Excursión de un día a Zamora y Ledesma

En unos días, mi aventura salmantina cumple dos meses, algo así como el ecuador de mi estancia: un tiempo que se me escapa entre los dedos y que va más acelerado de lo que yo alcanzo a asimilar. De que me quiera dar cuenta, estoy de nuevo en Bilbao dando guerra y sustituyendo el rascador de hielo del coche por el paragüas y las katiuskas.

Esto me alegra y a la vez me agobia. Me alegra porque mi tierra me tira, obviamente. Nada como estar lejos de casa para valorar tu hogar y echarlo de menos. Pero me agobia porque a un culo inquieto como el mío, le quedan demasiadas cosas que hacer y momentos que disfrutar antes de emprender el último blablacar de vuelta.

Por eso, a los fines de semana que me quedan y que me quedo, les tengo prevista alguna que otra ruta. O al menos, esa es mi intención. Hoy he continuado este plan de acción que inauguré en La Covatilla y Candelario, intentando averiguar si «Zamora enamora» tanto como me habían prometido.

Durante los escasos 45 minutos que separan Salamanca de Zamora, iba pensando en aquello de «ancha es Castilla» (*). Cuanto más la voy conociendo, más voy entendiendo a qué se debe este dicho. Mientras a mi querido botxito le toca crecer en vertical, esta tierra charra puede expandirse a lo ancho y largo tanto como quiera y se lo permitan.

Para decir verdad, Zamora no es una de esas ciudades que aparezca en las primeras posiciones de «lugares que visitar antes de morir». Se trata de una pequeña capital de provincia con apenas 65.000 habitantes y sin, aparentemente, un reclamo turístico. Sin embargo, después de habernos conocido, creo que tiene motivos para sorprender a sus visitantes y encandilarlos.

Muy lejos de parecerse a Salamanca (ciudad que por momentos me parece más bonita) y con distinto estilo, comparte la misma «estructura» que intuyo, tienen los municipios de la zona. El río a sus pies y la catedral en lo alto, separadas por una muralla que protege sus callejuelas de otra época y que deja rincones escondidos con miradores para besos de película.

Nada más aparcar, me ha llamado la atención la cantidad de Iglesias que había a nuestro paso. Algo que no era de extrañar cuando, la chica de Información y turismo nos ha confirmado que se trata de la ciudad con la mayor concentración de Iglesias y edificios románicos mejor conservados de toda Europa. Resulta que Zamora era la Ciudad del Románico y una ignorante servidora no sabía ni lo que se iba a encontrar.

Otro de los datos que desconocía sobre esta ciudad, era su pasión por la Semana Santa y lo importante que es para los zamoranos: el 53% de sus habitantes participan de forma activa en esta celebración que supone un gran reclamo turístico. Ahí es nada.

Como venía diciendo, Zamora no tiene un gran reclamo y, sin embargo, a medida que la paseas vas sintiéndote cada vez más a gusto. A tu paso, te vas encontrando con callejuelas de piedra y adoquín que te trasladan en el tiempo y, mientras vas dejando que tu imaginación vuele, te plantas ante los restos de un castillo con foso incluido. Su Catedral está hecha a su medida: es pequeña, sin ostentaciones, pero encaja perfectamente en la ciudad. Otra en su sitio estaría fuera de lugar y ella, en otra ciudad, se sentiría como perdida.

Zamora es tranquila, es paz. Los coches no perturban el silencio por el centro, dejando paso a los pocos caminantes con los que nos íbamos cruzando en nuestra exploración. Parecía que el ritmo iba a otro compás, si existe el estrés en esta ciudad, hoy no ha salido a la calle.

Y, de repente, cuando decides alejarte para tomar perspectiva, te encuentras con que Zamora tiene playa. Y no se trata de una playa de pega, o de un «quiero y no puedo». Qué va. Al Duero le faltan las olas para no tener nada que envidiar a la Manga del Mar Menor (oh, wait): su arena, chiringuito, zona de sombras… me puede la curiosidad de bañarme en verano.

En definitiva, Zamora no me ha enamorado pero sí que me ha sorprendido (mi corazón se va haciendo más exigente con los años y los daños).  Esperaba una ciudad sin nada que contar y me he encontrado con un pequeño municipio que vale más por lo que calla. A veces, no hay que gritar al mundo para que te oigan. Y Zamora, tímida y discreta, se ha colado entre esos pequeños rincones con encanto.

A nuestra vuelta, decidimos pasar por Ledesma, un pequeño pueblo de la provincia de Salamanca que sí está en las guías de qué ver cerca de la capital charra.  Se trata del más poblado de la Zona Norte (1.700 habitantes) y su historia y casco antiguo hacen de él un «must see» de la comarca: fue declarado Conjunto histórico-artístico en 1975. Por lo que me he podido informar, Ledesma fue una Villa de gran importancia un tiempo atrás por su ubicación a las orillas del Tormes (en el año 711 nada más y nada menos).

Sin ánimo de ofender a ningún lugareño de Ledesma (Dios me libre), he de confesar que he pasado algo miedo en este pueblo. Para empezar, en cuanto pones un pie en el mismo, puedes estar seguro de que este lugar tiene muchísimos años de historia y eso se nota en sus calles, sus casas… No, esto no es lo que me asusta, de hecho, esto me parece interesantísimo y que le aporta un gran encanto.

Lo que me asustaba es que la gran mayoría de estas casas parecían abandonadas o estaban en venta. Durante la hora larga que hemos estado en Ledesma, no nos hemos cruzado con ni una sola persona (eran las 18:00 de la tarde) y, por haber, no había ni el más mísero ruido. Ni si quiera se escuchaba a lo lejos el caudal del río. El único contacto con un ser vivo ha sido con un gato que se ha cruzado y que si cabe, todavía me ha asustado más. 

Con esto no quiero decir que no me haya gustado Ledesma. A la vista de las fotos está que desprende encanto en cada esquina y además, está tremendamente bien señalizada la ruta que has de hacer para no perderte ni un enclave (lo que es de agradecer). Sin embargo, sí que me ha dado una pena enorme que un lugar con tanta historia y personalidad, se sienta tan solo. Supongo que es el triste destino de muchos de estos pueblos pequeños que presumen orgullosos de quién fueron un día, pero a día de hoy, son incapaces de retener a los suyos.

Me niego a pensar que estén condenados a morir abandonados, pero la verdad es que hoy me ha generado una inmensa tristeza la soledad que transmite Ledesma. Ojalá les demos una oportunidad y les revivamos, seguro que todavía tienen mucha felicidad que repartir 🙂

 

(*) Aclaración sobre «Ancha es Castilla» fruto de comentarios en Twitter: utilizo esta expresión para describir lo ancha que me parece Castilla y León en general. No obstante, se trata de un dicho popular que por lo visto, hace referencia exclusivamente a la zona Norte de Castilla y León. Zamora y Ledesma no entran en «Castilla» por tratarse de tierras leonesas… Mis disculpas si alguien se siente ofendido por el «mal uso» de este dicho popular para dar mis opiniones personales.

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