de que, a veces las personas intensas podemos llegar a ser muy irritantes. Todavía no he encontrado ese don que se supone que todos tenemos, ni siquiera el deporte que «se me da bien» o para el que «valgo».

Sigo siendo tan testaruda como al principio y, por muchos años que pasen, todavía me ahogo en mares de dudas. Aunque hoy mi carné de identidad diga que tengo un año más, sigo pensando que puedo con todo, como cuando no levantaba un palmo y me creía capaz de enfrentar lo que se me pusiera por delante. 27 primaveras me ha costado y aún me cuesta entender que a veces, no basta con valer sino que hay que demostrar.

Una vez me dijeron que parece que me siento más cómoda fuera de la zona de confort que dentro. Y que cuando las cosas se vuelven estables, huyo. Echo a volar. A estas alturas del cuento, voy entendiendo que la rutina no está hecha para mí. Ni yo para ella. Quizás sea por eso por lo que no me he atrevido nunca a hacerme un tatuaje por mucho que me gusten: porque creo que me acabaría cansando de él. Como de todas las películas en las que me duermo, esas series que dejé a medias porque no llegaron a engancharme o esos libros en los que me quedé sin ganas de más.

Cada día que pasa, soy un poquito más supersticiosa pero tan ingenua como siempre. Leo el horóscopo a sabiendas de que siempre encajan a cualquiera y tengo fe ciega en el poder de las señales. Sé que es conformista pensar que todo pasa por algo y, el 50% de las veces, me odio a mí misma por otorgarle tanto poder a las corazonadas. A los impulsos. A mi parte emocional sobre la racional.

Pero algo he descubierto en el camino

A mis 27 primaveras he aprendido que importa más la calidad que la cantidad. He conocido a cientos de personas increíbles a lo largo de mi vida y, ahora sé que me quedo con personas muy buenas y con muy buenas personas. Hoy, tengo claro que un desconocido puede acabar por convertirse en esa familia que uno elige y que si alguien se quedó en el camino, es porque así tenía que ser. Porque la vida son ciclos y en cada momento, te acompañan unas personas, pero que las que perduran a lo largo del tiempo, de los daños y de los kilómetros, son aquellas que de verdad forman parte de ti.

Aquellas que realmente serán eternas en esa historia que escribes cada día. A estas alturas, me doy cuenta de cuánto quiero a mi familia, tanto a la que he elegido como a la que no, y sin embargo, lo caros que me salen los «te quiero». Lo difícil que es verme dar un beso o un abrazo. Cuánto me cuesta un «te echo de menos».

También he tenido la suerte de conocer ese amor romántico del que hablan en las películas, y hoy sé cuán dichosa he sido de querer con todo mi ser: siempre más que la vez anterior. Siempre hasta el infinito y sin paracaídas. Siempre segura de haber encontrado ese hilo rojo.

Joder, soy una enorme afortunada. Y qué poco lo valoro a veces. O qué poco lo demuestro.

A mis 27 primaveras puede que ya no sea una niña, pero tengo más síndrome de Peter Pan que nunca. Y mucho vértigo. Igual es por eso que cada día admiro más a los valientes. No a aquellos kamikazes que se la juegan para demostrar algo a los demás sino a quienes, sin «neones», se esfuerzan por superarse a sí mismos. Aquellos que tienen sueños y luchan por cumplirlos. Que no se quedan con las ganas. Aquellos que no se conforman, aquellos a quienes no importa el qué dirán y se dejan la vida en el intento. Aquellos que lloran y reconocen que tienen miedo. Aquellos incapaces de herir a alguien que quieren. 

A mis 27 primaveras, me importa más mi conciencia que las apariencias y es por eso que, mi propósito personal para este nuevo año es ser valiente. Aquel «más vale malo conocido que bueno por conocer» o «el lugar al que has sido feliz no deberías de tratar de volver» son apuestas de cobardes con las que no me quiero identificar. El si quieres, puedes… como filosofía de vida.

Estas canciones ni son mis favoritas ni completan mis listas de Spotify. Sin embargo, las historias que esconden sí que son mis preferidas: todas ellas me recuerdan a alguien o son testigo de algún momento que guardo con especial cariño. Así suena la banda sonora de mis 27 primaveras (junto a otras tantas que me he dejado en el tintero):

Al final, que lo que pesen sean los años y no los daños. Que en mi vida quiero dentro todo aquello que sume, y ser capaz de desterrar aquello que resta. En definitiva, a mis 27 primaveras sólo tengo clara una cosa: que me muero de ganas por vivir.

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